Cambio de ciclo en Cataluña

El rotundo triunfo del socialista Salvador Illa arrebata al soberanismo la mayoría por primera vez en cuatro décadas

El candidato del PSC, Salvador Illa (segundo por la derecha), celebra los resultados electorales, este domingo en Barcelona.massimiliano minocri

El Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC) ganó este domingo las elecciones autonómicas. Lo hizo, además, consiguiendo la victoria en votos y en escaños por primera en la historia de estos comicios. El éxito de la candidatura de Salvador Illa (que crece 9 escaños hasta alcanzar los 42) y la caída del bloque independentista (que se queda lejos de la mayoría absoluta de la que gozaba hasta ahora) permiten certificar un ca...

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El Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC) ganó este domingo las elecciones autonómicas. Lo hizo, además, consiguiendo la victoria en votos y en escaños por primera en la historia de estos comicios. El éxito de la candidatura de Salvador Illa (que crece 9 escaños hasta alcanzar los 42) y la caída del bloque independentista (que se queda lejos de la mayoría absoluta de la que gozaba hasta ahora) permiten certificar un cambio de ciclo en Cataluña: los ciudadanos han decidido enterrar el procés, es decir, la vía rupturista puesta en marcha por los partidos soberanistas para encauzar sus reivindicaciones identitarias y cuyo punto de mayor tensión se alcanzó con la declaración ilegal de independencia de 2017.

El cambio de ciclo incluye otras novedades: el fortalecimiento y endurecimiento de las derechas. Crece Junts (en 3 escaños), crece el PP (que pasa de 3 a 15 asientos en el Parlament), Vox mantiene su representación (11) y entra en la Cámara la extrema derecha independentista de Aliança Catalana (con 2).

La victoria del PSC liderado por Salvador Illa lo convierte en el único candidato viable a esta ahora para presentarse a una investidura. Sus resultados suponen el aval de las urnas a la política de reconciliación y diálogo que Pedro Sánchez puso en marcha en la anterior legislatura y ha continuado en esta. También Sánchez ganó en la noche electoral. Illa es el rostro en Cataluña de un PSOE que ha invertido un enorme capital político en decisiones como los indultos o la ley de amnistía, con gran coste en el resto de España. Al margen de la controversia que la amnistía ha provocado, incluso en las filas socialistas, ayer se constató que ha cumplido su objetivo de acabar con el victimismo independentista. Un gravísimo problema político de España ha empezado a atemperarse.

En el escenario que se abre ahora aparece como opción más natural un Gobierno apoyado parlamentariamente en una mayoría absoluta de 68 diputados —a la espera del voto en el exterior— que formarían los 42 del PSC, los 20 de Esquerra Republicana y los 6 de Comuns Sumar alrededor de un programa de izquierdas que supere la lógica de independentismo contra constitucionalismo en un interminable ciclo electoral. La baja participación (57,94%) demuestra el cansancio de una comunidad sometida durante años a una enorme tensión política.

El nacionalismo catalán, transmutado en independentismo, ha perdido la mayoría en el Parlament de Cataluña por primera vez desde 1980. El resultado de las elecciones de este domingo solo se puede interpretar como el voto de una sociedad harta de más una década de polarización y parálisis institucional en la que se han sucedido cuatro elecciones, cuatro presidentes, un intento de ruptura constitucional, la suspensión del autogobierno y un desdén por la gestión de las políticas públicas que afectan al día a día de los ciudadanos. Los catalanes han pedido con sus votos enterrar esa etapa.

Los republicanos, al frente de la Generalitat con Pere Aragonès, han perdido la primera posición en el espectro nacionalista. El expresident Carles Puigdemont, huido de la justicia y desahuciado para la política hace solo un año, superó a ERC haciendo campaña desde Francia, con su foto en las papeletas al más puro estilo plebiscitario y sin más programa que el de un hipotético nuevo intento de independencia. Su crecimiento es, sin embargo, relativamente modesto para las expectativas que había creado jugándoselo a todo o nada. El hundimiento de la CUP, que pierde cinco diputados, confirma que la radicalidad es un espacio pequeño y no hay sitio para todos.

ERC asumió ante la justicia las consecuencias penales del intento secesionista y nunca ha eludido su responsabilidad en la gestión del Govern. Vende caro su apoyo en Madrid pero negocia con honestidad. Se abre ahora una etapa en la que los republicanos tienen la oportunidad de volver a ser un partido independentista con su propio espacio, abandonando la pelea con Junts por una mayoría que los catalanes han rechazado en las urnas.

Los 11 escaños de Vox en 2021 fueron un shock para una sociedad catalana que se creía vacunada contra la extrema derecha española. Fue una de las herencias del procés. Este domingo repitió resultado y mostró una solidez preocupante en su suelo electoral. El PP, que pasó de 3 a 15 diputados, tiene mucho que celebrar por haber conseguido reagrupar buena parte del voto antinacionalista, pero la realidad es que no ha hecho mella en el electorado de Vox. El crecimiento del PP en Cataluña es irrelevante para la gobernabilidad pero no intrascendente: si los populares vuelven a tener intereses políticos en esta comunidad, se sentirán impelidos a no utilizarla como combustible electoral en el resto de España.

La irrupción en el Parlament de una segunda fuerza de extrema derecha es un síntoma preocupante de que la ola ultra no ha tocado techo cuando quedan solo unas semanas para las elecciones europeas. Aliança Catalana es un partido ultranacionalista con su centro de operaciones en Ripoll que, aunque defienda una identidad distinta a la de Vox, bebe de la misma fuente: la agitación xenófoba. Todos los partidos deben reflexionar sobre las pequeñas concesiones que se hacen al discurso antiinmigración pensando en el corto plazo y que solo sirven para normalizar el extremismo.

Los catalanes votaron este domingo a sus representantes en el Parlament, que tiene ahora el mandato de elegir un Govern pensando en la estabilidad y en la gestión fiable de los problemas cotidianos de una comunidad que ha demostrado en las urnas su voluntad de cambiar de ciclo político.

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