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Un ruido inesperado se apodera del juicio del ‘procés’

Los abogados defensores buscan el choque con el tribunal, que también recibe críticas desde el exterior

Imagen del Tribunal que juzga el 'procés'. En vídeo, Jordi Pina desespera con el testimonio de los guardias civiles que estudiaron los correos del Jordi Sánchez.Foto: atlas | Vídeo: EFE | atlas

Hay trabajos que parecen pesados hasta que llega un guardia civil al juicio y declara que a él le tocó analizar los 3.800 correos electrónicos de la cuenta de Jordi Sànchez, y que de ellos solo seleccionó 22, y que de esos 22 ninguno era nada del otro mundo. El abogado Jordi Pina, que defiende al líder de la Asamblea Nacional Catalana, tiene tendencia a buscarle las cosquillas al juez Manuel Marchena –un deporte de alto riesgo–, pero en esta ocasión se centra en el asunto y practica un buen interrogatorio al agente de la Guardia Civil, que termina admitiendo que ninguno de los correos que cruzó Sànchez con media humanidad iba dirigido o provenía de ninguno de los consejeros del Gobierno de Carles Puigdemont. Un buen tanto para Pina, que aprovecha la etapa más llana de las 19 vividas hasta el momento para escaparse de los abogados Javier Ortega Smith y de Andreu van den Eynde, sus dos inmediatos perseguidores en el raro honor de exasperar al presidente del tribunal.

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–Vamos a ver, vamos a ver…– interrumpe el juez.

–No, no, no…

–Cómo que no, no, no, claro que sí, sí, sí…

En esta ocasión, la interrupción de Manuel Marchena solo pretende ayudar a Jordi Pina a centrar a un testigo con tendencia a irse por las ramas, pero también es cierto –como suelen decir los testigos cuando intentan añadir algo que no se les ha preguntado– que durante los últimos días se ha producido un incremento de los choques entre los abogados defensores y el presidente del tribunal. El ruido, dentro y fuera de la sala, va en aumento.

Dentro, los defensores de los líderes independentistas interrumpen constantemente el interrogatorio de los fiscales o hacen preguntas improcedentes a sabiendas de que el presidente no las va a permitir. Fuera, un magistrado jubilado por aquí, otro que expulsaron de la carrera por allá, intentan cuestionar la independencia del tribunal. Casualidad o no, el caso es que, de varias jornadas para acá, el ruido propio y el ajeno tratan de ocultar el rompecabezas que van formando con sus declaraciones los últimos testigos y que nada tiene que ver con el paisaje idílico –democracia, pacifismo y banderas al viento– que dibujaron los políticos presos durante los primeros días del juicio. Los agentes de la Guardia Civil que siguen pasando por el Salón de Plenos van dejando constancia, algunos con más énfasis y otros con menos, que la violencia afloró desde el 20 de septiembre en adelante, y que no solo ellos vivieron en sus carnes los insultos y las amenazas, sino también los letrados judiciales, que optaron por acudir a los registros con pasamontañas o pañuelos para cubrirse el rostro y que no los pudieran reconocer después.

Durante los últimos minutos de la jornada del martes se produjo una declaración que todavía coleaba el miércoles. La de un sargento de la Guardia Civil que se explayó en los momentos de “rabia descontrolada” que se vivieron cuando, una vez terminado el registro en la consejería de Exteriores, se llevaban detenido al alto cargo Xavier Puig. El agente, que no escatimó en detalles, aseguró en un momento de su declaración que, cuando la situación estaba más caliente, pasó por allí un vehículo oficial desde el que Carme Forcadell, entonces presidenta del Parlament y ahora sentada en el banquillo, “alentaba a la masa con la mano”. Los defensores se tiraron en tromba contra el sargento, porque sostenían que era imposible que Forcadell hubiera pasado por allí y encima, como aseguraba el agente, a contramano. La abogada Olga Arderiu pidió a Marchena que advirtiera al testigo de que podía estar incurriendo en un delito de falso testimonio, lo que el juez hizo. Cuando la sesión terminó, afloró en las redes un tuit escrito a las 11.02 de aquel 20 de septiembre por el periodista Guillem Andrés en el que informaba de que Forcadell acababa de pasar por allí saludando a los manifestantes. Solo ese pequeño detalle —¿pasó o no pasó Forcadell, saludó simplemente o alentó a la masa?— es un ejemplo de la complejidad de un juicio que, de pronto, se ve envuelto en un ruido inesperado.

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