David Beriain, a su madre: “Me quisiste tanto que me quisiste libre”
Años antes de ser asesinado en Burkina Faso, el periodista escribió a su madre para agradecer su sacrificio al dejarlo volar
En casa de Angelines Amatriain hay una foto grande de su hijo David Beriain con la leyenda “vuela libre”. Es la misma que presidió hace menos de cuatro meses el funeral por el periodista de 43 años asesinado en Burkina Faso junto al cámara Roberto Fraile y el ecologista Rory Young mientras realizaban un reportaje sobre caza furtiva. En la imagen, David lleva una camisa blanca y una sonrisa de oreja a oreja: está disparando el cohete que arranca las fiestas de su pueblo, Arta...
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En casa de Angelines Amatriain hay una foto grande de su hijo David Beriain con la leyenda “vuela libre”. Es la misma que presidió hace menos de cuatro meses el funeral por el periodista de 43 años asesinado en Burkina Faso junto al cámara Roberto Fraile y el ecologista Rory Young mientras realizaban un reportaje sobre caza furtiva. En la imagen, David lleva una camisa blanca y una sonrisa de oreja a oreja: está disparando el cohete que arranca las fiestas de su pueblo, Artajona (Navarra, 1.600 habitantes). Aquel día dijo: “Este es el regalo más bonito que me han hecho”. Allí, el reportero que se sentó con talibanes, narcos y sicarios era, antes de nada y sobre todo, el hijo de Angelines y Javier.
El retrato no dice “descanse en paz”, “que la tierra te sea leve” o cualquiera otra de las expresiones habituales en las despedidas. La frase, “vuela libre”, evoca unas palabras de Beriain en la película Morir para contar, estrenada apenas cuatro años antes de que muriera en acto de servicio: “He tenido la suerte de que las personas que me han querido lo han hecho de la manera más hermosa y radical posible, que es libre. Aunque eso haya significado que un día sonase el teléfono y dijeran: ‘David no va a volver”.
—¿Fue difícil aprender a querer así?
Angelines explica que se dio cuenta de que había tenido “un periodista” mucho antes de que su hijo obtuviese el título. “De pequeño”, recuerda, “mientras los niños jugaban al fútbol, él tomaba notas del partido”. “El Artajonés era la insignia del pueblo, todos los críos querían jugar en él”. Todos menos uno, que ya a los nueve años prefería contarlo. Muy pronto mostró interés por el resto del mundo, fascinado por las historias de misioneros. “Me di cuenta de que de algún modo lo perdía el primer verano de Universidad”. David escribió a muchos sitios, ansioso por hacer sus primeras prácticas, pero solo contestó El liberal, un diario de Santiago del Estero (Argentina). Allí realizó, entre otros, un reportaje sobre un manicomio donde abusaban de los enfermos. Volvió los dos veranos siguientes, para destapar un caso de corrupción política, y tuvo que regresar a España por amenazas de muerte. En 2008, por el Día de la Madre, escribió una carta a la suya. Angelines la lee, 12 años después, con el corazón en la garganta: “Todo esto no es más que una consecuencia natural del momento en el aeropuerto, cuando me viste marchar a Argentina con 18 años y supiste que aquello iba a cambiarlo todo. Me dejaste ir y me quisiste tanto que me quisiste libre”. “Creo que aquel día”, añade Angelines, “lloré casi más de lo que he llorado ahora”.
Cuando volvió de Argentina, aún no lo había verbalizado. No había llenado todavía aulas de universidades y congresos periodísticos con su eterna sonrisa y su fascinante relato, donde cabían anécdotas sobre la abuela Juanita, que nunca salió de su pueblo, percebeiros y narcos. Pero ya lo sabía: “El periodismo es la religión del otro, un aprendizaje constante sobre la naturaleza humana”, repetía cuando le pedían que contase lo que hacía. “A veces, donde más clara se ve, es en los extremos de la realidad porque ahí hay poco espacio para la impostura. En esos sitios difíciles, nos conceden el privilegio de compartir sus experiencias. Y yo no estoy enganchado a esto porque sea un yonqui de la adrenalina o porque necesite que me disparen para sentirme vivo. Sí estoy enganchado a ese privilegio”, añadía, cuando la pregunta era por qué hacía lo que hacía.
—Le enseñó a mirar, a escuchar…
Angelines, maestra “vocacional”, explica que vivió “los mejores años de la enseñanza”. “Podías recrearte con los alumnos. Me gustaba escucharles, mirarles a los ojos”. Pero enseguida atribuye al hombre de la foto el mérito que convirtió a su primer alumno en un documentalista multipremiado: “Nosotros pudimos poner los cimientos, pero David es el resultado de todas esas personas que conoció y que dejaron huella en él”. “En una charla de fin de curso”, añade, “el padrino de promoción dijo que a los hijos había que darles alas y raíces. Yo le di alas y siempre que venía a casa le decía: ‘vuela donde te dé la gana, pero siempre bien agarrado a tus raíces”.
Y lo hizo. En su funeral sonó el narcocorrido que le compusieron cuando entrevistó a los capos del cártel de Sinaloa. En la letra aparece “La Angelines”, “Javier”, “Artajona”... En la casa de los Beriain Amatriain se habla con familiaridad, por ejemplo, de Pastor Alape. Cuando David lo entrevistó, en 2010, era el jefe militar de las FARC y ofrecían por su cabeza 2,5 millones de dólares. Cuando murió, Pastor Alape escribió: “Me causa dolor su muerte en lo suyo, en el riesgo de buscar la verdad. Buen viaje, reportero de la eternidad”. Los pésames no solo llegaron de varios continentes, sino de distintos mundos. Todos habían oído hablar de Angelines porque para todos tenía siempre David una pregunta mágica que abría el cajón de las grandes repuestas: “Y tu madre, ¿qué piensa de todo esto?”.
—¿Y qué le enseñó David a usted?
“Me enseñó a no tener prejuicios, a ser más tolerante, mejor persona. Me admiraba su humanidad. Decía: ‘si estuvieras en el lugar de esas personas, serías igual. Solo nos distinguen las circunstancias’. Se preocupaba mucho por su productora, 93 Metros. Una vez le pregunté si le compensaba ese esfuerzo tan descomunal y me respondió: ‘dejaré en herencia a Mikel y Aimar [sus sobrinos] solamente eso: el mundo abierto desde la ventana de este pueblo, todas las historias, personas y culturas que he conocido”.
Antes de cada viaje, David la llamaba desde el aeropuerto. “Siempre le decía: ‘pero vuelve, eh, no me hagas esa faena’. Eran conversaciones rápidas para que no me oyera llorar y yo a él tampoco”. “Ahora viene gente a verme que dice: ‘Yo no le habría dejado ir’. Jamás intenté convencerlo porque él era feliz y yo quería que fuera feliz. Como cualquier madre. Cuando mataron a José Couso estaba en Irak. Un directivo de La Voz de Galicia me llamó para decirme que si quería, le ponían un avión a David para que volviese. Yo le dije que tenía que volver cuando él decidiese. Irak fue el peor para mí porque era aún un crío y me preocupaban las secuelas psicológicas. Cuando venía a casa le decía: ”David, ¿podemos charlar un ratico de madre a hijo?’. Y nos sentábamos en la cocina a hablar. Una vez le pregunté cuántas cicatrices tendría en el alma y me respondió que sí, que tenía muchas heridas, pero que era un privilegiado porque su billete era de ida y vuelta”.
Cuenta Angelines que la peor llamada la pilló menos preparada que otras veces. “Le doy vueltas a si sufrió, pero no tengo odio a quien disparó. Y reconozco a mi hijo en el relato de lo sucedido. Quizá yo habría huido, pero sé que él no habría podido seguir viviendo sabiendo que había dejado allí a Roberto, igual que sé que Roberto habría hecho lo mismo si hubiesen disparado primero a David”.
—¿Cómo ha sido ser la madre de David Beriain?
“He sido una mamá muy normal de un hijo que por lo que eligió no era tan normal. Un navarro cabezón, mi refugio, mi luz. Sé que me quiso con toda su alma, como yo a él. Ha sido feliz y su trabajo ha servido para dar visibilidad a personas sin voz. Su vida ha merecido mucho la pena”.
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