_
_
_
_

La ruta del orgullo rural

Un autobús recorre la España interior para tejer una red de colaboración entre pueblos que combaten la despoblación

El autobús de El Hueco, una organización que trata de combatir la despoblación, aparcado en Urriés (Zaragoza).
El autobús de El Hueco, una organización que trata de combatir la despoblación, aparcado en Urriés (Zaragoza).Andrea Comas
María Sosa Troya

Cuando el autobús entra en el pueblo, un grupo de parroquianos está sentado al fresco. Se habrá equivocado, dicen. Está anocheciendo y la llegada del vehículo sorprende a estos vecinos de Urriés, un municipio de Zaragoza con 48 habitantes censados. Hasta aquí se llega por una carretera serpenteante y estrecha. La curiosidad aumenta cuando leen dos palabras escritas en uno de los laterales del vehículo: orgullo rural. De eso les sobra. La edad media ha bajado de 85 a 49 en poco más de cuatro años. Por ello forma parte de esta ruta con más de una veintena de paradas por la España interior, esa en la que cada vez hay más ancianos y menos niños, pero que quiere dejar de vaciarse. Y se revuelve, y patalea, y reivindica su fuerza, sus recursos, su derecho a ser una opción de vida.

Más información
Soria exhibe la fuerza del mundo rural
España afronta la segunda oleada de despoblación
El Gobierno reforzará cuarteles rurales para frenar la despoblación
Teruel existe, pero su relevo no

Lo han llamado el autobús de la repoblación. No pasa de los 80 kilómetros por hora, 50 en las cuestas, y desde principios de julio acumula ya más de 4.000 kilómetros. “Queremos crear sinergias, tejer una red de contactos entre los pueblos que se están moviendo”, explica Roberto Ortega, director de comunicación de El Hueco, una organización surgida hace ocho años en Soria para fomentar el emprendimiento social. Así que se hinchan de orgullo rural y lo exhiben visitando a quienes, como ellos, no se han rendido. El viaje terminará el 30 de octubre en Madrid. Antes, habrán ido a ferias, fiestas, festivales como el Sonorama o pueblos que organizan actividades coincidiendo con su llegada. Como en Urriés, donde prepararon unas jornadas para reunir a los vecinos de la comarca de Cinco Villas, a la que pertenecen. Un punto de partida para empezar a trabajar juntos, aprovechando los recursos que comparten, contagiándose de optimismo. Además, se presentó la tercera edición de Presura, la feria de repoblación organizada por El Hueco y que se celebrará en noviembre en Soria.

“La respuesta es espectacular. Si hace cinco años hubiéramos hecho esta ruta, la gente habría dicho que nuestro objetivo es imposible”, sigue Ortega. “El mundo rural se está levantando. Estamos generando un movimiento social que no sabemos hasta dónde llegará pero será muy importante en los próximos años”, sostiene. Pidieron prestado un autobús urbano de Burgos que ya estaba jubilado. Buscaron patrocinios —de empresas como Bankia, Cesce, Red Eléctrica de España o la Red Rural Nacional y la Fundación Biodiversidad—, lo tunearon y se lanzaron a la carretera.

En paradas como la de Urriés. Ortega baja del autobús tras nueve horas de viaje, procedente de un pueblo de Palencia. Lo reciben con una cena a la que van gran parte de los censados en este municipio que se fundó en el año 921 y presume de tener la calle más estrecha de España y la segunda de Europa. Pero también muchos que regresan los fines de semana y en vacaciones. Juntos organizan jornadas culturales en las que reviven el Renacimiento, con caballos, con trajes de época, con teatro y banquete. “En verano, cada fin de semana hay algo. En invierno, como mínimo una vez al mes”, explica Héctor Orduna, que tiene 31 años y desde hace uno trabaja allí como alguacil. Mantener las zonas comunes. Vive con sus padres y su hermano. Le gustaría, algún día, independizarse. Ese es uno de los puntos débiles de Urriés… y del mundo rural. Faltan casas. Aquí hay siete para alquilar, comprar o alojar a turistas, tres de ellas, del Ayuntamiento.

Conchita Alegre, sentada en el centro, con Mila a la derecha, en Urriés (Zaragoza).
Conchita Alegre, sentada en el centro, con Mila a la derecha, en Urriés (Zaragoza).Andrea Comas

Héctor fue el último niño que nació en Urriés hasta que Aitor tomó el relevo, hace cuatro años. Es hijo de la pareja de treintañeros que lleva el bar. Sus padres atienden a una quincena de personas entre la barra y la terraza. Justo al lado ha quedado aparcado el autobús. El verano se nota. “En invierno hay menos gente. Pero en los últimos años el pueblo se ha revitalizado, nosotros sí podemos vivir de esto”, asegura Cristina Clemente, madre del pequeño. Sus predecesores cerraron. Ella y su pareja, diseñadores gráficos, cambiaron Barcelona, primero, y Pamplona, después, por Urriés. Allí tuvieron al niño. “Alguna vez, cuando hay mucha gente, me ha comentado: ‘Mamá, diles que mañana no vengan”, bromea. Se ha acostumbrado a estar entre adultos. “Ahora hay 10 menores todo el año”, presume Armando Soria, el alcalde, que ha revalidado el cargo presentándose con la Chunta Aragonesista. Explica que funcionan como concejo abierto: se reúnen los vecinos y toman decisiones. Hasta ahora, dice, todas por unanimidad.

Quieren, por ejemplo, construir un centro de día en lo que fue un calabozo. Hay que aprovechar los espacios. “A los mayores les cuesta pedir ayuda. Si hubiera un trabajador social aquí, iría a ofrecérsela”, sostiene Soria. Desde 2015 han muerto tres de los más ancianos, pero quedan vecinos como Conchita Alegre, de 92 años. Ella, que vivió en la casa del herrero, donde trabajaba su hermano, y fue peluquera, dice que allí “hubo de todas las profesiones y ahora no queda de nada”. Sus andares encorvados y temblorosos, fruto del Párkinson, siguen recorriendo las calles empinadas del pueblo. La ayuda Liudmila Uydrina, una ucraniana de 62 años que se ha convertido en su sombra. Su cuidadora. Todos la llaman Mila.

“En los últimos cuatro años han venido unas 20 personas a vivir”, afirma el alcalde. Aproximadamente la mitad del municipio es pensionista. El resto, a excepción de la pareja del bar y del alguacil, trabaja fuera. “Nos hemos promocionado como un lugar para celebrar congresos. Pero además del turismo rural, queremos nuevos vecinos”, añade. Los últimos en llegar han sido un matrimonio y sus tres niños, “y son gente que residía por la zona, que sabe lo que es un pueblo y de verdad quiere vivir aquí”, celebra Soria. Él y su mujer también están deseando mudarse definitivamente, pero su trabajo como informático le hace pasar en Zaragoza más horas de las que les gustaría. Hasta que por fin consigan trasladarse. Eso es lo que distingue a Urriés, cuenta. “La unión y el vínculo de los vecinos. El entusiasmo”. El orgullo rural.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

María Sosa Troya
Redactora de la sección de Sociedad de EL PAÍS. Cubre asuntos relacionados con servicios sociales, dependencia, infancia… Anteriormente trabajó en Internacional y en Última Hora. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_