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Columna
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Adiós, pisos turísticos

Este formato de arrendamiento no es la primera causa de la falta de vivienda, pero ayuda a encarecerla

Dos turistas entran con sus maletas a un edificio donde hay un apartamento turístico en Barcelona.
Dos turistas entran con sus maletas a un edificio donde hay un apartamento turístico en Barcelona.massimiliano minocri
Xavier Vidal-Folch

Adiós a los pisos turísticos. Primero fue Ada Colau quien redujo su crecimiento hiperbólico en Barcelona: seguía una motivación más bien social y de equilibrio urbano, quizá con exceso retórico. Hace poco el alcalde conservador de Palma de Mallorca siguió sus pasos contra la sobresaturación, consciente del malestar de los poderosos hoteleros baleares.

Y ahora, de súbito, el alcalde socialista barcelonés, Jaume Collboni, lleva esta estrategia al límite: estos alquileres decaerán del todo, de muerte natural, por extinción de licencias, en 2028. La patronal, Apartur, ha rechinado; a nadie le gusta morirse. El Gremio hotelero se refocila en sordina y la ciudadanía reaccionará –se presume— más bien a favor.

¿Por qué? Porque el turismo es una bendición del cielo, pero el exceso de vivienda turística convierte rincones de la ciudad en infiernos: retuerce el paisaje, abruma por su concentración, desafía en competencia no siempre leal a la industria hotelera. Y, sobre todo, contribuye a la escalada de precios de la vivienda normal.

Los pisos turísticos no son la primera causa del problema del acceso a la vivienda, el drama de la gente joven: lo es la falta de oferta, pública y privada. Pero está constatado que contribuyen a encarecerla. Desvían pisos de alquiler a largo plazo hacia esta modalidad más rentable para el propietario. Y se convierten en tótem de inversión –como la vivienda de temporada, otra asignatura pendiente— para compañías en ocasiones demasiado especuladoras.

La patronal sectorial aduce que solo supone el 0,77% del total de la vivienda: vale, pero sus altos precios arrastran a los propietarios tradicionales/familiares. Argumenta además que representan el 40% del alojamiento de la ciudad. Pues qué desastre: si tan poco puede generar tanto efecto negativo, hay que intervenir con más celeridad y contundencia para cambiar la estructura del sector.

El mejor argumento para esta actividad bastante aprovechategui, que diría Mariano, es que al desaparecer se perderá buena parte del turismo familiar a precio asequible. Probable: convendrá incentivar el intercambio que inició hace años Interhome; y que los hoteleros beneficiarios —ya encaramados a los precios estratosféricos— propongan alternativas viables. Siempre hay opciones contra los efectos colaterales negativos de decisiones sensatas.

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