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‘¡Alegría!’, el grito que unió a los voluntarios contra el chapapote

Soledad Méndez, voluntaria que ayudó en las tareas de limpieza tras el vertido del 'Prestige', pasea por la playa O Rostro (Fisterra).Vídeo: ÓSCAR CORRAL / CARLOS MARTÍNEZ
Daniel Muela

El graznido de las gaviotas y los rayos del sol que alumbran sus plumajes hacen difícil pensar que 15 años atrás la playa de O Rostro, a las afueras de Fisterra, se convirtiera en una marisma invadida por una masa de chapapote pegajoso, denso e inhóspito para sus vecinos. Tan correoso y resistente como la fuerza de voluntad de los miles de voluntarios, que como Soledad Méndez (Cáceres, 1973) —o simplemente Sole como aquí la llaman todos—, se afanaban por limpiar hasta el último centímetro de una Costa da Morte devastada por la mancha inabarcable del Prestige. "Vine para dos semanas y ya va para tres lustros", afirma risueña mientras le toca la cara a Alegría, su hija mayor. “Aquí conocí al padre de mis hijos. A todos nos movía el mismo deseo, devolver a la vida este sitio único”.

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A sus 29 años, Sole —de raíces extremeñas— dejó la gestión de un incipiente establecimiento rural en la sierra de Gata: cogió el coche, los guantes de jardinería y se encaminó rumbo a Galicia. "Me enteré de lo mal que estaban las cosas gracias a las noticias difundidas por Portugal a través de la radio y de las noticias que veía en Internet".

Antes de recalar en Fisterra, pasó por la localidad coruñesa de Corrubedo, sin nadie que le diera unas órdenes precisas de cómo actuar ante un vertido incontrolable y solo con sus manos y un pañuelo a modo de escudo. "Fue horrible. El chapapote y el agua helada se incrustaban en los dedos", recuerda. Ni siquiera la protección de unas manoplas de lana debajo de las que usaba para arrancar las galletas del crudo aliviaban los síntomas. Sin embargo, la lluvia, el frío gélido de un otoño aciago y las agujetas que asediaban su cuerpo no lograron doblegarla.

Su determinación la llevó hasta Fisterra. En O Rostro, como en las costas aledañas de Mar de Fora o en otras próximas al municipio, el silencio era el mayor símbolo de los congregados, el clamor de los desesperados ante una clase política ausente. "'¡Cagho no demo!' (me cago en el demonio); ¡que vengan ellos a sacar la mierda!", vociferaban. "Se sentía una gran frustración. Te ibas cuando ya no había luz, después de limpiar kilómetros de costa y sabiendo que llegaría un nuevo temporal que lo mancharía todo de nuevo".

Algunos de los voluntarios más veteranos —entre los que se encontraban Sole y su pareja— no permitieron que el desánimo les invadiera por completo. "Gritábamos el lema ¡Alegría! en los peores momentos para levantar el ánimo y luchar contra el monstruo negro que teníamos enfrente", asegura con satisfacción. "Por eso le pusimos este nombre a la niña", aclara mientras observa las huellas que su hija deja en la playa salpicada por un inocente grupo de algas.

Cinco meses más tarde, un temporal dejó al descubierto la cara más amarga del vertido: la mezcla del chapapote se había unido formando varias capas resistentes junto a la arena de O Rostro. "Se había solidificado. No pudimos limpiarlo antes, porque con mal tiempo se nos impedía el acceso". Con el agua más allá de las rodillas volvieron a la faena. "Muchos de los capachos, que iban repletos hasta los topes, debíamos llevarlos entre dos personas al otro extremo de la playa. Era agotador", rememora.

La primavera comenzó a devolver la plenitud a toda una zona devastada hasta la extenuación. Encinta y renovada, Sole volvió a Extremadura para cerrar los flecos de una vida que aún tenía pendiente. Después, regresó a Fisterra con la ilusión de quedarse —quién sabe— si para siempre. "Ahora, me gustaría escribir un libro con las experiencias que viví y que lo puedan leer mis hijos, para que sepan la huella que dejó su madre en este lugar".

LOS ESCENARIOS DE LA TRAGEDIA: LAXE

Panorámica de la playa de Nemiña, en la localidad de Laxe (A Coruña) también afectada por la marea negra del ‘Prestige’, el 1 de diciembre de 2012. En la imagen, una voluntaria sube un terraplén sujetando dos palas y manchada de chapapote en la playa, de 1,5 kilómetros de extensión. Hoy, la gente vuelve a pasear por su arena sin rastro de fuel. Desplace el cursor de un lado a otro para comprobar el estado del paisaje hace 15 años y en la actualidad. Fotos: Luis Magán - Óscar Corral

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Sobre la firma

Daniel Muela
Redactor en Escaparate. También selecciona para Descuentos EL PAÍS cupones exclusivos en la categoría de Tecnología. Antes trabajó en otros medios de comunicación. Ha desarrollado su trayectoria en secciones de EL PAÍS como Local o Última Hora. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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