Rachel Weisz, una estrella discreta
Hay al menos dos maneras de ser una estrella de cine. Una es bien conocida: decirlo todo de una misma, dentro y fuera de la pantalla. Y otra, más discreta. Así nos lo contó la actriz británica en exclusiva para S Moda.
Imaginen una película en blanco y negro. Un hombre aparece en un escenario en bañador, con dos esposas en las muñecas y delante de una cubeta gigante llena de agua. Es moreno y apuesto. Aunque el público no lo sepa, lo que le da un aire exótico son sus orígenes húngaros. Tampoco saben que se llama Erik Weisz y nació en Budapest en 1874, aunque cambió su nombre al llegar a Estados Unidos. Lo único que sabe el público es que este hombre se hace llamar El Gran Houdini y que su capacidad para escapar de cualquier tipo de atadura, cadenas o grilletes lo ha hecho famoso en medio mundo. Rachel Weisz ha fabulado con ese personaje desde niña, cuando su padre, un ingeniero industrial también de origen húngaro, le contó la historia del mago. «No tenemos constancia de ser parientes, aunque me hubiera gustado mucho serlo. Es un personaje fascinante, ¿no cree?».
Rachel Weisz acaba de llegar a Londres desde Nueva York, después de un retraso de varias horas provocado por una tormenta en la costa Este. Está en su ciudad natal para presentar Serpenti, la nueva colección de alta joyería de Bulgari, a la que ha prestado su imagen. Tanto en la campaña que ha realizado con la fotógrafa Annie Leibovitz como en persona, esta actriz de 42 años resulta espectacular. Pero no es una mujer espectacular al uso, más bien tiene algo de belleza antigua, clásica y misteriosa. Lo saben bien los cineastas que la han dirigido, desde Bernardo Bertolucci (Belleza robada, 1996) a Alejandro Amenábar (Ágora, 2009), pasando por Wong Kar-Wai (My blueberry nights, 2007) o Fernando Meirelles (El jardinero fiel, con cuyo papel ganó el Oscar a la mejor actriz secundaria en 2005). Su mirada es inolvidable. Y su presencia, un valor. Desde el drama a la acción. La más reciente, El legado de Bourne, junto a Jeremy Renner.
El suyo es uno de esos (agradecidos) casos de actrices que, pasados los 40 años, se encuentra en el mejor momento de su vida, profesional y personalmente. Y eso se trasluce en el rostro, la actitud y, definitivamente, en el atractivo. Madre de un niño de seis años, habido de su relación con el director Darren Aronofsky (Cisne negro, 2010), lleva poco más de un año casada con el estupendo agente 007, Craig, Daniel Craig. Pero esa es otra historia.
La suya comenzó muchos años atrás. Licenciada en Literatura Inglesa por la Universidad de Cambridge, fue durante sus años de estudiante cuando empezó a hacer sus primeros pinitos como actriz. «¿Cómo que si quería ser actriz?… ¡Es un trabajo ridículo!», bromea sobre el descubrimiento de su tardía vocación. Aunque inmediatamente se corrige. «En realidad está todo conectado. Se trata de jugar con la imaginación. Unos la estimulan mirando un cuadro, leyendo un libro o viendo una película. Pero todo gira en torno a imaginar».
Sus padres, un hombre húngaro y una mujer de origen italoaustríaco que se trasladaron a Londres tras la Segunda Guerra Mundial, algo debieron tener que ver en ese gusto por la imaginación cuando ella ha dedicado su vida a interpretar y su hermana menor, Minnie, es artista y fotógrafa. Rachel sonríe cuando definen la profesión de su padre como «inventor». «Digamos que es la manera más romántica de contar lo que hace un ingeniero y diseñador industrial [inventó, entre otras cosas, un respirador artificial]. Y a él le gusta mucho esa palabra…». Ella también inventa, metafóricamente hablando. «Yo no hago ningún producto. No soy escritora ni pintora, en realidad solo me invento a mí misma» (y se da palmaditas en el pecho).
¿Su mejor creación?
«Tal vez sea Blanche DuBois, mi personaje de Un tranvía llamado deseo, que hice hace un par de años en teatro, en Londres, pero yo no la inventé, es de Tennesse Williams». Con una salvedad, que hace un par de años escribió y dirigió un cortometraje, The Thief (El ladrón). «Bueno, sí, lo escribí. Pero novelas no… Tengo muchas novelas en mí, aunque no creo que las escriba», confiesa con un leve suspiro. En el curso de la conversación, Rachel, que resulta francamente amable, procura escaparse de algunas de esas falsas leyendas que pesan sobre ella. ¿Un ejemplo? Que en su juventud fue una feminista radical. «En realidad me dediqué a estudiar la teoría literaria de algunas escritoras feministas, pero… ¿me convierte eso en una? De hecho, no sé bien lo que es ser una feminista radical, aunque, por supuesto, creo en los derechos de las mujeres», explica.
Rachel Weisz lleva collar de la nueva colección de joyería Serpenti de Bulgari.
Álvaro Beamud Cortés
¿Algún modelo a seguir?
«Me interesa mucho el trabajo que hace Melinda Gates en algunos países en vías de desarrollo y su interés por los métodos anticonceptivos para mujeres. Creo que es una persona con una perspectiva humanista admirable». Luego recordará que, a raíz del rodaje en Kenia de El jardinero fiel, montaron una escuela que aún funciona. O cómo, durante la grabación de El legado de Bourne en Filipinas, también colaboró con otro proyecto en los suburbios de Manila. Lo hace, eso sí, con una nada impostada modestia: «Son cosas muy pequeñas».
Puestos en situación de escapar de otros titulares que se le adjudican, surge uno llamativo. Su rechazo al empleo del bótox. «Yo no he dicho nunca que esté en contra del bótox», aclara. «Quiero decir que nunca lo habría planteado así. Creo que cada uno debe hacer lo que le parezca, no me gusta decirle a nadie lo que debe hacer o no. Simplemente creo que, para mí y como actriz, no me parece la mejor opción». No obstante, el físico es una cuestión que ronda a muchas actrices en particular y a las mujeres en general. «¿Quiere saber si me preocupa la edad?», se adelanta Weisz. «No mucho, la verdad. Sobre todo porque es algo que sucede. No es la belleza lo que pasa, es la vida». Claro que, quien dice esto está considerada una de las mujeres más sexies del planeta.
— ¿Se reconoce en esa imagen?
— [Weisz hace una pausa prolongada antes de contestar] ¿No estará intentando que diga que me siento muy atractiva?
— En absoluto.
— Creo que es algo que depende mucho de cómo te sientas por dentro. Como actriz he interpretado personajes que son atractivos, que van vestidos de una determinada manera, que se arreglan mucho o poco. Pero no soy yo. Es ficción. Es fantasía. Tampoco creo que para sentirse sexy haga falta llevar taconazos o los labios pintados de rojo. Yo me puedo sentir muy atractiva en vaqueros y camiseta mientras llevo a mi hijo al colegio».
Antes de terminar surge otro dato biográfico por ¿desmontar? Que fue modelo antes que actriz. «Sí. Lo hice cuando era casi una adolescente, y por ganar algo de dinero para mis gastos. Recuerdo que me pedían que pareciera sexy, pero entonces yo no era consciente de lo que era aquello, y acababa pareciendo enfadada. Pero fue muy útil. Aprendí que ser modelo es justo lo contrario a ser actriz. Cuando eres modelo tienes que trabajar para la cámara, conocerla bien y no perderla de vista, mientras que para mí ser actriz consiste precisamente en olvidarte de ella».
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