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Tribuna
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¿En qué fallamos como democracia?

Tenemos uno de los sistemas políticos con mejor valoración del mundo, pero es necesario perfeccionarlo

Un ciudadano mira las papeletas disponibles en un colegio electoral de Madrid durante las pasadas elecciones europeas.
Un ciudadano mira las papeletas disponibles en un colegio electoral de Madrid durante las pasadas elecciones europeas.Pablo Monge
Ignacio Urquizu

Cuando los padres fundadores de la democracia norteamericana comenzaron a reflexionar sobre el diseño institucional de lo que serían los Estados Unidos, había una idea que les preocupaba: cómo evitar el abuso del poder. De ahí nace la división de poderes, la libertad de prensa o el federalismo. El objetivo último era que el poder estuviera suficientemente dividido, para que nadie pudiera excederse cuando lo ejerciera. Por ello, cuando uno de los poderes pretender limitar el ejercicio de los otros, debemos de reflexionar sobre el debate que se abre.

Todos los indicadores internacionales puntúan muy alto la calidad de la democracia española. De hecho, algunas mediciones como V-Dem revelan que, año a año, nuestra democracia es cada vez mejor. La revista The Economist tiene su propio índice y situaba en 2023 a España dentro de las democracias plenas, un selecto grupo de 24 países, donde no encontramos a EE UU, Israel, Portugal o Bélgica.

El estudio más detallado que se hace en nuestro país lo realiza la Fundación Alternativas. Desde el año 2007, evalúa a través de expertos diferentes dimensiones de nuestra democracia. Su primera edición se tituló La Estrategia de la Crispación, algo que constata que la polarización empezó hace mucho tiempo. En su último Informe sobre la Democracia en España, publicado el año pasado, los datos muestran que la calidad de nuestro sistema político ha pasado por dos fases. Entre el año 2007 y 2015 observamos un descenso continuado. Y es a partir de 2015 cuando la evaluación ha ido mejorando, hasta situarse en su última edición ligeramente por encima de los iniciales. En la actualidad, la nota media, en una escala de 0 a 10, es de 6,4, cuando en 2007 era de 6,2.

Los expertos ponen la debilidad de nuestro sistema político en tres actores: el Gobierno, las formaciones políticas y los medios de comunicación. Dudan de su independencia y señalan, por ejemplo, que “los medios de comunicación son irrespetuosos con las personas” o que “el poder político está fuertemente influenciado por el poder económico”. La corrupción también aparece valorada de forma muy negativa. Las mayores fortalezas aparecen en la limpieza de los procesos electorales, la libertad de voto y todo el conjunto de derechos y libertades de los que gozamos.

Y en estos 16 años, ¿qué ha mejorado y qué ha empeorado? En los estudios de la Fundación Alternativas se observa que el mayor deterioro se ha producido en la protección de la salud, la libertad de prensa, la independencia de los jueces y la estabilidad de los gobiernos. Las mejoras se centran en la participación de la mujer, en la mayor responsabilidad de los gobiernos autonómicos y locales y en el mejor funcionamiento del Parlamento.

La pregunta que surge es: ¿qué piensa la ciudadanía? Es sorprendente que, desde el año 2019, el CIS no plantea en su barómetro ninguna pregunta al respecto. Es por ello que voy a recurrir a la Encuesta Social Europea. Según esta, los españoles muestran una gran satisfacción con el funcionamiento de las elecciones y de los medios de comunicación. De hecho, les produce una valoración muy positiva que los medios de comunicación puedan criticar con libertad al gobierno. Las mayores críticas de la opinión pública se centran en la escasa reducción de las desigualdades y de la pobreza por parte del gobierno y la percepción de que la ciudadanía no es igual ante la ley en el caso de acudir a los tribunales.

La empresa Metroscopia también ha preguntado durante años sobre algunos aspectos de nuestra democracia. Sus datos muestran que la mayor insatisfacción aparece respecto a los partidos políticos. La gente considera que son poco representativos, que no son instrumentos útiles para la participación política y que sus miembros son unos privilegiados en términos de justicia.

Una vez conocemos lo que dicen los estudios internacionales, las valoraciones de los expertos y la percepción ciudadana, podemos afrontar el debate de regeneración democrática con mayor rigor. Partimos que, desde un punto de vista comparado, tenemos una de las democracias con mejor valoración. Pero si queremos abordar reformas, deberíamos concentrar nuestros esfuerzos en garantizar una mayor libertad de los medios de comunicación, reforzar la independencia de los jueces y trabajar por una mayor estabilidad de los gobiernos. La ciudadanía también espera que nuestra democracia sea más efectiva en el combate de la desigualdad y de la pobreza. Y puestos a cambiar, las formaciones políticas concentran muchas de las críticas ciudadanas.

Acierta el presidente del Gobierno al poner el foco en los medios de comunicación y en el poder judicial. Pero el problema no es solo que algunos medios de comunicación sean poco respetuosos en sus críticas. Tanto la ciudadanía como los expertos creen que debe reforzarse su independencia. Algo similar ocurre respecto al poder judicial, donde la opinión mayoritaria es que no se percibe una igualdad de trato frente a la ley. Y junto a ello, también debemos abordar una regeneración de los partidos políticos. Por ejemplo, cuesta entender que algunas personas se vean penalizadas por disentir de las opiniones mayoritarias, restando pluralidad a las organizaciones políticas. Finalmente, será muy difícil tener una democracia fuerte mientras no se reduzcan las desigualdades.

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