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El lugar de donde vienen las ideas

Un caso de ingeniería sugerida por la naturaleza que casi nadie cita es el de las redes que sustentan los sistemas de inteligencia artificial, inspiradas en la arquitectura del cerebro

Una profesora realiza una presentación sobre Ciencia de Datos proyectando las diapositivas de una arquitectura de red neuronal de inteligencia artificial.
Una profesora realiza una presentación con diapositivas de una arquitectura de red neuronal de inteligencia artificial.gorodenkoff (Getty)
Javier Sampedro

Si los humanos fuéramos los únicos seres vivos del mundo, no habríamos inventado gran cosa. Si no hubiera pájaros, no habríamos imaginado los aviones. No hace falta remontarse a los patéticos intentos de Leonardo de diseñar una máquina voladora: incluso las aeronaves actuales siguen teniendo un par de alas. Los globos y los dirigibles sí se pueden considerar invenciones genuinas, pero recuerda cómo acabó el Hindenburg. Los submarinos están inspirados en los peces, incluida su vejiga natatoria, y los helicópteros tienen un aire inconfundible a las semillas voladoras. Hoy tenemos ventosas quirúrgicas inspiradas en los pulpos, pegamentos plagiados de las salamandras, agujas copiadas de los aguijones de las avispas, baterías basadas en las anguilas eléctricas, kilobots que se asocian como las hormigas y mil cosas más. Incluso hay un Instituto Wyss de Ingeniería Inspirada en la Biología, asociado a la Universidad de Harvard.

Una excepción notable es la rueda. A los humanos nos costó 100.000 años concebirla, es cierto, pero es que la evolución biológica no ha logrado inventarla en 4.000 millones de años. Me refiero a la rueda como sistema de locomoción, porque a escalas moleculares sí que encontramos rotores y todo tipo de cosas redondas que giran. Nuestros antepasados, sin embargo, no podían saber eso cuando dotaron de ruedas a sus carros de caballos, no siempre con intenciones pacíficas. A nuestras escalas de tamaño no vemos ningún animal que se mueva sobre ruedas ni nada parecido. Esta torpeza de la evolución biológica resulta bien curiosa, ¿no es cierto? Si hubiera animales en otros planetas, ¿alguno se movería sobre ruedas? Te lo dejo como ejercicio de ciencia ficción para mañana. Ya tienes deberes.

Lo que desde los años setenta llamamos ingeniería genética tampoco es un verdadero hallazgo del ingenio humano. Ha consistido hasta hace poco en tomar trozos de genes naturales y combinarlos de maneras que resulten útiles. La ingeniería genética propiamente dicha —diseñar una proteína desde cero— solo ha empezado a ser posible este siglo, y uno de los premios Nobel recién anunciados, el de David Baker, va justo sobre eso. Aquí no mezclas cosas preexistentes, sino que piensas qué forma de una proteína necesitas y escribes el texto genético que da lugar a esa geometría. Vale, todavía son proteínas —una invención de la naturaleza— y consisten en secuencias de aminoácidos que vienen definidas por genes —otra invención de la naturaleza—, pero eso es como rechazar una novela por el mero hecho de que está hecha de secuencias de letras y palabras. Si una novela es una invención genuina, las proteínas de Baker lo son también.

Curiosamente, un caso de ingeniería inspirada en la naturaleza que casi nadie suele citar es el de las redes neuronales artificiales que sustentan los sistemas de inteligencia artificial (IA) que están poniendo el mundo patas arriba. Estas redes neuronales están inspiradas en la arquitectura del cerebro. En primer lugar, porque su ladrillo básico imita a la neurona, con sus varios inputs (a imitación de las dendritas) y su procesamiento para generar un solo output (a imitación del axón). Esta neurociencia se remonta a Cajal y Golgi, hace más de un siglo. Y, en segundo lugar, porque las neuronas están organizadas en capas de abstracción progresiva, una copia descarada de lo que ocurre en nuestro córtex visual, que funciona percibiendo primero líneas de distintas inclinaciones, que la siguiente capa (o área, en biología) abstrae en figuras planas, luego en objetos tridimensionales y así hasta generar una gramática de las formas. Esta neurociencia se remonta a Hubel y Wiesel, en los años sesenta.

Hay dos problemas aquí. Uno es que la neurona artificial es una mera caricatura de la natural. Y el otro es que seguimos sin entender cómo funciona el cerebro y, por tanto, no podemos imitarlo. Quizá lo hayamos resuelto la semana que viene.

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