“Las células madre iPS tienen memoria de su origen”
El científico japonés está centrado en la producción de componentes sanguíneos
Puestos a frivolizar, el hematólogo japonés Koji Eto, nacido en Nagano hace 48 años, reúne todos los estereotipos que se suponen a su nacionalidad: extremadamente cortés, comedido y, pese a sus cinco años en EE UU, con un acento inconfundible en su inglés. Solo cuando cuenta esa experiencia americana, Eto se salta el protocolo y cuenta con pasión que fue enviado al Instituto Scripps de La Jolla (California) por su jefe para estudiar sobre la agregación plaquetaria, y que el año inicial se convirtió en un quinquenio del que volvió transformado: aparte de que pudo disfrutar del golf –tenía un campo justo frente al laboratorio-, dejó atrás 35 años de práctica clínica de la cardiología y regresó a Japón en 2004 para convertirse en miembro del equipo de Shinya Yamanaka con laboratorio propio en la Universidad de Kioto. Y hablar de Yamanaka es referirse a los trabajos más punteros en el manejo de células madre iPS (pluripotenciales, obtenidas a partir de células de la piel o de otros órganos, a diferencia de las embrionarias, que fueron las que abrieron el campo). Eto ha estado en Madrid invitado por la Embajada de Japón y la Fundación BBVA, que justo el año pasado concedió a su jefe un premio Fronteras del Conocimiento por estos trabajos.
La idea de fabricar sangre tiene una utilidad evidente. La Organización Mundial de la Salud calcula que cada año se recogen 93 millones de donaciones, pero que son claramente insuficientes para cubrir la demanda. Aquí es donde entran en juego las células iPS, similares a las madre embrionarias con una diferencia: se obtienen de células de tejidos de adulto, a las que se reprograma para convertirlas en otras. “No son útiles solo para la medicina regenerativa [crear tejidos u órganos], también lo son para estudiar enfermedades y medicamentos”, dice Eto.
En el Centro de Investigación y Aplicación de Células iPS de la Universidad de Kioto donde trabaja, Eto está centrado en un campo muy especial: la producción de componentes sanguíneos. Y, sobre todo –porque es lo que parece más cercano- de plaquetas. “Son células especiales porque no tienen núcleo. Por eso no se pueden cultivar como otras. Lo que hay que buscar es una buena cepa de miocardiocitos a partir de los cuales conseguirlas”, dice.
En eso trabaja. “Cuando creamos una cepa no sabemos cómo va a funcionar. Unas tienen mucha capacidad de generar plaquetas; otras no”, afirma. En este estudio se han salido de los estándares de la producción de iPS. “Lo que hemos visto es que funcionan mejor si vienen de células de sangre que de piel [que es lo que más se ha estudiado]. De alguna manera, parece que tienen una memoria de su origen. No sabemos por qué, pero creemos que se debe a factores epigenéticos”. Estos son los que regulan la expresión de los genes y hacen que una célula sea de piel o de sangre, o una neurona o un músculo: todas tienen el mismo material genético, y se diferencian por los genes que se expresan (los que se traducen en proteínas) o no. Eto pone un ejemplo. “Entre obtenerlas de un milímetro cuadrado de piel o de tres mililitros de sangre, para las plaquetas funcionan mejor las de sangre”.
Esta propiedad de que las células iPS eran menos puras que las embrionarias, porque mantenían alguna información de su desarrollo previo, ya había sido detectada. Lo que el centro de Kioto ha sido darle la vuelta y aprovecharlo para buscar una mayor productividad. Porque ese es el primer paso para conseguir fabricar sangre artificial, o, más modestamente, plaquetas: “Establecer qué líneas de células iPS son las mejores, porque hasta ahora su eficacia es muy pequeña”, admite Eto.
El investigador no omite un hecho: esta línea de estudio se abrió de alguna manera forzada. Las células madre naturales son las embrionarias, pero cuando llega el momento de investigar en humanos, “hay pocas”. “En Japón hay solo cinco líneas”.
Para un uso a mayor escala, tendrán que pasar unos 10 años"
Este material biológico ha sido muy cuestionado en algunos países, como España y EE UU, porque para obtenerlo hay que destruir embriones de dos semanas (una pelotita de células sin sistema cardiaco o nervioso), y los grupos conservadores lo consideran un aborto. “De alguna manera, era material de desecho, porque viene de los embriones que las parejas no quieren. Las iPS están más controladas”, dice el científico, aunque niega que ese haya sido el problema en Japón, aunque para trabajar con ellas “hay que pedir permiso”.
La utilidad del trabajo es clara. Las plaquetas “tienen tres marcadores HLA [los que determinan la incompatibilidad entre donante y receptor], A, B y RD. Si se fabrican se puede cubrir la demanda de los grupos más raros”, informa Eto. Pero todavía queda tiempo. “Para los primeros donantes, que eran sanos, en dos o tres años podrá haber pruebas; para un uso a mayor escala, tendrán que pasar unos 10 años”, indica.
Y eso solo para las plaquetas. Para otros componentes de la sangre, como los glóbulos rojos, calcula que tendrán que pasar “otros 10 años más”. Estas células comparten con las plaquetas que no tienen núcleo, pero con una característica que está frenando la investigación. “No sabemos por qué, pero el proceso de enucleación no funciona. Por su estructura, se rompen”.
Eso sí, todo es cuestión de tiempo.
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