Esa tristeza de los ratitos por las tardes
Han dicho tres fases por delicadeza y porque nadie tiene ni idea, pero podrían seguir numerando hasta la 100. Y ya hay fase 0,5, como el test de alcoholemia, muy propio para lo que estamos viendo en Madrid
Ya lo decía Javier Krahe en una canción: “No todo va a ser follar, también habrá que intentar cruzar la calle Núñez de Balboa”. Pues sí, también tendremos que pasar por esto, qué cuarentena. Estos antisistema exigían libertad, la libertad de contagiarse, como la de fumar, pero es que todo el mundo tiene un día tonto. Ahora bien, a los políticos se les supone más responsabilidad, no todo va a ser follar. Como al alcalde del PP de un pueblo de Segovia, El Espinar, que compartió un llamamiento de un colega en Facebook para ir a Galapagar a protestar contra el Gobierno. Luego pidió disculpas con toda franqueza y dijo: “Fue una metedura de pata. Una gilipollez, de esas cosas que hacen gracia y compartes sin pensar. Por descontado, hay que estar con la ley y respetar el confinamiento”. Eso fue hace un mes, ahora este hombre parece un estadista: ¿quién le va a llamar para avisarle de que esa gilipollez es la línea del partido, que la gente pueda salir a manifestarse “aunque sea un ratito por las tardes”? Efectivamente, hay una campaña de desprestigio contra Díaz Ayuso, la lleva ella misma.
Precisamente el ratito por las tardes, para pasear, hacer deporte, o aunque sea manifestarse, es lo que ya te pone triste. También aplaudir, notas que se apaga. Había visto que esta semana era rara, un desánimo general alrededor, antes de la revuelta del palo de golf (eso fue un golpe bajo, sin duda es un policía patriótico podemita que quiere ridiculizar la protesta). Llegó la fase 1 y resulta que tampoco éramos felices. Llamas a conocidos que están en ella y parece que no es nada del otro mundo, ni con playa. Abren solo cuatro bares y no te apetece tomar la última, solo la primera. En Madrid paseas o corres y tampoco sientes nada especial, no es como antes. Eso es lo malo, comprender que no volverá a ser como antes, en mucho tiempo. Han dicho tres fases por delicadeza y porque nadie tiene ni idea, pero lo mismo podrían seguir numerando hasta la 100. Y ya hay fase 0,5, como el test de alcoholemia, muy propio para lo que estamos viendo en Madrid.
Por eso esta semana había un abatimiento difuso. Además se ha impuesto la tristeza política, una de las peores, esa sensación de que este país no tiene arreglo, no va a cambiar nunca. Te hace sentirte muy español, por otra parte. La pelea entre Vox y el PP por el voto de extrema derecha va a acabar con la salud de todos, ¿es que nunca se van a pelear por el centro diciendo cosas sensatas? Pero no cuesta imaginar la situación contraria: un Gobierno del PP que hubiera hecho más o menos lo mismo, como todos los del planeta Tierra y que, ante sus inevitables errores y la obligada restricción de movimientos, surgieran en la oposición acusaciones de fascismo, manifestaciones. Fiscales progresistas desatados hablarían de una sociedad cautiva y columnistas conservadores alucinarían de que se hablara de recesión democrática, siendo todo por una pandemia mundial sin precedentes. Si no olvidamos la continua sospecha del otro y la certeza de su mala fe no acabaremos nunca. En el mundo real adulto afrontamos a diario el reto de convivir con gente que no respeta la distancia, no se pone mascarilla, toca todo sin guantes, porque está distraída o es maleducada. No sabes qué decir, a saber cómo se lo toma, predomina el tacto.
No hay manera de aclararse si el PP hubiera cerrado España y todas sus empresas ya el 1 de febrero, o habría dejado todo abierto hasta el 1 de abril con miles de muertos más. Cuesta orientarse con ellos, la verdad, les pasa a muchos de sus votantes. Los mismos que abominan de que se permitiera la marcha del 8 de marzo cuando no había datos de un brote se manifiestan ahora sin permiso cuando lo tenemos encima. Si fueran los suyos quienes les dijeran que se quedaran en casa se aguantarían, como todo el mundo. Es que les fastidia que sea Pedro Sánchez. Ya, no es para tirar cohetes, pocos Gobiernos lo son, pero este es el elegido democráticamente, solo que la oposición ve un frente popular comunista que quiere implantar una dictadura soviética. Tiramos con discursos de los años treinta…, 90 años después. Harían falta políticos valientes que rompan esquemas, no sé si han visto alguno últimamente. Si de esta no maduran, no sé cuándo. Tener que elegir entre mundos paralelos, prensa incluida, es agotador. La mayoría de la gente vive en uno solo, pero con ese ruido de fondo que da tanta amargura.
Unos están pendientes del mensaje diario del hospital donde sigue un familiar desde hace un mes. Otros, de la llamada de la residencia de una madre a la que sus hijos no ven desde hace dos. Hay colas en los comedores sociales y para empeñar joyas. El hijo de una amiga tartamudeó hasta el día que pudo salir. Otra me contó que su hija abrazó a una amiga y ella se echó a llorar, hacía dos meses que no la tocaba nadie. Son días de lágrima fácil, se rompe a llorar sin saber por qué. No descartas que la muerte te espere una mañana en el portal, te roce y deje sobre tu hombro unas motas de ceniza invisible. Y, mientras, estamos rodeados de caimanes que se despedazan por nuestro voto, esa es su gran aportación.
¿Qué viene ahora? Abres la agenda y ves las páginas pasadas, llenas de apuntes y tachones, cena con no sé quién, dentista, un viaje, y de pronto en marzo se queda en blanco. Siguen hojas vacías. Lo peor es no esperar nada. Este diario acaba aquí, si ha hecho compañía ya es algo, pero no hay que aburrir. También los cuadros emblemáticos de nuestra historia son algo repetitivos: los fusilamientos del 2 de mayo, el de Torrijos en una playa fantasmal, el Guernica. El más original es el último, de Juan Genovés. Un abrazo.
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