Nueva York, salir del infierno sin cantar victoria
La reapertura parcial de los restaurantes interiores es un paso más hacia la normalidad en una ciudad que ha eludido una segunda ola pero no baja la guardia
La dureza de las imágenes pesa en el imaginario de la ciudad. El hospital de campaña en Central Park. La excavación de fosas comunes en la isla de Hart. Los camiones de mudanzas llenos de cadáveres en Brooklyn. El silencio sepulcral solo interrumpido por el ruido de las ambulancias. Cerca de un cuarto de millón de casos de covid. Casi 24.000 muertos. La ciudad de Nueva York, epicentro global de la pandemia durante los meses de primavera, ha vivido una auténtica pesadilla. Pero ha logrado, tras frenar en seco la actividad, contener la propagación del virus. Y lo ha conseguido durante más tiempo que el que preveían los modelos de los expertos en salud pública. Ahora la ciudad reabre tímidamente. Y el horizonte de una segunda ola que reviva aquellas imágenes preocupa a los vecinos y las autoridades.
El pasado sábado, el Estado de Nueva York reportó, por primera vez desde el 5 de junio, más de mil positivos diarios. Un total de 430 de ellos fueron en la ciudad de Nueva York (8,3 millones de habitantes). Está lejos de los 10.000 diarios que se registraban en el Estado durante el pico de la pandemia. La tasa de positivos respecto al total de pruebas realizadas es de apenas un 1%, algo que ha sorprendido a las autoridades locales. Pero cuando la vida normal empieza a volver y la ciudad se prepara para el frío, resulta aventurado cantar victoria. “Es vital que los neoyorquinos continúen practicando los comportamientos básicos que guían nuestra capacidad de luchar contra la covid-19 a medida que nos adentramos en el otoño y en la temporada de gripe. Las máscaras, la distancia social y lavarse las manos marcan la diferencia”, dijo el sábado el gobernador del Estado, el demócrata Andrew Cuomo.
Este miércoles, Nueva York da un pequeño paso más para convertirse en la ciudad que era. Sus más de 25.000 restaurantes podrán, por primera vez en seis meses, servir comida en el interior, aunque con un aforo limitado al 25%. Hoy las calzadas de las calles de barrios como el East Village están tomadas por las terrazas de los restaurantes, a menudo con cerramientos. Aun así, nueve de cada 10 no pudieron pagar el alquiler completo de sus locales en agosto. Casi 2.000 restaurantes han cerrado en el área metropolitana y 174.000 trabajadores del sector están en sus casas. “Hemos contenido la respiración durante seis meses”, explica Erick, encargado de un restaurante del Village, que pide que no se identifique. “Pero pronto llegará el frío y no se podrá estar en las terrazas. Con un cuarto de las mesas, sin turistas, es evidente que estamos aún lejos de la normalidad. No sé si habrá segunda ola o no, supongo que sí, pero tenemos que dar pasos o nos iremos todos al infierno”.
Los expertos coinciden en citar, como claves del éxito en el verano, un cierre contundente de la actividad, la responsabilidad de los ciudadanos y un proceso de decisiones políticas transparente y basado en los datos. “Buena parte del éxito ha sido la habilidad de mantener altos niveles de pruebas de diagnóstico durante todo el verano aunque bajaran los casos”, explica el doctor Thomas Tsai, del Instituto de Salud Global de la universidad de Harvard. “Eso ha proporcionado información precisa. El programa de rastreo de contactos no es perfecto, pero sí ha sido transparente, y eso es importante. La reapertura ha sido un proceso guiado por los datos, que han dado forma a las políticas. Los Estados donde se abrió muy rápido han ido mal, y eso habla de lo importante de una estrategia de salud pública completa. Los ciudadanos han respondido bien, pero también en otras ciudades. Lo que ha ido bien es que se ha actuado con los datos y ha habido transparencia”.
Después de un cierre marcado por los titubeos, la reapertura ha sido extremadamente cauta. La ciudad empezó a cerrar los colegios públicos el 15 de marzo. La semana siguiente impuso órdenes de confinamiento a la población excepto para los trabajadores esenciales. El cierre de los colegios y las órdenes o recomendaciones de confinamiento contribuyeron a un 70% de reducción en la transmisión de la covid entre marzo y junio, según un estudio de la universidad de Columbia y el departamento de Sanidad de la ciudad de Nueva York, que aún no ha completado el proceso de revisión científica. El uso extendido de máscaras aportó un 7% adicional de reducción, y hasta un 20% entre los mayores de 65 durante el primer mes. “Mejorar el uso efectivo de cubrimientos faciales, especialmente entre los más jóvenes, mitigaría significativamente el riesgo de rebrote en infecciones de covid durante la reapertura”, explica el doctor Jeffrey Shaman, de Columbia, uno de los autores del estudio. “Es crucial encontrar maneras de potenciar el uso correcto de máscaras en lugares donde la distancia social no es posible”.
En junio empezó el proceso de reapertura. Los restaurantes iban a abrir en julio, pero la detección de focos de contagio en establecimientos en el norte del Estado llevó a las autoridades de la ciudad a posponer la apertura. Un estudio reciente de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades revela que quienes dieron positivo en covid reportaron más del doble de veces que los negativos que habían estado comiendo en un restaurante en las dos semanas antes de enfermar. El estudio no encontró, sin embargo, relación entre la enfermedad y actividades como ir de compras, usar el transporte público u otras actividades que se pueden realizar con máscara.
“La respuesta de salud pública debe ser ágil”, explica el doctor Tsai. “Las cenas en restaurantes, por ejemplo, eran una clara fuente de infecciones en los últimos meses. Se han visto numerosos focos en restaurantes y bares. Y se ve en otras ciudades como Madrid. Los sitios donde ha ido bien son los que han hecho reapertura lenta”.
Times Square aún es un insólito erial. Los teatros de Broadway permanecerán cerrados durante el otoño. Las grandes oficinas del Midtown seguirán con el teletrabajo durante meses. Pero los grandes museos ya han abierto. Y, tras semanas de anuncios y rectificaciones que tienen a los padres desesperados, la semana pasada 90.000 niños, los de preescolar y educación especial, empezaron a ir a las escuelas públicas.
Uno de cada 20 vecinos abandonó la ciudad entre el 1 de marzo y el 1 de mayo, según un estudio de The New York Times. En las zonas más ricas de la ciudad, dentro de barrios como el Upper East Side o el SoHo, la población residencial ha bajado un 40% o más. A medida que abran las escuelas y las oficinas, los que se fueron irán regresando. El metro se llenará de nuevo. Volverán poco a poco los visitantes. Los estudiantes que se reúnen al caer la noche en Washington Square, las parejas en los bancos, los grupos que recrean una pista de baile alrededor de un altavoz de Bluetooth, los skaters que repiten machaconamente sus trucos, pronto tendrán que buscar interiores donde socializar cuando llegue el frío.
“Ahora es más importante que nunca el rastreo de contactos, testar a la gente asintomática, a la gente de alto riesgo. Hace seis meses no había capacidad para testar”, recuerda Tsai. “Habrá brotes, pero hay que desarrollar los planes ahora y ser transparentes. Ninguna medida por sí sola es suficiente. Pero hay que tener métricas, información. Los datos son objetivos, pero las decisiones políticas reflejan valores. Lo importante es que no sean arbitrarias, que se basen en la ciencia y que haya transparencia. Hay que tener la resolución para suprimir de verdad la pandemia”.
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