La jubilación de Dries van Noten: el último de los seis de Amberes en renunciar a un oficio en extinción
A excepción de sus compañeros de profesión, el diseñador belga ha decidido retirarse cuando toca, es decir, a los 65 años, “y así poder hacer esas cosas para las que no he tenido tiempo”, dice. Si Dries siempre ha puesto de acuerdo a crítica, clientes y aficionados es precisamente por esta independencia al tomar decisiones, laborales y de vida
Dries van Noten va a cumplir 66 años y, como haría la mayoría, se ha jubilado. “Creo que es el momento de dejar espacio a las nuevas generaciones”, dijo este martes en el comunicado en el que anunciaba su marcha. Esa mayoría no suele incluir a los diseñadores de moda, que, ya sea por la adrenalina o por la adicción que genera el éxito, deciden envejecer al frente de las firmas si esas mismas marcas no los condenan al ostracismo antes, algo también bastante habitual en este negocio. Pero Dries van Noten siempre tuvo claro que lo suyo era un trabajo apasionante, pero un trabajo al fin y al cabo.
Lo demostró en los 38 años que ha gestionado (además de diseñado) su marca homónima. Su abuelo y su padre regentaban tiendas de confección y él siempre supo que, además de vender, quería diseñar. Formó parte de esa cantera de creativos que se graduó en 1986 en la Royal Academy of Fine Arts de Amberes y que los medios comenzaron a llamar “Los seis de Amberes” (Marina Yee, Ann Demeulemeester, Dirk Bikkembergs, Walter van Beirendonck y Dirk van Saene completan el grupo), el colectivo que puso a la pequeña ciudad belga en el mapa, pese a que cada uno tenía un estilo distinto.
Lo primero que hizo Dries fue abrir una pequeña tienda de ropa masculina en su ciudad natal en el mismo año 86, porque puede parecer habitual, pero lo cierto es que por extraño que parezca, no muchos diseñadores conocidos tienen la venta real de sus diseños en el centro de su trabajo. Él la tuvo desde el principio. Ropa real, llevable y ajena a cualquier tendencia global, ropa que se atesora y se rescata 10 o 15 años más tarde. A día de hoy, Dries van Noten no saca a desfilar ni una sola prenda que no vaya a encontrarse en un perchero, y se ocupa de que los buyers, es decir, los que compran para tiendas multimarca de todo el mundo, le hayan hecho los pedidos necesarios antes de presentar la colección en París. A fin de cuentas, la marca fue exclusivamente suya hasta 2018, momento en que el grupo catalán Puig compró la mitad, y había que mantener su solvencia por los cauces tradicionales, es decir, vendiendo sus diseños. Él mismo lo reiteraba cuando, en Navidad, SModa lo entrevistaba: “Para mí lo más importante es que lo que hago se pueda llevar, aunque sea ropa llamativa con estampados y colores fuertes. Lo más importante es que forme parte del carácter de quien la lleva”.
Porque nuevamente puede parecer extraño, pero el belga es de los pocos, por no decir el único, que en tiempos en que las firmas de moda se acercan a ser multinacionales del entretenimiento él se toma esto como un oficio. Nunca quiso hacer publicidad, nunca quiso tener a celebridades en nómina, mucho menos a influencers: “Respeto demasiado a la prensa tradicional como para hacer algo así”, contaba en el documental Dries (2017) en el que abría las puertas de su estudio, de su casa y del jardín que cuida con mimo para relajarse. También presentaba al mundo a Patrick Vangheluwe, su pareja y jefe de prensa durante media vida.
En una de las escenas, ambos charlaban mientras preparaban la cena sobre sus programadísimos veranos en su casa de Italia porque Dries, contaba Patrick, es metódico hasta para hacer turismo y tiene (o tenía) poco tiempo para relajarse. “Hay que ser honesto en todos los aspectos, en la forma de producir y también de comunicar”, contaba el belga hace unas semanas a esta cabecera. Tan honesto que, en otra de las escenas de ese mismo documental, narraba cómo su colección de 2001, más minimalista en lo cromático de lo habitual, fue un fracaso de ventas, un paso en falso que aprovecharon los grandes conglomerados de marcas como Kering y LVMH, que entonces despuntaban, para hacerle jugosas ofertas. “Pero dije no, no puedo vender y entrar en esa vorágine de accesorios y productos porque va en contra de lo que creo”, decía entonces.
Radicalmente independiente en lo económico, pero también en lo estético (sus estampados y sus audaces juegos de color empezaron a tener éxito en los noventa, la era del minimalismo monocromo), Dries van Noten sorprendió a todos cuando anunció que vendía una parte mayoritaria de su negocio al grupo Puig. El último mohicano, el que llevaba más de cien desfiles a sus espaldas pagados de su bolsillo, sin patrocinadores de por medio, se “rendía”, entre comillas, porque resultó que el tiempo le dio la razón; nada había cambiado. Él seguía siendo el consejero delegado y desde su estudio en una antigua lonja de Amberes se encargaba de la gestión de las colecciones. El músculo económico y logístico de la multinacional catalana le permitió abrir tiendas en Asia y en Estados Unidos y, sobre todo, no subir los precios, algo que al belga le obsesionaba, en un momento en que los proveedores son cada vez más caros. A cambio, lanzó una colección de perfumes y labiales que ahora se completará con nuevos productos de belleza.
Sin embargo, nada en su diseño se vio trastocado. Tampoco en sus desfiles, que, ya fueran en lugares grandes o pequeños, siguen destilando una cercanía y una especie de intimidad casi excepcional en la semana de la moda parisina. “Me llegó un mail de Dries contándome que había empezado una colección inspirada en Barry Lyndon y que en el moodboard había fotos mías. Me dijo que prefería tenerme a su lado que copiarme. Me fui a Amberes, a su estudio, tan poco pretencioso, tan él. Él es muy cuadriculado a la hora de trabajar, no produce nada que no esté vendido de antemano, pero me repetía: ‘Siéntete libre”, contaba a SModa Christian Lacroix, que salió de su retiro para colaborar con él en su colección para la primavera de 2020, en el que se convirtió en uno de los desfiles más emocionantes de la última década. Fue en ese año pandémico cuando escribió una carta abierta en la que pedía que la industria ralentizara su número de colecciones anuales y sus volúmenes de producción, una petición que firmaron numerosas marcas aunque, en la práctica, nada cambió.
Nada y, a la vez, todo hacía presagiar que el diseñador más respetado por todos los aficionados a la moda fuera a jubilarse ya. Pero lo cierto es que la venta de su marca a Puig ahora cobra un sentido especial. Él mismo ha declarado muchas veces que este paso lo dio, en parte, por garantizar la supervivencia de su empresa, su proyecto de vida, a medio plazo. También que quiere que las nuevas generaciones tomen el relevo. Su equipo no supera los 40 años y él siempre se ha mantenido ligado la escuela donde estudió, ejerciendo de jurado en los desfiles de graduación e impartiendo charlas. Cuenta que le encanta discutir con los jóvenes (“porque yo veo el mundo de forma distinta, como una persona mayor”) y que su mayor consejo es “tener paciencia. En la moda hay que ir ganando experiencia”. En una carta en primera persona (como no podía ser de otra manera, tratándose de él) enviada a los medios, el diseñador explica que ya ha cumplido su sueño de tener una voz dentro de la moda “y ahora toca dar un giro para hacer todas esas cosas para las que no he tenido tiempo”. Su último desfile será el próximo junio, aunque, dice, seguirá ligado a la marca, aunque ahora Patrick y él podrán aprovechar de verdad sus días en Italia o en su jardín en Amberes. Como hicieron anteriormente sus compatriotas belgas y como no podía ser de otra forma, Dries van Noten es el único diseñador actual que se ha jubilado en la edad en que le tocaba jubilarse.
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