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tribuna
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La salud mental y los peligros del reduccionismo

Limitar los trastornos psíquicos a sus posibles causas sociolaborales es una forma de banalizarlos

Salud mental jóvenes
L. Rico (EFE)

La pandemia supuso una gran oportunidad para las personas con trastornos mentales al aumentar la visibilidad de los mismos y el sufrimiento de los que los padecen. La necesidad de afrontar necesidades históricas no cubiertas, como la inversión en prevención en salud mental, la detección temprana, la reducción de las listas de espera y la necesidad de incrementar los recursos asistenciales y humanos para los trastornos mentales aparecen, por fin, en la agenda política de los partidos en toda Europa. Pero toda oportunidad viene acompañada de un riesgo. Empleando un reduccionismo llevado al extremo, se están mandando mensajes a la población que son contrarios a la evidencia científica y que pueden acabar siendo dañinos para los más vulnerables.

Así, hemos asistido atónitos en los últimos meses a una instrumentalización de la salud mental. Se han dicho medias verdades desvirtuando estudios mal interpretados o de dudoso rigor metodológico. Son aseveraciones ex cátedra, como si fueran verdades absolutas, aun cuando son contrarias a décadas de estudios que ponen de relieve los factores biopsicosociales en la gran complejidad de los trastornos mentales.

Es más que evidente que los factores de riesgo socioeconómicos están entre aquellos que aumentan la incidencia y empeoran el pronóstico de trastornos mentales. En mi ingreso en la Real Academia de Medicina revisé la extensa literatura publicada por nuestro grupo sobre este tema con la conferencia “El futuro de la psiquiatría pasa indefectiblemente por la prevención primaria”. Después de la crisis económica del 2008 y de la crisis global por Covid se han incrementado, en aproximadamente un 20%, los casos de ansiedad y depresión a nivel mundial. También han aumentado otras patologías médicas no psiquiátricas.

El abordaje de los factores de riesgo de tipo social y no social modificables es una buena estrategia de salud pública, también de salud pública mental. Pero interesarse solo, como hacen ciertos partidos, por algunos factores de riesgo —dejando a un lado, por ejemplo, el cannabis— o simplificar hasta lo ridículo los trastornos mentales como consecuencia del sistema capitalista o de los problemas sociales no es aprovechar la oportunidad brindada. Como si los trastornos mentales no existieran en los países comunistas o en países ricos sin problemas de vivienda o empleo.

Un buen ejemplo de la multicausalidad de los trastornos mentales es que los factores ambientales son más determinantes para el cáncer de colon o de mama, la diabetes o la artritis reumatoide que para la esquizofrenia, el trastorno bipolar o el autismo, patologías para las que los factores genéticos son mucho más importantes, según recogen revisiones publicadas en las revistas científicas más prestigiosas, como Nature.

Afirmar que a las personas con trastornos mentales hay que darles menos tratamientos médicos y más sindicalismo —”un sindicato en lugar de lorazepam”, en palabras de la comisionada de Salud Mental, Belén González— demuestra la incapacidad de ponerse en la piel de la persona con trastorno obsesivo compulsivo, depresión mayor o esquizofrenia o en la de un padre o una madre con un hijo con autismo o discapacidad intelectual. Por cierto, ¿los psiquiatras infantiles les prescriben el sindicalismo a los menores o a sus padres?

Es evidente que existe una medicalización de la vida cotidiana, pero no debe esto justificar la banalización de los trastornos mentales. No se puede caer tampoco en el absurdo de sostener por un lado que la mayor parte de personas que dicen tener trastornos mentales en la actualidad realmente no los tienen —ya que son malestares de la vida diaria secundarios a problemas sociales— y por el otro, que estos determinantes sociales son la causa principal de los trastornos mentales. Negar la evidencia científica del paradigma biopsicosocial aceptado por todas las sociedades científicas internacionales para volver a la simplificación desmedida de “la culpa es de la sociedad y del sistema económico” recuerda a la madre esquizofrenógena o nevera de hace 80 años. Quizás no conocen el daño que hizo aquello y cómo se demostró falso. No parece esta la mejor forma de luchar contra pseudoterapias y pseudociencias.

Señoras y señores del Ministerio de Sanidad, ¿de verdad pretenden utilizar los trastornos mentales para acabar con el capitalismo, como parece sugerir el partido de la ministra? Si va a ser la preocupación por la salud mental la que sirva para acabar con el paro, la falta de vivienda y los bajos salarios, bienvenida sea. Pero, por favor, mientras lo hacen, no se olviden de las personas con trastorno mental. Nada sería peor que ser el único país en Europa que desperdicia la oportunidad pospandemia. No he oído aún hablar de los problemas de la vida real que afectan a aquellos con trastornos mentales graves, como la falta de acceso al empleo, falta de recursos intermedios o de profesionales en la sanidad pública.

Algún día les presentaré a mi hijo, con su autismo y su trastorno psicótico, para que le expliquen a él el sindicalismo y la etiología social. Y también, todo lo que van a hacer para que en el futuro tenga una vivienda digna. Lo único que pido son escrúpulos (RAE: Duda o recelo que punza la conciencia sobre si algo es o no cierto, si es bueno o malo, si obliga o no obliga; lo que trae inquieto y desasosegado el ánimo). Tal vez sea demasiado.

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