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Bélgica cierra bares y restaurantes y prohíbe eventos de ocio contra el coronavirus

El Gobierno en funciones pasa de una aparente laxitud a tomar medidas drásticas. El fin de semana solo abrirán tiendas de comida y farmacias

En primer plano, la primera ministra, Sophie Wilmes, acompañada de los ministros Elio di Rupo y Maggie de Block, este jueves, en Bruselas.
En primer plano, la primera ministra, Sophie Wilmes, acompañada de los ministros Elio di Rupo y Maggie de Block, este jueves, en Bruselas.LAURIE DIEFFEMBACQ (AFP)
Álvaro Sánchez

Bélgica pasa de cero a cien en la lucha contra el coronavirus. Criticado por su aparente desidia, el Gobierno, en funciones desde hace 450 días por la incapacidad de los partidos valones y flamencos de ponerse de acuerdo, adoptó en la noche del jueves medidas drásticas para frenar la expansión de la epidemia. Tras cuatro horas de reunión, el Ejecutivo acordó el cierre permanente de bares, restaurantes y discotecas durante tres semanas. También la prohibición de cualquier evento de ocio, ya sea deportivo, cultural o de otro tipo, tenga la asistencia que tenga, lo que supondrá la clausura de gimnasios, cines o teatros. El fin de semana será el momento de mayores restricciones: solo farmacias, supermercados y tiendas de comida para animales estarán autorizadas a abrir. El resto, desde cadenas de ropa a peluquerías, echarán el cerrojo.

El paquete de medidas entrará en vigor este sábado, e incluye la suspensión de las clases en todos los niveles salvo guarderías. Los colegios seguirán sin embargo abiertos, con un equipo a disposición de los hijos del personal sanitario y de aquellas familias que solo tengan a los abuelos como alternativa para cuidarlos, una forma de evitar el contagio de las personas de mayor edad, el grupo de más riesgo. El transporte público continuará funcionando, pero se recomienda no usarlo.

El país, de 11 millones de habitantes, oscila así bruscamente, sin el lento in crescendo que ha caracterizado la forma de actuar de otros Estados, de una política laxa contra la enfermedad —solo se impedían las concentraciones de más de 1.000 personas—, a otra de mano dura. Si se compara con los países de su entorno, el número de casos en Bélgica es relativamente bajo: cuando se tomó la decisión había menos de 400 infectados —el último recuento, en la mañana de este viernes, habla de 556—, lo que la sitúa lejos de los primeros puestos de la clasificación, concretamente en el décimo lugar entre los socios europeos.

Su capital, Bruselas, es la ciudad más cosmopolita del continente con alrededor de dos tercios de su población de origen extranjero. Esa posición, adquirida en gran parte por su condición de sede de las instituciones comunitarias, la convierte sobre el papel en una candidata idónea para la propagación del virus, teniendo en cuenta los habituales viajes de ida y vuelta de funcionarios y políticos a sus países. La bomba de relojería no ha terminado de detonar. Pero en la comunidad italiana, en contacto permanente con sus familiares y amigos, se echaban estos días las manos a la cabeza por la ausencia de iniciativas. “Los italianos que vivimos en Bruselas estamos viviendo una película de terror de la que conocemos el final”, escribía el periodista de La Stampa Marco Bresolin en un artículo para Politico en el que denunciaba la plácida actitud, rayana en la negligencia, con la que Bélgica sobrellevaba la crisis. Algo así como presenciar a la orquesta del Titanic en plena función.

Horas después, el panorama cambiaba radicalmente. Y Bélgica se ponía a la cabeza con una suerte de declaración de guerra total. “Estas no son decisiones tomadas a la ligera. Son medidas por la salud difíciles pero necesarias que los científicos nos han aconsejado tomar. Debemos vencer al coronavirus juntos”, escribió en su cuenta de Twitter el nacionalista Jan Jambon, presidente de Flandes, la mayor región del país, presente en la reunión del Consejo Nacional de Seguridad. “Esto no es un cierre. Queremos evitar situaciones como la italiana. Estas medidas deben prevenir el cierre”, aseguró la primera ministra interina, la liberal francófona Sophie Wilmes.

El abrupto despertar de la clase política, de notables repercusiones para la economía del país, esquiva las etapas intermedias para atacar de lleno al virus, y coloca a Bélgica como el país con medidas más taxativas junto a Italia. Eso sí, con una situación interna muy diferente: en el país transalpino la epidemia se recrudece día tras día, y ya ha atravesado la barrera de los 15.000 contagiados y 1.000 muertos. El movimiento del Gobierno belga reabre el debate sobre la mejor forma de afrontar la emergencia en un momento de estrategias dispares en el seno de la UE: con un goteo gradual de medidas de contención conforme crecen los casos, o con un parón casi total de la actividad económica y recreativa sin hacer caso a la curva del gráfico, ignorando que el número de infectados sea más o menos pequeño.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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