“No me gusta la piel negra y creo que soy más guapa con la piel clara”
A pesar de los graves daños para la salud y de leyes que prohíben la difusión de publicidad de productos blanqueadores, muchas mujeres de Senegal sucumben a los estereotipos que relacionan la tez blanca con belleza
La llegada el próximo 29 de junio en Senegal de la fiesta del Cordero, uno de los eventos religiosos más importantes para la comunidad musulmana, da el pistoletazo de salida a la temporada de bodas y encuentros sociales de todo tipo. El canon de belleza femenino está tan asociado a la piel clara en el país, que muchas mujeres aprovechan grandes eventos como este para maquillarse con productos que aclaren su piel por unas horas. Es lo que hizo Mariama para prepararse para su boda. “Hoy me caso y quiero estar bella para mi marido, por eso me maquillo y voy a la peluquería. Vengo a este salón de belleza porque es muy conocido en Dakar, me lo recomendó mi cuñada”, comenta momentos antes de acudir al evento en Scat Urbam, un barrio de Dakar.
Seynabou Tine, en cambio, se cubre la cara, avergonzada del deterioro que ha sufrido su piel tras más de 10 años usando cremas blanqueadoras. En sus manos el deterioro es más evidente. “Quiero ser más bella, por eso utilizo estos productos. No me gusta la piel negra y creo que soy más guapa con la piel clara”, comenta esta senegalesa de 32 años, que empezó a aclararse la piel en 2010. Ahora ha dejado de hacerlo por prescripción médica. “Tengo diabetes, si no, habría continuado”, admite.
Tine es una de las muchas africanas que se despigmentan la piel de forma voluntaria, una práctica que se extiende entre el 25% de las mujeres senegalesas, según Africa Renewal ―una revista de la Organización Mundial de la Salud (OMS)—. En otros países, como Nigeria y Togo, los porcentajes ascienden hasta el 77% y el 59%, respectivamente. Pero esta práctica no es exclusiva de África y cada vez está más extendida en Asia y América Latina. Se trata de una práctica antigua que se remonta al final de la Edad Media en Europa y que se fue extendiendo por todo el mundo, desde Asia hasta el continente americano. En Níger se refieren a ella como descapamiento, en Camerún maquillaje y en otros países se han adoptado terminologías locales como akonti en Togo, tchatcho en Mali o xeesal en Senegal, que quiere decir literalmente aclararse, en wolof.
Sin embargo, lo que antaño se conseguía aplicando manteca de karité y limón, actualmente se hace mayoritariamente con cremas que utilizan corticoides, hidroquinona o mercurio, sustancias estas dos últimas prohibidas en la Unión Europea en la cosmética por su alta toxicidad. La diabetes que sufre Tine es una de sus secuelas.
Pero los efectos de la despigmentación voluntaria pueden ser atroces. Aida Mbaye tiene la cara carcomida, roja, llena de pequeños granitos y desagradables escozores. Lo que empezó como una estrategia de empoderamiento y belleza se convirtió en una pesadilla de la que hoy se arrepiente. Según la dermatóloga Astou Diouf, presidenta de la Asociación Internacional de Información sobre la Despigmentación Artificial (AIIDA) estas dolencias se deben al debilitamiento de la melanina que provocan este tipo de cremas. “La exposición directa a rayos ultravioletas puede causar inmunodepresiones localizadas y, por lo tanto, una mayor probabilidad de infecciones, que pueden terminar en tumefacción y necrosis o, en casos más graves, la amputación de algún miembro”, explica al término de su jornada laboral en el hospital de Dakar.
También las cremas blanqueadoras pueden causar traumas tróficos, como la hiperpigmentación de algunas zonas, o cánceres cutáneos, según Diouf. La dermatóloga afirma que desde 2014 ha contabilizado 24 casos de esta enfermedad ligados directamente al uso de estos productos. “Se da sobre todo en mujeres de más de 50 años que se han despigmentado durante mucho tiempo, aunque lo hayan dejado. La piel tiene memoria y el uso de estos productos es irreversible”, advierte. Otras de las complicaciones de la utilización regular de estas sustancias son de orden metabólico (como la diabetes y la hipertensión arterial) u oculares, pudiendo causar cataratas e incluso glaucomas, ya que, aunque la aplicación sea cutánea, la toxicidad acaba pasando a la sangre.
La asociación AIIDA, activa desde hace 21 años contra la pigmentación voluntaria, constata el aumento de esta práctica. Los estudios más actualizados que manejan, de 2019, realizados en tres barrios del extrarradio de Dakar, la capital de Senegal, constatan que en el de Pikine se blanqueaban la piel el 71% de las mujeres, cuatro puntos porcentuales más que en 2015. La conclusión de la OMS es similar. Según sus estimaciones, la demanda de productos para aclarar la piel continuará aumentando a nivel mundial hasta alcanzar los 11.800 millones de dólares (10.800 millones de euros), debido al crecimiento de la clase media en la región de Asia-Pacífico y a los cambios demográficos en África y el Caribe.
No se está tomando en serio este envenenamiento masivo de las mujeres y del medio ambienteHannelore Ver-Ndoye, historiadora
La historiadora hatiana-suiza Hannelore Ver-Ndoye, autora del libro Descoloreados. Un panorama de la despigmentación voluntaria de la piel (Omniscience, 2022), donde explica el origen y la historia de la práctica en el mundo, considera que “por la extensión y gravedad de la situación” es la OMS la que debería liderar un estudio exhaustivo sobre el estado de la cuestión. El no hacerlo “demuestra que no se está tomado en serio este envenenamiento masivo de las mujeres y del medio ambiente”, afirma, en alusión al impacto de estos productos tóxicos al llegar a la capa freática. “Hay muchas reticencias para abordar el tema, precisamente porque concierne a toda la sociedad: desde la esfera política, a los medios de comunicación, la industria audiovisual e incluso el corpus médico; nadie quiere atacar el problema del que es parte”, añade Ver-Ndoye, quien lidera directamente el envío de documentación a instituciones internacionales instándolas a que se hagan cargo.
¿Voluntaria?
“Las mujeres lo hacemos porque queremos, es nuestro deseo, para vernos guapas y estar cómodas” afirma la vendedora de cosméticos Bana Mbaye, en una zona rural de la región de Saint Louis. De la misma opinión es Khady Diagne, de 45 años. “Es una decisión de cada mujer. Yo personalmente he elegido aclararme la piel. Hace que me sienta más bella”, expone.
Ver-Ndoye no cree, sin embargo, que el blanqueamiento de la piel sea plenamente voluntario. “Aunque es un acto individual, hay una gran presión social y una sobrerrepresentación de las encarnaciones más claras en programas y series de televisión”. Y aunque las mujeres constaten estas consecuencias nefastas para la salud, es difícil que paren porque aclararse la piel crea adicción, “sobre todo psicológica”, según la presidenta de AIIDA, pero también física, pues las cremas actúan como una droga cutánea.
“El colectivo de artistas se ha convertido en el principal embajador de la industria cosmética, aunque no sea consciente. Ya no se sabe si son negros, mestizos o blancos: han creado un nuevo fenotipo de senegalés”, protesta el jefe de la sección de Sociología de la Universidad Gaston Berger de Saint Louis, Sara Ndiaye.
Para la directora de la Inspección Académica de Saint Louis, Adiara Sy, la responsabilidad no es exclusiva de las mujeres, pese a ser las principales usuarias. “Muchos hombres compran productos para sus esposas porque quieren que sean más blancas”, dice. En el caso de jóvenes en edad escolar no duda en señalar a las familias, que, según ella, impulsan la práctica “desde la más tierna edad”, con el fin “bienintencionado” de que sus hijas tengan ventajas sociales. “Ser más clara sigue facilitando la integración en un mercado: sea el de encontrar pareja o en el laboral”, opina.
El negocio
Las leyes de Senegal prohíben el blanqueamiento en centros escolares y la publicidad de productos de aclarado, pero no su venta, como sí ocurre en otros países africanos como Nigeria, Kenia o Sudáfrica. Además, gravan estos productos con un tipo impositivo más alto, un 15%, frente al 10% existente para el resto de cosméticos. “Estamos decepcionadas porque el Estado no hace nada para asegurar la aplicación de las leyes que combaten esta práctica nociva para la salud pública. Reclamamos también que prohíban la venta de despigmentantes y no beneficiarse a su costa”, exponen fuentes de AIIDA.
Muchos hombres compran productos para sus esposas porque quieren que sean más blancas”Adiara Sy, directora de la Inspección Académica de Saint Louis,
Las empresas de cosméticos tienen representantes en los barrios y hacen campañas de proximidad. La gran oferta de formatos, precios y tipos de cremas existentes permite a mujeres de todos los grupos de edad y estrato social practicar el blanqueamiento. “Hay cremas que cuestan 2.000 francos CFA [3,5 euros] pero también vendemos dosis más pequeñas, de 500 francos CFA [75 céntimos de euro], para adaptarnos a todos los bolsillos”, expone la vendedora Marianne Mbaye de 26 años. Sus principales clientas, admite, son chicas solteras e incluso niñas de 12 o 13 años. “Sin productos xeesal [blanqueadores] no podría continuar mi negocio”, confiesa.
Conciencia colectiva
En los últimos años, se han multiplicado las campañas impulsadas por la sociedad civil para frenar la práctica de la despigmentación, como la iniciada en 2012 bajo el eslogan ñuul kuuk, que significa en wolof “muy negro”. Hay quienes lo reivindican en un marco de lucha contra el racismo estructural y otras personas que lo defienden desde un punto religioso. “La despigmentación es contraría el mandato de Dios”, dice un hombre de 42 años en Saint Louis.
En este sentido, la doctora Diouf afirma que las nuevas generaciones parecen “más receptivas y orgullosas de tener la piel oscura”. La modelo senegalesa Khoudia Diop es uno de los rostros más reconocidos en defensa de la promoción de la tez negra como canon de belleza. También la Dakar Fashion Week, el evento de moda más importante de toda África occidental, constituye una celebración de la negritud.
La directora de Inspección Académica de Saint Louis opina que el sistema educativo senegalés hace “muchos esfuerzos” para promover ciudadanos más responsables, más autónomos, y que no se sientan acomplejados de sus cuerpos. “Esperemos que esto conlleve pronto el final del xeesal en Senegal”, desea.
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