Comienza el juicio por la violación y el asesinato de la profesora Laura Luelmo
El asesino confeso, Bernardo Montoya, se enfrenta a una petición de pena de prisión permanente revisable por agredir sexualmente y matar a la joven hace tres años
Nadie ha vuelto a vivir en la casa en la que la profesora zamorana Laura Luelmo pasó apenas tres días, los últimos de su vida. La casa de la calle Córdoba en el pueblecito de El Campillo (Huelva) está vacía desde aquel 12 de diciembre de 2018 en el que su vecino de enfrente, Bernardo Montoya, supuestamente raptó, agredió sexualmente y mató a la joven de 26 años. El suceso que estremeció a buena parte de la sociedad española se juzgará a partir de este próximo lunes en la Audiencia Provincial de Huelva en una causa que no se espera que sea especialmente compleja, pero en la que la Fiscalía y las acusaciones buscan desmontar las mil versiones distintas del presunto asesino, para el que solicitan la pena de prisión permanente revisable.
Los nueve miembros del jurado popular que se constituirá en la primera de las cinco sesiones del juicio deberán dilucidar si Montoya es el culpable de las dos horas de padecimiento infligidas contra Luelmo. Según el relato de la Fiscalía, Montoya —un delincuente habitual con delitos de sangre y robos violentos— atacó a la profesora en la puerta de su casa justo cuando volvía de la compra. A la fuerza, el acusado la introdujo en la destartalada casa familiar en la que se había instalado tras salir de prisión menos de dos meses atrás, comenzó a propinarle patadas, puñetazos y golpes con “un objeto romo alargado” similar a un palo en la cabeza, tal y como recoge la fiscal Jessica Sotelo en sus conclusiones provisionales a las que ha tenido acceso EL PAÍS.
Con Luelmo malherida, el presunto asesino le ató las manos a la espalda, la trasladó hasta su dormitorio y le agredió sexualmente. Tras someter a la joven “a padecimientos innecesarios”, según apunta la fiscal, le propinó un golpe fatal en la cabeza con un objeto contundente que le provocó la muerte. Montoya subió el cuerpo de la profesora a su destartalado Alfa Romeo y lo arrojó en Las Mimbreras, un paraje de difícil acceso entre matorrales al lado de la carretera nacional 345. Todo transcurrió entre las 17.25 y las 19.25 de ese 12 de diciembre, aunque el cadáver no apareció hasta cinco días después. El 18 de ese mismo mes, Bernardo Montoya acabó detenido a las afueras de Cortegana, el pueblo de Huelva en el que, en 1994, mató a una anciana para robarle.
Desde entonces, el presunto asesino ha rehecho su versión de lo ocurrido hasta en cuatro ocasiones. Primero reconoció los hechos, pero con aparentes mentiras para evitar la acusación de agresión sexual. Luego, introdujo en escena a Josefa, una antigua pareja suya que, según él, fue quien mató a la joven por celos. Sin embargo, la mujer no ha llegado siquiera a estar bajo sospecha de la justicia. Una de las únicas bazas que le queda a su abogado, Miguel Rivera, es demostrar que Montoya no llegó a violar a la joven. Para ello, ya solicitó someter a su cliente a unas pruebas médicas en septiembre de 2019 para demostrar su supuesta impotencia, algo que entra en colisión con la propia calificación de la fiscal, en la que menciona la violación que sufrió la joven antes de ser asesinada. EL PAÍS ha intentado hasta en dos ocasiones ponerse en contacto con Rivera, aunque sin éxito.
La diferencia entre el asesinato y este delito agravado junto a otro contra la libertad sexual es la posibilidad de ser condenado a prisión permanente revisable. Sin embargo, para el fiscal jefe de Huelva, Alfredo Flores, la distancia entre la tentativa o la consumación final de la agresión sexual no exime al acusado de solicitar la máxima pena para él: “Dentro de los delitos contra la libertad sexual hay muchas modalidades. En el caso extremo de que una persona fuese impotente, no le permite los tipos más agravados, todo lo demás sí. Pero el [Tribunal] Supremo es muy contundente con que cualquier comportamiento en relación con la libertad sexual constituye un delito”.
De ahí que Flores asegure que el caso “técnicamente, no es complejo”. Más implicaciones tiene para el fiscal el interés mediático de un suceso que ocupó ríos de tinta y horas de televisiones: “Conjugar una buena información con que no sea doloroso con la familia”. Desde el principio, los padres y los dos hermanos de la fallecida han guardado un hermético silencio que solo han roto una vez para lamentar “el espectáculo” generado y otra con una carta a las Cortes de Castilla y León en la que criticaron que el Estado había “fracasado”. Ese mutismo se ha hecho extensivo también al abogado de la acusación particular y familiar de la joven, Francisco Luelmo, que ha eludido hacer declaraciones a lo largo de toda la instrucción.
Testimonios claves
Ahora, los progenitores aparecen como parte de las decenas de testigos a los que la fiscal puede citar, entre los que se encuentran testimonios claves, como los investigadores de la Guardia Civil o los médicos forenses. El primer día está prevista la declaración del acusado; el segundo se ha reservado para testigos; el miércoles y jueves se espera la comparecencia de médicos forenses y agentes. A partir de ahí comenzará la deliberación del jurado, cuyo veredicto está previsto para el próximo viernes. Del desarrollo de esas cinco sesiones y de las respuestas a las preguntas que el jurado deberá responder dependerá si Montoya acaba condenado a prisión permanente y 32 años más de pena por los delitos de detención ilegal, agresión sexual —con agravante de género— y asesinato —con agravante de reincidencia—, según los cargos que le imputa la fiscal.
Laura Luelmo desembarcó en los paisajes mineros de Huelva para cubrir una baja como profesora de Plástica en el Instituto de Educación Secundaria Vázquez Díaz de Nerva (Huelva), tras aprobar las oposiciones de profesorado, uno de los sueños de esta joven, graduada en Bellas Artes en 2014. La zamorana, nacida en Villabuena del Puente (700 habitantes), se incorporó al centro educativo el 4 de diciembre de 2018. Tras pernoctar unos días en un hostal de esta localidad y pasar los días del puente de la Constitución, encontró la casa de El Campillo para alojarse. La vivienda, recién reformada, era de una compañera y allí se mudó el día 9 de ese mismo mes.
En la calle Córdoba se encontró con el que acabaría siendo su asesino. Montoya se pasaba las tardes en la puerta de su ruinosa casa, encendiendo una copa de carbón para calentarse, tal y como describieron en su día los vecinos del pueblo. Ni tres días pasaron para que el agresor la atacase. Luelmo desapareció durante cinco días en los que toda una comarca se volcó para buscar a una joven que apenas había tenido tiempo de conocer.
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