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Vivimos una pandemia galopante de miopía: ¿qué consecuencias puede tener?

Los niños del siglo XXI ya pasan la mayor parte del día mirando de cerca, tanto para estudiar como para jugar

Miopia
Un niño usa un portátil en la cama.mustafagul (Getty Images)

Manolito Gafotas, personaje literario de los años 90 creado por la escritora española Elvira Lindo, ya tenía entre sus tres mayores deseos poder ver bien sin las gafas que tanto odiaba. Esa miopía tan molesta para Manolito se ha convertido en una de las grandes pandemias del siglo XXI. Pero si niños con gafas siempre ha habido, ¿es cierto que ahora hay más miopes?

Volvamos la vista a casi cien años atrás, la época en la que nuestros abuelos y bisabuelos eran pequeños. En 1928 se publicaba en la revista Public Health Bulletin un trabajo de varios investigadores en el que se mostraba que solo el 3,8 % de los niños entre 6 y 14 años en Estados Unidos eran miopes. En cambio, el 21,6 % de ellos sufrían hipermetropía. Casi cincuenta años después, en los años 70, la prevalencia de miopía en personas de entre 12 y 17 años pasó a ser del 25 % y al inicio de este siglo, de casi el 34 %.

Si nos fijamos en los países asiáticos, el crecimiento es más alarmante si cabe, ya que en muchos países de esa región los porcentajes superan el 80 % de la población infantil y adolescente. En España, un estudio reciente realizado por AMIRES (Asociación de Miopía Magna con Retinopatías) mostró cómo se triplica el número de niños con miopía entre segundo y sexto de primaria. Y la estimación es que en 2050 la mitad de la población mundial sea miope.

Cambios en el estilo de vida: una posible explicación

Algo ha cambiado desde hace un siglo para que la prevalencia haya dado un salto tan impactante. Resulta evidente la relación de la miopía con la genética: es mucho más fácil experimentarla si nuestros padres la sufren. Y mayor peso tiene esa predisposición genética cuanto mayor es la miopía (si es superior a 5-6 dioptrías se considera magna o patológica).

Esto no se ha modificado, pero sí –y de forma sustancial– nuestros hábitos: la distancia a la que enfocamos la vista a lo largo del día. Nuestros abuelos y bisabuelos pasaban mucho tiempo mirando de lejos. No tenían facilidad para poder estudiar y, por supuesto, destinaban sus horas de ocio a jugar en la calle, donde todo está lejos (piensen que, en términos ópticos, seis metros es el infinito).

Es verdad que los niños de las últimas décadas del siglo XX sí invirtieron mucho tiempo en el estudio, pero siguieron dedicando su ocio a realizar actividades al aire libre. Y en siglo XXI ya pasan la mayor parte del día mirando de cerca, tanto para estudiar como para jugar.

Por ejemplo, según un metaanálisis de 2021, fijar la vista muchas horas sobre las pantallas de móviles o tabletas aumentaría el riesgo de sufrir miopía un 30 % en personas de 3 meses a 33 años de edad. Y el porcentaje se dispararía hasta el 80 % cuando se añade el uso excesivo de ordenadores.

Pero no caigamos en el error de echarle la culpa a la radiación de las pantallas, sino a la distancia al que se usan estos dispositivos. En cierta manera, para los amantes de la antropología, quizás solo estemos ante una adaptación del humano al medio. La vida ahora se vive de cerca.

Consecuencias (graves) de la miopía

Pero ¿qué más dan las dioptrías que tenga mi hijo si con unas gafas o unas lentes de contacto se va a solucionar? No resulta tan sencillo. Aunque en la mayoría de los casos la miopía es un defecto de la visión no patológico, cuando progresa en exceso puede conllevar patologías asociadas como el desprendimiento de retina, maculopatías miópicas, alteraciones del nervio óptico o glaucoma. Estas enfermedades aparecerán sobre todo durante la edad adulta, con consecuencia de ceguera para los casos más graves.

No podemos olvidar que la miopía patológica está a la cabeza de las dolencias en los afiliados de la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE). Además, la cortedad de vista tiene efectos intangibles en la calidad de vida como la dependencia de la corrección óptica y limitaciones profesionales o deportivas, que son más severas cuanto más avanza el trastorno.

¿Qué podemos hacer?

En la última década se han desarrollado diferentes intervenciones terapéuticas para intentar minimizar el crecimiento de la miopía en la edad infantil. Actualmente existen fármacos como la atropina, que se administran en forma de gotas; lentes de contacto de uso nocturno –como la ortoqueratología– y diurno –como las lentes de desenfoque periférico–; o incluso gafas con lentes oftálmicas que han demostrado su eficacia.

La evidencia científica nos indica que todas estas intervenciones presentan una reducción del aumento de la miopía de entre el 35 % y el 60 %. Está probada su efectividad, pero aún no se conoce con certeza el mecanismo de acción por el que disminuyen el crecimiento del ojo, motivo de la progresión del defecto visual.

En cualquier caso, las revisiones con profesionales como oftalmólogos y ópticos-optometristas son fundamentales en la edad infantil para poder tratar la miopía adecuadamente y lo antes posible.

Quizás el Manolito Gafotas adulto de 2023 sería más miope que un personaje infantil actual, ya que este se beneficiaría de alguno de los tratamientos antes citados. Y aunque en 2050 seguiría formando parte de la mitad de la humanidad miope, probablemente sufriría menos riesgo de padecer complicaciones oculares por culpa de este imparable fenómeno de nuestros tiempos.

Juan Gonzalo Carracedo Rodríguez es profesor Titular de Universidad Optometria y Vision, Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.

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The Conversation

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