Urkullu, bendito aburrimiento
El lehendakari es una figura clave tanto para la disolución de ETA como para la estabilidad del Gobierno de Rajoy
En diciembre de 2015, durante la entrega de un premio de Derechos Humanos en la sede del Gobierno vasco, el lehendakari Iñigo Urkullu se percató de que, justo detrás de él, un joven acababa de desplegar una pancarta de apoyo a los presos de ETA. Urkullu mandó con un gesto parar el acto, se acercó al joven y le explicó en euskera y sin prisas —su mano izquierda metida en el bolsillo del pantalón, la derecha acompañando sus palabras tranquilas— que, por respeto a las víctimas del terrorismo, aquel no era ni el momento ni el lugar para desplegar la pancarta.
La anécdota puede parecer baladí y el gesto del presidente vasco, lógico. La relevancia viene de una simple comparación con la actitud y los modos del anterior lehendakari del Partido Nacionalista Vasco (PNV). En septiembre del año 2000, Juan José Ibarretxe visitó en el hospital a José Ramón Recalde, un viejo luchador antifranquista al que una terrorista de ETA había disparado a quemarropa en la puerta de su casa —no consiguió matarlo porque la bala se quedó alojada entre unos implantes de titanio—. Cuando un hijo de Recalde se quejó de la situación de violencia —ETA asesinó aquel año a 23 personas—, Ibarretxe contestó: “Mira, Andrés, no te lleves esa imagen de nosotros, que aquí en Euskadi se vive muy bien”. Un año y medio después, en febrero de 2002, Ibarretxe regresó a un hospital para visitar a otro socialista herido por ETA. Desde su cama, el joven Eduardo Madina, a quien una bomba colocada bajo su coche acababa de arrancarle una pierna, escuchó a Ibarretxe decirle que, pese a todos los pesares, la economía vasca iba viento en popa: “No sabes cómo está creciendo el PIB [Producto Interior Bruto]”.
Casi dos décadas después, lo que resulta más sorprendente es que, durante aquellos años tan duros, con ETA matando para no morir e Ibarretxe empecinado al mismo tiempo en su plan soberanista, un grupo de parlamentarios vascos dirigidos por Urkullu se dedicase a recorrer España de forma discreta para reunirse con las víctimas del terrorismo. “Como es fácil imaginar”, explica Andoni Ortuzar, presidente del PNV, “aquel no era el mejor momento para que las víctimas te entendieran, porque además algunos de aquellos encuentros —en Cataluña, en Andalucía— coincidieron con atentados de ETA. Pero Urkullu fue tejiendo una red de complicidades con quienes más habían sufrido el terrorismo. No se acercaba a ellos como quien aborda un problema político, quién está con unos y quién con otros, sino como un drama social y personal que hay que atender desde la humanidad, pasito a pasito y sin mucho protagonismo político”. Precisamente, tanto sus compañeros de partido como sus rivales políticos, destacan de Urkullu, nacido hace 55 años en Alonsótegui, un antiguo barrio obrero de Baracaldo (Vizcaya), esa obsesión suya por la discreción, por resolver los problemas bajo el radar de los telediarios, sin alharacas ni parafernalia, ya esté sobre la mesa la entrega de las armas de ETA o los presupuestos generales del Estado. Hace unos días, el expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero daba un consejo a Mariano Rajoy a través del periodista —y víctima de ETA— Gorka Landaburu: “Que escuche a Urkullu. En el combate por acabar con ETA, en el que el diálogo fue una herramienta muy importante, quien me acompañó más, quien tuvo más comprensión y ayudó en la sombra sin querer ninguna medalla fue el actual lehendakari. Su comportamiento en esos años [el proceso de paz que se abrió en 2006 y la tregua que concluyó en 2011 con el anuncio del cese definitivo de la violencia] fue fundamental”.
Ahora, Urkullu vuelve a ser una pieza clave. Tanto en la disolución de ETA como en la estabilidad del Gobierno de Rajoy. Lo subraya Ortuzar, sentado en su despacho de jefe del Euskadi Buru Batzar: “No somos suficientes, pero somos imprescindibles”. Y añade: “Hemos pasado cinco años muy duros, en los que el PP ha ignorado especialmente a Euskadi, pero ahora dependen de nosotros. Nuestro estilo no es ser carroñeros en la negociación, pero hay cosas fundamentales —infraestructuras, autogobierno...— que se tienen que resolver”. No hay más que fijarse en la actitud distante, casi respetuosa, del PP y de su Gobierno con respecto al episodio de la entrega de las armas de ETA para inferir que Rajoy está siguiendo el consejo de Zapatero. Los Gobiernos de Madrid y Vitoria han vuelto a dialogar.
Serio, contenido, minucioso, analista, capaz de anotar durante horas —con letra minúscula, en libretas negras— todo aquello que escucha; enemigo de las grandes demostraciones, de firmes convicciones cristianas, los que le conocen no recuerdan una mala contestación ni tampoco un gesto de júbilo. Alguna vez que otra lo han visto brindar, sí, pero con agua. La vez que más cerca estuvo de no poder contener la emoción fue el día que ETA anunció “el cese de su actividad armada”, o sea, de sus asesinatos. Como dice Ortuzar y confirman políticos de uno y otro signo que tienen o han tenido trato con él —los dirigentes nacionalistas Koldo Mediavilla y Josu Erkoreka (exportavoz del PNV en el Congreso de los Diputados y ahora del Gobierno vasco), los socialistas Alfredo Pérez Rubalcaba y Patxi López, el dirigente del PP Javier Maroto, exalcalde de Vitoria— su “ancho de banda es pequeño, nunca explota ni busca el titular del día siguiente ni entraría jamás en una polémica en Twitter; y eso lo convierte en un caso atípico para el tipo de liderazgos que se lleva hoy en día”. Hasta Patxi López, que sufrió los ataques más duros del PNV tras convertirse en 2009 en el primer lehendakari socialista gracias al apoyo del PP, reconoce el buen talante de su sucesor: “Urkullu está siendo un lehendakari tranquilo, que ha buscado algo que está en el ADN tanto de los socialistas como del PNV: el acuerdo entre diferentes. La prueba es que ahora tenemos un pacto de Gobierno en Euskadi, intentando dar tranquilidad y estabilidad al país”.
Admite Ortuzar que a veces algunos dirigentes del partido se impacientan por la poca presencia mediática, un día y otro sin visitar las primeras páginas de los periódicos: “Yo les digo: tranquilidad, ya llegará el momento de pisar el acelerador, pero ahora es el momento de consolidar la paz y el autogobierno, y sobre todo de disfrutar”.
Sin ETA, con un Gobierno presidido por Urkullu y apoyado por los socialistas, con la oposición del PP atada en corto por los intereses presupuestarios del Gobierno de Madrid, Arnaldo Otegi amortizado y la izquierda abertzale desnortada, el País Vasco casi ha desaparecido de las primeras páginas de los periódicos. Después de tantos años de horror, bendito aburrimiento.
“Hay que buscar soluciones, aun en perjuicio propio”
En Gernika, después de un acto de homenaje a las víctimas del bombardeo, el lehendakari Urkullu acepta un intercambio de impresiones. Es un hombre cordial, oriundo de la margen izquierda de la ría, de familia obrera y nacionalista. “Mis valores están enraizados en el sentimiento de construcción. La política tiene que servir para solucionar las cosas y desde muy pequeño tuve la fortuna de convivir con personas de culturas y procedencias diferentes. La pluralidad enriquece (…). Me he inspirado en el cristianismo, pero también en referentes como Rabindranath Tagore o Luther King, personas que me han ayudado en la interpretación de la dignidad de la persona y en el respeto a los derechos humanos (…). La política nos tiene que llevar a ser facilitadores. Y en el proceso de pacificación de Euskadi prefiero el bien mayor aun a costa de perjudicar mis intereses partidistas. Uno tiene que facilitar, buscar soluciones, aun en perjuicio propio y asumiendo el riesgo de no ser comprendido”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.