“Gracias a Dios” por los delitos prescritos
El futuro de Philippe Barbarin, el religioso más poderoso de Francia, está en duda por su juicio por ocultar casos de pederastia
Una de las cosas que más sorprendió a los ciudadanos de Lyon cuando llegó su nuevo arzobispo, Philippe Barbarin, fue la inmensa energía que desplegaba en todo lo que se proponía. Y que no paraba ni se callaba. Monseñor 100.000 voltios, llamaban al hombre que de pronto estaba en todas partes y opinaba sobre todas las cosas. Sin pelos en la lengua. “Si no hay más cristianos en Francia, eso no es mi problema. Mi problema es que nosotros, los cristianos, no somos lo suficientemente cristianos. Sé que esto choca, pero lo repetiré: el cristianismo cool no tiene futuro”, declaró Barbarin (Rabat, 1950) nada más ocupar el puesto de más peso en la Iglesia católica del país.
Hoy, la estrella de este religioso riguroso, defensor de un catolicismo tradicional pero a la par apasionado de las causas sociales, con un perfil muy mediático durante años, se apaga. Paradójicamente, por haber callado. Cercano a varios papas —Juan Pablo II lo nombró cardenal en 2003 y Francisco lo ha defendido hasta ahora— afronta el momento más complicado de su carrera: el juicio por su papel en el silencio de las acusaciones de pederastia contra un cura bajo su mando, Bernard Preynat, a quien no denunció ante la justicia pese a que recibió denuncias en su contra.
El proceso lo ha convertido en el único cardenal de Francia en tener que responder al silencio que durante décadas impuso la Iglesia ante la pederastia en su seno. Antes de eso, Barbarin mantuvo siempre su rutina y su intensa agenda. Visitando parroquias, viajando a países como Siria o Irak para cumplir una de sus pasiones, la defensa de los cristianos de Oriente, o corriendo sus cinco kilómetros diarios —Marathon Man es su otro sobrenombre— a pesar de su edad. “Sigo rezando, durmiendo, comiendo y haciendo jogging”, explicó en noviembre. El deporte le ha servido, dice ahora, para afrontar con calma la causa que ahora pone en juego su carrera, que le ha hecho tener un perfil bajo en las últimas semanas. y que él considera un ensañamiento con su persona, cuando, como reiteró en su primera declaración durante el juicio, solo actuó como le indicó Roma.
Barbarin nació en 1950 en Rabat, en el seno de una familia de 11 hermanos. Licenciado en filosofía y teología por la Universidad de la Sorbona, este amante de Tintín, del que colecciona ediciones en todos los idiomas, fue ordenado sacerdote en 1977. Su carrera no despuntó hasta que fue nombrado obispo de Moulins en 1998 y cuatro años más tarde obtuvo la diócesis de Lyon, la más poderosa de Francia. Casi de inmediato, en 2003, y para sorpresa de muchos, Juan Pablo II lo nombró cardenal. De repente, Barbarin era casi omnipresente y empezó a tener salidas de tono tales que pasó a ser conocido también como “el obispo más conocido y odiado” de Francia.
Sucedió durante el acalorado debate francés en 2012, antes de la aprobación del matrimonio homosexual. “Luego van a querer hacer parejas de a tres o a cuatro… Después, puede que un día, yo qué sé, se acabe con la prohibición del incesto”, protestó. Tres años más tarde, estalló el caso de pederastia del cura Preynat y llegó otro comentario. “Gracias a Dios, los hechos han prescrito”, dijo en rueda de prensa.
No se le ha perdonado. Una petición en línea reclamando su dimisión por este caso lanzada el pasado verano por un cura de su arzobispado, el padre Pierre Vignon, reunió más de 100.000 firmas. Además del juicio, le espera otra prueba. En febrero está previsto el estreno de una película que, de manera similar a la premiada Spotlight sobre los casos de pederastia en Boston, relata el fin del tabú sobre los curas pedófilos franceses a través de la asociación Palabra Liberada que crearon las víctimas de Preynat. Las mismas con las que Barbarin se cruza estos días en la sala del tribunal correccional de Lyon sin mirarles siquiera. El título no deja lugar a dudas sobre cómo se retrata al religioso en el largometraje: Gracias a Dios.
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