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Una lavadora para los refugiados, por favor

Un trabajador de Unicef desplazado a la frontera de Ucrania con Moldavia explica cómo funcionan los llamados Puntos Azules. Son instalaciones donde los refugiados reciben protección, asistencia psicosocial e información práctica sobre cómo seguir su viaje

Guerra Ucrania
Iliusha (11 años, a la izquierda), Misha (10, en el centro) y Dasha (4, a la derecha) Shum, hermanos de Odesa, juegan en un Punto Azul de Unicef, en el paso fronterizo de Palanca, Moldavia.Melnic Vladimir

Son las siete de la tarde en Chisinau, la capital de Moldavia, y los alrededor de 300 refugiados ucranios que se alojan en dos pabellones contiguos del centro de exposiciones MoldExpo ya han terminado de cenar. Los niños juegan, las madres deambulan y charlan, los chavales mayores dan una vuelta por el exterior del recinto y las abuelas pasan a por una taza de té antes de retirarse al cubículo de dos por tres metros en el que tienen un par de camas y todas sus pertenencias. Casi no hay hombres, si acaso algún anciano que ha podido salir de Ucrania debido a su edad.

La atmósfera me recuerda a un pueblo español en verano, justo después de la cena: el sol ya se ha puesto, la gente se pasea en chanclas visitando a sus vecinos, los niños juegan en calma porque no tienen cole al día siguiente, y hay una sensación de tranquilidad y de poco que hacer. Y así es también aquí, desgraciadamente. El día a día de una familia refugiada es una tensa espera. Aguardan noticias de su ciudad para ver cómo están sus padres, novios, maridos e hijos. A tener un plan de hacia dónde dirigirse tras pasar por aquí. A ver si las cosas mejoran y la guerra en Ucrania termina. Y, mientras tanto, pasan las horas y los días.

La estancia media en este centro es de tres días, aunque hay familias que llevan semanas. La mayoría llega de ciudades cercanas, como Mykoláev, que ha sufrido una fuerte ofensiva, u Odesa. Han cruzado por el paso fronterizo de Palanca, desde donde muchos siguen viaje directo, a través de Moldavia, hacia Rumanía, y desde allí hacia otros países de Europa occidental, donde esperan encontrarse con amigos o familiares, conseguir asilo y vivir en paz hasta que puedan regresar. Pero otros no se atreven a alejarse tanto. No tienen conocidos en otros lugares, no hablan el idioma (en Moldavia mucha gente habla ruso, así que aquí se comunican con facilidad) o, simplemente, no pueden conseguir los papeles necesarios para entrar en la Unión Europea, por lo que, tras cruzar la frontera, terminan en centros temporales.

El 24 de febrero empezó la invasión rusa de Ucrania. El 15 de marzo, menos de tres semanas después, ya habían salido del país tres millones de refugiados, de los que un millón y medio eran niños. Eso supone que cada segundo que pasó durante esos primeros 19 días, un menor de edad ucranio se convirtió en refugiado. Además, hay millones de desplazados dentro de las fronteras.

La situación es muy preocupante, ya que los niños desplazados o refugiados están en riesgo de ser separados de sus familias, ser explotados o ser víctimas de trata. Unicef y Acnur, de la mano de organizaciones locales y autoridades, están desplegando lo que conocemos como Puntos Azules, principalmente a lo largo de Polonia, Rumanía y Moldavia, además de otros países. Se trata de espacios donde los niños y sus familias cuentan, ante todo, con un lugar en el que estar protegidos, recibir asistencia psicosocial y obtener información práctica sobre cómo seguir su viaje o resolver dudas legales. También se identifica a niños no acompañados, y nuestros expertos en protección se aseguran de que las autoridades se hacen cargo de ellos con todas las garantías. Para los más pequeños, los Puntos Azules son un sitio agradable donde descansar, jugar con otros niños y, simplemente, ser niños, olvidando por un rato el trauma que están viviendo. En este centro de refugiados de Chisinau donde me encuentro hay una de estas instalaciones.

En nuestra visita de hoy hemos estado hablando con las administradoras, Natalia y Carolina, quienes nos presentaban algunas de las eventualidades a las que se enfrentan, como un número insuficiente de aseos, la falta de cunas y carritos para los más pequeños, la escasez de ropa interior para mujeres, niñas y niños, y algo tan fundamental como una lavadora. Actualmente, tienen una para los dos pabellones, que funciona sin parar día y noche, con unos turnos establecidos, con exquisita solidaridad y respeto entre la población que aquí convive 24 horas al día. Una lavadora para 300 personas.

Es muy importante confiar en la experiencia de los profesionales humanitarios que han vivido estas situaciones en el pasado y pueden responder con precisión y agilidad. Incluso con algo tan sencillo y mundano como una lavadora

Así como la coordinación entre organizaciones y autoridades es esencial para evitar duplicidades, también lo es realizar una constante evaluación de necesidades sobre el terreno, que es lo que estamos intentando hacer hoy con esta visita. Nadie quiere encontrarse con 100 cajas de paracetamol si lo que se necesita es amoxicilina. También hay que estar preparados para escalar rápidamente la ayuda en puntos muy concretos, en caso de que se abra un nuevo frente y aumente el flujo de personas hacia una frontera. Además, es crucial tratar de aprovisionarse localmente siempre que sea posible, para ayudar así a las castigadas economías de los países que acogen a los refugiados, evitando provocar disrupciones en estos mercados. Y hay que evitar tener que destruir ropa, comida o medicinas, que a veces llegan, pero no son necesarias. Por eso es tan importante confiar en la experiencia de los profesionales humanitarios que han vivido estas situaciones en el pasado y pueden responder con precisión y agilidad. Incluso con algo tan sencillo y mundano como una lavadora.

Es fundamental que la solidaridad no pare hasta que estemos seguros de que hasta el último niño y niña tiene refugio, un colegio, un pediatra y protección frente a trata, violencia o abusos

La respuesta de la población española está siendo extraordinaria y, gracias a la generosidad de particulares, empresas y administraciones públicas, las organizaciones humanitarias podemos aportar un poco de confort, dignidad y seguridad a los niños y a sus familias, que lo han dejado todo atrás y no saben lo que se encontrarán cuando vuelvan. Sin embargo, las necesidades no cesan de aumentar. Es fundamental que la solidaridad no pare hasta que estemos seguros de que hasta el último niño y niña tiene refugio, un colegio, un pediatra y protección frente a trata, violencia o abusos. Y sí, también algo tan sencillo como ropa limpia que ponerse cada día.

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