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El 21-D desde fuera de Cataluña

Ferrol, Jerez, Hernani y Vinaròs viven con distancia e interés a la vez la jornada electoral

Banderas independentistas catalanas en el centro de Hernani (Gipuzkoa).
Banderas independentistas catalanas en el centro de Hernani (Gipuzkoa).FERNANDO DOMINGO-ALDAMA (EL PAÍS)

El interés por las elecciones catalanas celebradas este jueves trasciende muchos ámbitos. El resto de España no ha vivido esta jornada con indiferencia y en ciudades como Ferrol (Galicia), Jerez (Andalucía), Hernani (País Vasco) o Vinaròs (Comunidad Valenciana) muchos vecinos han estado pendientes de lo que sucedía en Cataluña.

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A 1.096 kilómetros de la Rambla de Barcelona, en el mercado de A Magdalena de Ferrol (A Coruña), a José Manso se le dispara una mueca de escepticismo al escuchar hablar de la independencia de Cataluña. Este jubilado ferrolano considera inverosímil la secesión, pero sigue con interés este jueves la jornada electoral que se vive en la otra esquina de la Península porque cree que puede transformar el panorama de los partidos en España. “Si crecen los partidos nuevos, Ciudadanos y Podemos, puede haber consecuencias en toda España”, apunta. A sus 75 años y desde una ciudad golpeada por el paro como Ferrol, Manso sueña con un “cambio”: “Aquí no levantamos cabeza desde los años setenta”.

En las calles de esta urbe de 68.000 habitantes él no es el único que sigue de reojo estas particulares votaciones en Cataluña, celebradas de forma excepcional entre el trajín de un día laborable. Pilar, que regenta un puesto de pescado, no habla del tema con sus clientes porque “están saturados” pero no duda en confesarse tranquila con los resultados: “No me preocupa lo que pueda pasar porque las consecuencias las pagarán ellos [los catalanes]; yo creo que son unos privilegiados y no me parece bien que quieran más”.

Ambiente en las terrazas de Ferrol durante la jornada electoral catalana.
Ambiente en las terrazas de Ferrol durante la jornada electoral catalana.OSCAR CORRAL (EL PAÍS)

Apoyado en la barra de un bar de Esteiro, el barrio obrero que vio nacer al Pablo Iglesias que fundó el PSOE, Bruno Lopes advierte de que pase lo que pase en los comicios catalanes, tanto si ganan las fuerzas independentistas como si lo hace “el llamado bloque constitucionalista”, se producirá “un proceso de recentralización” que perjudicará “gravemente” a Galicia. Este diseñador gráfico de 39 años, partidario de la independencia de Cataluña y del derecho de autodeterminación de los pueblos, cree que la culpa, en todo caso, no es de los catalanes sino “de la metrópolis de Madrid” y de la gestión que se ha hecho de la crisis.

“Estas elecciones van a influir en el resto de comunidades porque lo que obtenga Cataluña puede abrirse para Galicia. Y no me refiero tanto al autogobierno como, por ejemplo, a la financiación”, señala la coruñesa María Cuns, estudiante de Ingeniería Industrial en el campus de Ferrol, que dejó de seguir al detalle la crisis catalana hace un mes por “saturación”. Isabel, funcionaria de 48 años, se mantiene, sin embargo, enganchada al devenir catalán, objeto de debate entre familia y amigos. Ella es muy crítica con los partidos independentistas: “Le han lavado el cerebro con mentiras hasta a gente con estudios. Respeto sus ideas pero no sus formas, se han saltado la ley”.

En la dura vida de Vanesa y Nicolás hay poco espacio para las elecciones catalanas. Esta pareja de 23 años, vecina de la localidad marinera de Cedeira, vende pescado en el mercado ferrolano y admite que nunca han ido a votar. Él se levanta cada día a las tres de la madrugada y ella, a las seis. “Bastante tenemos con lo que tenemos”, suspira Vanesa desde el otro lado del mostrador. “Nada va a cambiar en mi vida con estas elecciones. Si los catalanes quieren la independencia, que se la den, lo que ocurra después es cosa de ellos”, despacha Nicolás el asunto. “Lo que me preocupa a mí es que estamos en vísperas de Nochebuena y esta mañana he vendido solo una merluza”.

Jerez contiene el aliento

El viaje de Jerez a Barcelona no es desconocido para algunos de los casi 213.000 habitantes de esta localidad. Hasta 37.000 gaditanos viven en Cataluña. Tan común es marcharse como frecuentes son ahora los reencuentros de los regresan por Navidad a su tierra, adornada ahora con cientos de banderas españolas en sus balcones. Solo este jueves, un Airbus A320 de Vueling ha traído a casa a decenas. No parece haberle salido mal a muchos de los que se fueron, hasta 4.690 contratos a trabajadores gaditanos se rubricaron el año pasado en Cataluña, según datos ya hechos públicos por el Ministerio de Empleo. 

Emigrantes andaluces a Cataluña que regresan a Jerez para las Navidades.
Emigrantes andaluces a Cataluña que regresan a Jerez para las Navidades.Juan Carlos Toro (EL PAÍS)

Entre besos y abrazos, Antonio Rosa es uno de ellos. Y le pasa como a Rufino Arrimadas, a sus 75 años, ya está de vuelta de todo. Llega de una Barcelona donde vive con su mujer desde hace más de 57 años. Aunque es natural de Minas de Riotinto (Huelva), se marchó cuando contaba solo con 17 años para trabajar en una fábrica de automóviles. Hoy regresa a la tierra de su mujer para pasar las Navidades con su hijo (catalán de nacimiento, pero asentado en Cádiz desde hace más de 20 años). Conocedor de lo histórico de la jornada, antes de volar no dudó en votar, “por supuesto, no a los independentista, ante todo soy andaluz”, añade sin aportar más detalle. “Se están tergiversando mensajes. Hay mucho rencor y odio por los dos lados. Es necesario encontrar una solución con diálogo”, añade enérgico Rosa.

No es el único que percibe la polarización ciudadana. A pocos pasos de Antonio Rosa, Alex Lorenzo y su chihuahua Furia esperan a que su madre venga a recogerle del aeropuerto. “Al estar lejos, la familia lo lleva mal. Están nerviosos y preocupados, aunque allí se hace vida normal, salvo que te metas en una manifestación”, reconoce el joven diseñador gráfico. Lorenzo se ha sumado hoy a su mujer e hija que llegaron hace días a Jerez, pero antes de venir ha intentado votar. “Llegué al colegio electoral a las 9.00 y, pese que tenía tres horas de margen, la cola era tal que me tuve que ir sin votar”, apostilla preocupado.

Pocos minutos después llega Ana Gómez, madre de Lorenzo. Se baja del coche y se funde en un sentido abrazo con su hijo, al que no ve desde el verano. Después de tantas batalla política espectacularizada, Gómez hasta se ha acostumbrado: “Al principio lo llevaba mal, le llamaba porque estaba muy preocupada. Después de tanta saturación, llega un momento en el que la calma aparece”. Antonio Rosa también se siente superado por la situación, de ahí que espera que las elecciones de hoy sirvan para algo “aunque parece difícil”. “Estamos cansados de la misma canción todos los días, esto tiene que terminarse ya”, añade el jubilado.

Marta Vadillo era también compañera de vuelo de Lorenzo y Antonio, ha volado desde Barcelona, aunque vive en Santa Coloma. Lleva ocho años viviendo en Cataluña, pero este viaje es especial y no precisamente por las elecciones del 21D. “Ha tenido un hijo, tiene cuatro meses y es la primera vez que viene a Cádiz con él”, explica su madre Carmen Delgado, poco antes de reencontrarse con Marta. Y eso es lo más importante para la joven madre, harta de tantos dimes y diretes. “No he podido votar porque hoy viajaba, pero es que no quería hacerlo, ¿para qué? Si todos son iguales y no va a servir para nada”, apostilla contundente.

Hernani, proximidad emocional y lejanía política

Un resol ilumina y calienta la esquina de las calles Andre y Nagusia de Hernani, Gipuzkoa. En esa confluencia, un cartel con la estelada y una pequeña ikurriña reclama la libertad para los Jordis, los líderes de ANC y Òmnium Cultural, encarcelados por orden de la jueza de la Audiencia Nacional Carmen Lamela. En los balcones de la calle que baja desde el Ayuntamiento también hay varias esteladas independentistas junto a otros carteles que piden la vuelta a casa de los presos de ETA. En el Ayuntamiento, sin embargo, ya no está colgada la enseña catalana, solo ondean la española, la vasca y la europea.

Señera 'estelada' junto a la ikurriña en el centro de Hernani.
Señera 'estelada' junto a la ikurriña en el centro de Hernani.FENANDO DOMINGO-ALDAMA (EL PAÍS)

Son los únicos signos en esa localidad de mayoría independentista, de que a 500 kilómetros, en Cataluña, los ciudadanos votan en unas elecciones para decidir quién quiere que les gobierne. "Es que son las elecciones del 155", dice Joxe Manuel, que aprovecha el rayo de sol para templar la piel en un banco de madera a la puerta de la Taberna Zinkoenea. Es su manera de exculpar el decreciente entusiasmo y la escasa visualización de los apoyos a los divididos partidos nacionalistas y anticapitalistas catalanes, pese a que EH Bildu ha optado por imitar la vía unilateral de llegar a la independencia.

En Euskadi, la proximidad emocional se ha traducido en frialdad política. Si ante la convocatoria del referéndum ilegal, EH Bildu, el PNV y Elkarrekin Podemos se sumaron a su convocatoria y algunos de sus líderes viajaron a Cataluña para apoyar al Govern, ante las elecciones de 21-D las muestras de solidaridad son más internas que externas. Aunque en San Sebastián, Bilbao y Vitoria hay esteladas colgadas en algunos balcones, no se han celebrado manifestaciones de apoyo ni ha habido mociones en los ayuntamientos con motivo de los comicios como sí hubo antes la proximidad del referéndum ilegal.

Hernani, la ciudad de 19.000 habitantes en la que se inspiró Fernando Aranburu para escribir la exitosa Patria, es buena muestra de ello. Cuando las urnas ya llevaban abiertas tres horas en Cataluña, el pueblo latía con absoluta normalidad y eso que se trata de una localidad muy dada a los homenajes. En septiembre de 2016 un grupo de medio centenar de estudiantes del instituto tributó un homenaje a 22 etarras con pegada de carteles y baile del aurresku incluidos. Lo hicieron sin autorización del centro durante el recreo con motivo del Gudari Eguna (Día del soldado vasco).

El pueblo, que sufrió varios zarpazos de ETA y que tiene a una decena de terroristas en la cárcel, está gobernado por EH Bildu, y es la ciudad natal de la diputada en el Congreso Marian Beitialarrangoitia, la misma que solicitó en 2008 un "chaparrón de aplausos" para los presuntos autores del atentado en la T-4 de Barajas Igor Portu y Mattin Sarasola. Esta mañana no había ni una sola estelada en el exterior de la Herriko Taberna, el local en el que se reúne la izquierda abertzale.

Normalidad en Vinaròs

Vinaròs (29.000 habitantes) es la localidad castellonense más cercana a Cataluña por el litoral. “Desde mi casa dudo que haya más de cuatro kilómetros en línea recta hasta Cases de Alcanar, en Tarragona. El término municipal llega a estar a menos de un kilómetro de distancia con Cataluña. Frontera pura y dura”, explica el alcalde, Enric Pla (Tots Som Vinaròs-Podemos).

Lazos amarillos en el puente sobre el río Cèrvol, en la frontera de Cataluña y la Comunidad Valenciana.
Lazos amarillos en el puente sobre el río Cèrvol, en la frontera de Cataluña y la Comunidad Valenciana.

Su ubicación fronteriza convirtió en octubre a este municipio de Castellón en polo de atracción para los ahorradores catalanes. Buscaron en sus bancos un lugar donde poner a salvo su dinero ante la incertidumbre que abría el procés. Dos meses después, y en plena jornada electoral catalana, el debate en las calles, bares y comercios vinarocenses sobre la situación política de sus vecinos no es, para nada, intenso. Entre los pocos iconos callejeros con alusión a las elecciones, los lazos amarillos de apoyo a los independentistas encarcelados con los que ha amanecido este jueves el puente del río Cérvol a su paso por Vinaròs.

En los bares, priman los almuerzos sobre el debate político que se cuece en las pantallas de los televisores entre bocadillos y cafés. “Está siendo una jornada tranquila, no se siente de una forma eufórica ni comprometida o empática. Mis clientes miran la tele y sueltan algún comentario si viene al caso, pero no dan pie a conversaciones. Lo vivimos como el resto de España”, señala Francisco, madrileño afincado desde hace nueve años en el norte de Castellón y propietario del bar que lleva su nombre en la avenida País Valencià. El mismo patrón se repite en la cafetería L’Original: “La gente comenta lo de las elecciones pero tampoco de una manera especial”, dice Sebastián su propietario. En La Bodegueta de Sant Vicent “nadie” ha sacado a colación la jornada electoral catalana. Tampoco en la tienda de ropa Espiral. Su propietaria, Mónica Pitarch, explica que la única alusión a la cita con las urnas ha sido la de una clienta que trabaja como profesora en Tarragona y que hoy “ha venido a comprar porque tenía fiesta por las elecciones”. En la óptica Cottet, en plena calle Mayor de Vinaròs, rechazan las preguntas de EL PAÍS: “No somos de Cataluña, para empezar. Y no tengo tiempo para atenderte…”.

El tema pasa también de largo en los bancos, tras el boom de octubre. “Es un día normal. No hay comentarios, más allá de que hoy son las elecciones”, añade un empleado de Cajamar, que prefiere no dar su nombre. Sebastián Montserrat, director de una sucursal de Bankia, también ratifica la normalidad de la jornada. “No estamos notando nada. Otra cosa es cuando se sepan los resultados. Pero lo estamos viviendo como el resto de España”.

El alcalde, Enric Pla, insiste en que la normalidad con la que se percibe desde Vinaròs la jornada electoral en Cataluña a tan corta distancia “es lo que tiene que ser”. Hay “curiosidad” y “respeto” a partes iguales. “Los catalanes toman sus propias decisiones”. Asegura que la integración entre los dos territorios es mutua, y las relaciones “muy normales”. Hace 25 años, antes de que se construyera el hospital de Vinaròs, “nuestros hijos nacían en Tortosa”, señala. Y sigue con los ejemplos: “los vecinos de los pueblos del sur de Tarragona vienen de compras a Vinaròs, hay gente que va y viene de una provincia a otra por trabajo cada día, y hasta las parroquias pertenecen al Obispado de Tortosa”. Pla concluye, convincente, que las cosas “se ven con mucho menos dramatismo a cuatro kilómetros de Cataluña que a 400, donde todo esto parece misterioso y complicado… La gente seguirá yendo y viniendo, y haciendo convivencia comarcal”.

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