La patria en un sobao Martínez
Tras más de 30 horas de viaje, la veintena de españoles repatriados de Wuhan, entre ellos el enviado especial de EL PAÍS, inician su cuarentena en Madrid
Un sobao Martínez. Qué es una aguja en un pajar frente a la hercúlea tarea de encontrar uno de estos bollos en China. Por eso, no pasó inadvertida su aparición, junto a un café con leche caliente y un bocadillo de jamón y queso, en el desayuno servido a bordo del vuelo chárter que esta tarde [la de este viernes] ha devuelto a Madrid a 21 españoles repatriados desde Wuhan —incluido quien escribe—. Dejan atrás una ciudad aislada del resto del mundo, el epicentro del coronavirus 2019-nCoV, que ya ha causado 259 muertos y más de 11.000 infectados en China. Todos están de regreso en casa y pasarán los próximos 14 días, plazo máximo para la incubación del virus, en cuarentena en el hospital militar Gómez Ulla de la capital. Al abrir el envoltorio de plástico han podido comprobar que, poco a poco, la normalidad vuelve a abrirse paso en sus vidas.
La aeronave que les ha traído de vuelta ha sido un Boeing 747 Jumbo, conocida como “la reina de los cielos” por su enorme tamaño. Este modelo de dos pisos tiene capacidad para transportar a 487 pasajeros, pero en este viaje solo ha llevado unos 120. Aprovechándose de los espacios vacíos, el equipo organizador ha optado por sentar a una persona en cada fila y, de este modo, maximizar la distancia entre ellos. Estudios clínicos muestran que la capacidad de contagio del virus se reduce en gran medida a más de un metro de distancia. En la parte frontal se ha preparado un área de aislamiento por si alguno de los pasajeros mostrase síntomas preocupantes durante las 12 horas de trayecto. Por suerte, ha permanecido vacía.
Este avión es propiedad de Wamos, una aerolínea de España, y los miembros de la tripulación son españoles. Todos ellos se protegen con grandes mascarillas blancas, en los asientos se ha dispuesto una para cada pasajero. “Estoy muy contenta de estar aquí y poder llevaros de vuelta a casa”, dice una de las azafatas.
Los motores de la nave se ponen en marcha a las 9.30 hora local, 12 horas después de que el operativo coordinado por el consulado español se iniciara en la ciudad de Wuhan, con los evacuados alcanzando en coches particulares el punto de control en las afueras del aeropuerto. Para cuando el avión despega, pocos ojos quedan abiertos. Después de una noche de enorme tensión, precedida por 10 días de incertidumbre, los pasajeros por fin descansan. Además de británicos y españoles, vuelan también a bordo cuatro daneses y un noruego. Preguntadas al respecto, las autoridades británicas reconocen no saber qué sucederá con ellos ni dónde serán puestos en cuarentena: otra muestra de la cantidad de detalles de este plan que han tenido que irse improvisando sobre la marcha.
Aplausos a bordo
El cónsul británico en funciones de Wuhan, que va a bordo y ha liderado la operación sobre el terreno, se dirige a los pasajeros por medio de la megafonía antes de que comience el aterrizaje en una base militar de las fuerzas áreas del Reino Unido en Oxford. “Gracias por vuestra extraordinaria paciencia. Lo que hemos conseguido, superando enormes obstáculos, es un logro excepcional”. La gente irrumpe en una ovación.
Al llegar a Oxford el cielo es gris, como para demostrar a los británicos que ya empiezan a desembarcar que realmente están de vuelta en su tierra. Allí esperan ambulancias, policías, militares y varios autobuses. Al avión accede una nueva tripulación —la anterior ya ha superado la cantidad de horas laborales permitidas, hace casi 29 que se pusieron en marcha, aunque en Hanoi pudieron descansar mientras esperaban el permiso de las autoridades chinas—. También entra un equipo de médicos españoles, que tras saludar son recibidos con aplausos.
Tal y como amenazaba, empieza a llover cuando la aeronave despega de nuevo, aún más vacía. A las siete de la tarde en Madrid y con la noche echándose encima, aterriza en la base aérea de Torrejón de Ardoz. Solo entonces se confirma que a los cuatro ciudadanos daneses y al noruego les está esperando en la pista un jet de las fuerzas armadas de Dinamarca, que les llevará de inmediato a Copenhague.
Antes de salir, un equipo de trabajadores sanitarios mide la temperatura de los evacuados: nadie supera los 37 grados. En tierra, agentes policiales les saludan, dándoles la bienvenida a su país. A continuación, un convoy policial formado por más de una decena de furgones y dos ambulancias les escoltan de camino al hospital. Allí les espera un primer examen médico, el primero de muchos por venir en los próximos 14 días. Estando en Wuhan, les parecía difícil de creer que pronto estarían de vuelta en casa. Ahora resulta extraño pensar que alguna vez estuvieron allí, y que para desayunar no había sobaos Martínez.
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