Caos, discriminación y violencia sexual dos meses después del incendio en Cox’s Bazar
Esta es la segunda vez que los rohinyás lo pierden todo. La responsable de proyectos de acción humanitaria de Plan Internacional pide que esta catástrofe no acabe con las pocas oportunidades que le quedaban a las niñas y adolescentes
Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto la sección Planeta Futuro por su aportación informativa diaria y global sobre la Agenda 2030. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
A finales de marzo, las llamas arrasaron varios campos rohinyás en Cox’ Bazar, en Bangladés, afectando a más de 48.000 personas y dejando a miles de ellas sin comida, agua, ropa ni un techo bajo el que resguardarse. Sin nada más que lo que llevaban encima. Lo primero que pensé cuando ocurrió todo, fue en todas esas personas que he conocido en mis viajes al campamento y a las que esta situación les ha hecho reabrir las heridas de hace cuatro años.
Se nota en sus miradas, en su ánimo. Muchas de las personas afectadas por el incendio ya fueron testigos en Myanmar de cómo se quemaban sus casas, y el incendio les ha hecho revivir cuando, en su día, tuvieron que huir de sus comunidades por la violencia, dejando sus hogares con nada más que lo que llevaban puesto. Esta es la segunda vez que lo pierden todo.
Se lo contaba una mujer a uno de mis compañeros: tuvo el mismo sentimiento que cuando llegó de Myanmar. Llevaba tres años juntando bienes, uno a uno, pero lo perdió todo por el incendio. No tiene un espacio para vivir, ni comida, ni ropa, ni utensilios de cocina. Nada.
En cuanto pudimos acceder a la zona del incendio, el caos y la incertidumbre eran más que evidentes. Nada estaba en su sitio; era una masacre. Algunas personas lloraban a gritos, pero la mayoría estaban sin palabras. Nos encontramos a muchos niños y niñas pequeños solos; sin saber dónde estaban sus familiares. Habían presenciado escenas terribles, impotentes, tenían mucho miedo. Era una situación fantasmal.
Lo cierto es que la respuesta no está siendo nada fácil. Antes de esta tragedia, la población rohinyá ya atravesaba una situación límite e inimaginable para quienes nunca han visitado el campamento.
A mí personalmente, Cox’s Bazar siempre me ha provocado una sensación de claustrofobia y agobio que no he experimentado en ningún otro sitio. La mayoría de familias viven en espacios extremadamente pequeños en los que es imposible tener privacidad y en los que las condiciones son absolutamente precarias: sin acceso a agua potable, baños, instalaciones sanitarias ni apenas comunicación. Las tiendas de campaña están construidas con plásticos y bambú, por lo que el calor es insoportable porque el plástico aumenta, aún más, la temperatura.
Desde que estalló la pandemia, hemos visto que el confinamiento y la sensación de aislamiento, sobre todo en el caso de las niñas, ha aumentado el estrés y la frustración. Si ya antes, estudiar o trabajar era muy complicado, ahora es imposible porque ya no pueden ni siquiera moverse. Están totalmente aislados y, desde hace unos meses, una valla metálica que rodea el campamento les recuerda que su mundo se limita a ese espacio. Cuando estás allí, incluso a personas externas como yo, nos resulta complicado ver más allá; la sensación de agobio es permanente.
Si ya antes, estudiar o trabajar era muy complicado, ahora es imposible porque ya no pueden ni siquiera moverse. Están totalmente aislados
También se aprecian las tensiones entre la población de acogida y la comunidad rohinyá, a quienes se les percibe como transmisores de esta y otras enfermedades por la falta de higiene que hay en los campos. Esta triple crisis, que viene de un conflicto prolongado en el tiempo, los ha destrozado a nivel emocional. Antes, cuando hablabas con los y las refugiadas rohinyás, te transmitían cierta sensación de seguridad que tras el incendio es inexistente.
Toda esta situación ha aumentado la vulnerabilidad de las niñas y adolescentes en una sociedad en la que las normas y roles de género son ya de por sí muy discriminatorios hacia ellas. Ya estamos viendo que el confinamiento ha expuesto a las niñas y adolescentes a situaciones en las que los hombres han hecho un uso desmedido del control sobre su movilidad y el acceso a algunos servicios humanitarios, con consecuencias muy negativas para ellas.
Que las niñas estudien ya no es prioritario para muchas familias. Con el cierre de las escuelas, está habiendo un aumento de los matrimonios infantiles, de la violencia en el hogar y del estrés. Además, ellas han asumido, en su mayoría, el rol de cuidados de enfermos por covid-19, lo que las ha expuesto más al contagio. Cuando hablas con ellas, te cuentan que les estresa tener que aislarse porque no pueden cuidar de sus familiares. De hecho, en muchas ocasiones, anteponen la salud de los miembros de su familia a la suya propia.
Antes de la emergencia, las niñas ya nos contaban que tenían miedo. Algo tan simple como ir al baño o a recolectar agua, por ejemplo, estaba lleno de peligros: los caminos no tienen iluminación por la noche y las puertas de los baños no cierran bien para poder sentirse seguras. Ahora, hay una crisis que ha estallado dentro de otra crisis en la que todo es aún más complejo de lo habitual.
Antes de la emergencia, las niñas ya nos contaban que tenían miedo. Algo tan simple como ir al baño o a recolectar agua, por ejemplo, estaba lleno de peligros [...] Ahora, hay una crisis que ha estallado dentro de otra crisis en la que todo es aún más complejo
En este momento en el que la vida de muchas personas depende de nuestra ayuda, es fundamental que las organizaciones ofrezcamos una respuesta sensible al contexto y con perspectiva de género, para que nadie se quede atrás. Por supuesto, debemos centrarnos en cubrir las necesidades básicas de las personas distribuyendo comida, jabón, mantas, cobijo, ropa, pero también debemos seguir ofreciendo información sobre la pandemia, porque ellas son quienes menos acceso tienen a ella; garantizando atención psicosocial y protección; distribuyendo kits de higiene menstrual, para que puedan gestionar su periodo de una forma digna; establecer espacios en los que las niñas, adolescentes y mujeres se sientan seguras y proveer de sensibilización sobre violencia sexual y de género.
Debemos contribuir a que este incendio no acabe con las pocas oportunidades que le quedaban a las niñas y adolescentes y no conviertan a Cox’s Bazar en un callejón sin salida.
Leticia Hijazo es responsable de proyectos de acción humanitaria de Plan Internacional
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.