Trucos para sobrellevar 29 días sin abrazos
Rosa Godoy, que acaba de cumplir 100 años, pone perspectiva al encierro, y Raúl Cimas, aislado en una cabaña, humor
España cumple este domingo 29 días de encierro. En casas grandes y pequeñas. Con o sin terraza. Con o sin compañía. Según los últimos datos del INE, 4,79 millones de personas viven solas. El 42% tiene más de 65 años y de ellos, el 72,3% son mujeres. Los psicólogos recomiendan mantenerse conectado al resto —ha subido un 50 % el uso de las llamadas de voz y un 25% el tráfico de datos—, dosificar la información sobre el coronavirus, organizar rutinas para permanecer ocupados y despejar la ansiedad que provoca la incertidumbre. La cuarentena es una montaña rusa emocional, pero cuatro personas en distintas circunstancias relatan sus trucos para sobrellevarla en solitario con coraje, imaginación y humor.
Rosa Godoy. Edad: 100. Metros cuadrados: 90. Terraza: No, balcón amplio. Perro: No. Consumo de móvil: difícil por problemas de oído.
Fue piso por piso dejando bombones colgados del tirador de la puerta de cada vecino. No todos los días se cumplen cien años. De repente, oyó un jaleo de sirenas. Al asomarse al balcón, vio tres coches de policía y toda la calle empezó a cantarle cumpleaños feliz. En su casa de Vigo, Rosa Godoy vive sola, pero está muy acompañada. “Aún no se me ha pasado la impresión. Tengo unos vecinos que son un tesoro”. Ha vivido dos golpes militares: en Argentina, donde vivió entre 1928 y 1930; y en España (1936); además de una guerra civil y dos dictaduras (la de Primo de Rivera y la de Franco). “La cuarentena la llevo bien”, asegura, cargada de razón.
“Siempre hay cosas que hacer. Como no se puede salir, camino por casa. La tele la pongo poco porque no oigo bien. Cuido las plantas, algunas llevan años conmigo, y leo mucho, casi siempre hasta la una de la madrugada. Ahora estoy con El regreso, de Rosamunde Pilcher. A las ocho salgo al balcón para apoyar a los médicos, aunque no puedo aplaudir por la artrosis”. Su familia le ha insistido varias veces en que vaya a vivir con ellos. “Pero yo soy muy independiente. Vivo sola desde 1968, cuando falleció mi madre. Soy una persona muy sociable, pero disfruto la soledad. También me gustan mucho los perros y los gatos, pero no los tengo porque no quiero dejar huérfanos”. Lo que más le apetece hacer para estrenar su siglo de vida cuando haya pasado el peligro es “una buena caminata al sol”.
Raúl Cimas. Edad: 43. Metros cuadrados: cabaña “mediana”. Terraza: No, parcela de 1.000 metros. Perro: No. Consumo de móvil: 9 horas el viernes; 5 horas y 37 minutos a las 13.23 del sábado.
La crisis del coronavirus le pilló en una cabaña en la sierra de Guadalajara, escribiendo un guion. Decidió quedarse y no se arrepiente. Desde entonces ha visto una luna rosa y nevar en abril; ha hecho mermelada y ha adoptado dos gatos: Rayas y Viernes. “El vecino más cercano está a 500 metros, pero salgo a aplaudir igual a las ocho de la tarde”. Toca la guitarra para los pájaros, que luego observa con unos prismáticos, para dibujarlos. Tiene vigilada a un águila y unos corzos. Delante de todos hace “unos estiramientos inventados” y vídeos que manda a un amigo de Albacete para que se los monte antes de enviárselos a Andreu Buenafuente para la nueva versión del programa, Late motiv en casa. Está solo, pero habla mucho. “Con la chimenea y con los amigos que llaman sin parar”. El humorista entró en la cotizada ronda de llamadas que Arturo Pérez-Reverte difundió en Twitter y que puso en tensión a varios políticos y escritores deseosos de proporcionarle frases ingeniosas y trascendentales que cupieran en 144 caracteres. Cimas, previamente advertido por Edu Galán, dijo: “Estoy aislado en una casa de pueblo, haciendo lejía con cenizas [aprendió durante el encierro]. Dejaba comida para lo que creía que era un zorro, puse una cámara y ha resultado ser una gata embarazada. No la he embarazado yo, pero eso hace que me sienta menos solo”.
La naturaleza le ha disciplinado. “Me levanto y me acuesto con el sol. Solo veo un telediario y dedico varias horas al día a escribir. Por las mañanas salgo, cojo aire, y disfruto de la vista del valle. Soy un privilegiado”. Lo que más echa de menos es “la posibilidad de decidir”, pero asegura que “como monologuista”, está acostumbrado a “estar solo”. Cuenta que la cuarentena en solitario tiene sus ventajas. “Llevo sin ponerme calzoncillos desde el 9 de marzo”. Y si le entran ganas de discutir, llama a algún amigo.
Jaime Rodríguez. Edad: 38. Metros cuadrados: 65. Terraza: No. Perro: No. Consumo de móvil: parecido al de antes de la cuarentena.
Para alguien que no se conformaba con la libertad de los peatones, y alargaba cada fin de semana para escaparse a escalar hasta que las nubes quedaran por debajo de sus pies, encerrarse en una casa parecía una pesadilla, pero decidió que si no podía ir a la montaña, la montaña iría a él. Encargó por correo 35 piezas y ha montado en la pared del salón de su casa de Oviedo un rocódromo en el que se cuelga como una lagartija todos los días. “Dedico muchas horas a hacer prácticas de escalada, a estudiar mapas, rutas, macizos…”. Cuando se le acabaron los documentales de alpinismo, se puso a ver series, como La casa de papel, pero procura ver poco la televisión y dosifica los informativos, para no saturarse de coronavirus. Se deja dormir hasta las once, y ahora no perdona medio litro de zumo de naranja por las mañanas. “No me ha dado por hacer pan ni nada de eso. Sí llamo más a mis padres, porque antes les veía mucho y ahora no puedo; he desempolvado un ukelele que tenía por ahí y los fines de semana he vuelto a hacer botellón con mis amigos, como cuando éramos críos, pero ahora por videollamada”. Intenta, también, administrar el uso del teléfono, convertido ahora en un canal paralelo de debate parlamentario. “Me saturan los enfrentamientos que se generan en los chats”.
Sale todos los días a las ocho a aplaudir por una ventana privilegiada, con vistas a dos pasiones: “Por un lado veo el monte Naranco y por otro, el Tartiere [el campo del Real Oviedo]. La compra la hace cada diez días –en una bolsa de montaña— y solo ha tenido que salir una vez para atender una urgencia: extraer una muela. En su vida anterior, Jaime era dentista. Cuando todo pase, volverá al centro dental Quiros, pero será después del único plan que se ha permitido hacer: otro día más solo, pero con toda la montaña para él.
Lola Nosti. Edad: 72. Metros cuadrados: 40. Terraza: No. Perro: No. Consumo de móvil: Mucho más que antes.
Cuenta que su mejor momento del día es por la mañana, cuando se despierta y recuerda el último sueño. “Son todos de una vida paralela, anterior, donde puedo disfrutar de lo que ahora está prohibido”. A Lola siempre le ha costado mucho madrugar, aunque tuvo que hacerlo durante décadas, hasta que se jubiló. “Desde entonces duermo más, pero estos días me estoy regodeando”. La cuarentena le ha permitido vengarse de años de madrugones.
Pese a todo, estos días ha vuelto a pasar consulta. “Como la gente no puede ir al médico, me manda fotografías o me llama cuando le preocupa alguna cosa que se ha visto en la piel y me encanta poder tranquilizarles y decirles que no es grave”, explica.
Está “acostumbrada” a vivir sola, pero no a la falta de libertad. Sale su casa de Gijón tres días a la semana porque sigue ayudando en la cocina económica —“antes dábamos comidas y ahora entregamos bolsas con alimentos”— ; ha sustituido las caminatas por taichí en el salón y el cine— “iba tres o cuatro veces a la semana"— por series en la televisión. “Me gusta mucho leer, pero ahora no consigo concentrarme. Escucho la radio y cuando salgo, compro el periódico. A veces tengo la sensación de que esto empezó hace un año, y otras se me pasa el tiempo muy rápido. También me ha dado por hacerme preguntas filosóficas que antes no me hacía ”. Cuenta que ahora llama “mucha gente que antes no llamaba” y espera con ilusión el aplauso de las ocho. “Te da la sensación de que no estás sola”. Lo primero que hará cuando pase el peligro será tomar un vino en el bar de siempre. "Y dar muchos, muchos abrazos”.
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