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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Defender la democracia en Georgia

La UE debe exigir una revisión del dudoso resultado electoral y contrarrestar el apoyo de Orbán al partido que se atribuye la victoria

Un grupo de manifestantes protestaban el lunes ante la sede del Parlamento en Tbilisi por la victoria electoral que se atribuye Sueño Georgiano.
Un grupo de manifestantes protestaban el lunes ante la sede del Parlamento en Tbilisi por la victoria electoral que se atribuye Sueño Georgiano.Irakli Gedenidze (REUTERS)
El País

Los ciudadanos de Georgia fueron convocados a las urnas el pasado sábado en unas elecciones legislativas cruciales para el futuro del país y de gran importancia más allá de sus fronteras, empezando por la UE. En los comicios se dirimía el pulso entre la deriva autoritaria filorrusa encarnada por la formación en el poder —Sueño Georgiano— y una coalición de partidos opositores que busca mantener al país en la senda de la integración europea.

Los resultados anunciados otorgan la victoria a Sueño Georgiano, pero la legitimidad del proceso electoral ha sido claramente cuestionada por la misión de observación internacional. La coalición opositora y la presidenta del país, con razón, se niegan a reconocer su validez, mientras una numerosa protesta ciudadana ha empezado a hacerse oír en las calles. Georgia se hunde en una crisis política que es a la vez un gran choque geopolítico. Hay que recordar que las tropas rusas invadieron el país caucásico en 2008 y siguen desplegadas ahí en las dos regiones separatistas de Osetia del Sur y Abjasia.

El informe de la misión de observación señala irregularidades tanto en la fase previa como en la propia jornada electoral. No solo Sueño Georgiano ha llevado a cabo una deriva autoritaria que ha inclinado el tablero a su favor, sino que el mismo sábado se registraron graves irregularidades: de potencial quiebra del voto secreto a conteos inadecuados. Son síntomas de maniobras contrarias a los estándares democráticos defendidos por la UE.

Ante esta situación, Viktor Orbán, presidente de turno del Consejo de la Unión Europea, no esperó siquiera al final del escrutinio oficial para felicitar a Sueño Georgiano y se plantó en Tbilisi al día siguiente para darle su apoyo. Orbán no representa a la UE, pero puede boicotear su acción como bloque. Bruselas debe pues sortear ese obstáculo y actuar con decisión por otras vías. Ya ha empezado a hacerlo, pero no resulta suficiente pedir que las autoridades electorales locales investiguen y esclarezcan lo ocurrido: abundan los indicios de que no son independientes después de años de maniobras en el poder por parte del partido al que se atribuye la victoria. Cualquier revisión solo tendrá sentido con una clara implicación internacional.

El camino no es sencillo, pero hay que aclarar que, a falta de una revisión completa e independiente que pudiera ofrecer un veredicto fiable, no será posible reconocer los resultados ni a un Gobierno basado en ellos, por lo ya expresado por la misión electoral. En ese caso —o en el de una revisión fiable que no despejara las dudas—, el objetivo sería una repetición de elecciones bajo distintas condiciones de competición y vigilancia. Pero Sueño Georgiano, con el apoyo decisivo de Putin y Orbán, opondrá fuerte resistencia. De ahí la importancia de la distorsión generada por el mandatario húngaro.

Este mismo mes, otro importante proceso electoral en Moldavia arrojó inquietantes indicios de interferencia ilegal rusa. Reclamar transparencia y respeto a las protestas y contrarrestar desde el más alto nivel político la influencia de Orbán es imprescindible tanto para defender la posibilidad de arraigo de la democracia en esos países como para no otorgar al Kremlin una victoria que supondría un enorme signo de debilidad de la UE. Algo especialmente amargo en un país, como Georgia, con una abrumadora mayoría de la población a favor de la integración.

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