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ALMUERZO CON... SIMONE ECKER

“Con Internet no hay morriña”

La científica del CNIO ha recibido el premio a la mejor posdoctoral austriaca

Simone Ecker, investigadora del CNIO.
Simone Ecker, investigadora del CNIO.CARLOS ROSILLO

Pocas cosas se agradecen más que una persona que se ríe de sí misma. Y ya durante las fotos, Simone Ecker (Grieskirchen, 1982) demuestra esa capacidad atribuyendo su timidez para posar a la seriedad de los austriacos. Para seguir con el tópico, ha escogido concienzudamente el sitio —la cafetería de un edificio de la UNED en el madrileño barrio de Lavapiés—, aunque, dispuesta a salirse del estereotipo, explica que no lo ha hecho “por el aspecto académico”. “Es que me encantan las terrazas”. Y los más de 20 grados y las vistas a una de las corralas más castizas —aunque haya que explicarle su peculiaridad— avalan la elección.

El sitio es uno de los “descubrimientos” que ha hecho Ecker en el año que lleva en la ciudad, aunque nunca había comido en el local. “Está bueno”, dice cuando, por fin —y en contra de sus costumbres— se lanza a migar pan en el salmorejo. “Llegué el 19 de octubre de 2011 con una beca de la Fundación La Caixa para trabajar en el CNIO [Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas]. No paró de llover en un mes”, recuerda con precisión. “Nada que ver con la soleada España que esperaba”.

Aquella imagen ya se le ha borrado. Aunque, por lo que cuenta, y pese a que presume de que le gusta viajar, parece claro que el trabajo la ha absorbido casi al completo. “Siempre quise estudiar Medicina, pero no para ver pacientes, sino para investigar. Pero a los 13 o 14 años descubrí la informática, y me hice programadora. Después de cinco años encontré la carrera perfecta: Informática Biomédica. Me permitía combinar los dos campos. Cuando terminé el máster tenía una plaza en Austria. Pero vi estas del CNIO. Y aquí estoy. Es el sitio perfecto para mí. Trabajo en epigenética y genómica. Y también en leucemia. Si la cosa se pone muy mal aquí y la economía se colapsa, siempre puedo volver, pero, de momento, me quedan tres años de beca”.

Si no viajas te cierras en tus ideas”

Lo de moverse no le da ningún miedo. “Nací en un pueblo muy pequeño; luego estuve en Alemania, Salzburgo, Tirol. He pasado siete meses en Colombia. Si eres científica, sabes que tienes que viajar. Es parte de tu carrera. Si no, te enquistas, te cierras en tus ideas. Y un investigador tiene que estar abierto. Por eso me extraña que a los españoles les cueste tanto moverse”.

Con ese planteamiento, hablarle de añoranzas es un sinsentido. “Con Internet no hay morriña. Siempre puedo chatear con los amigos. Y, si no, hay aviones. Nunca la he sentido, ni de pequeña, cuando todos los niños lloraban en las excursiones”. Como mucho, echa de menos algunas comidas que le hace su madre. “Yo cocino, pero a veces no encuentro todos los ingredientes”. Ecker parece preparada para comerse el mundo. Casi intimida con su seguridad y su determinación. El discurso de la científica que debe abandonar su carrera por cuidar a su familia o viceversa nunca ha parecido más desfasado. Ella, desde luego, ni se lo plantea. “Dentro de 15 años me imagino investigando, publicando mucho en buenas revistas y descubriendo algo importante. El sitio me importa menos. Londres no, que llueve mucho”.

El sol invita a una sobremesa imposible. Ecker tiene que cruzar Madrid para ir a trabajar. Y luego —y espero no chafar una sorpresa— quiere cocinar algo para llevar al laboratorio. Le acaban de dar el Premio de la Sociedad Austriaca de Ingeniería Biomédica a la mejor posdoctoral. “Vamos a celebrarlo”.

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