Una casa con juguetes y sin traumas para atender a niños que han sufrido abuso sexual
Los centros Barnahus instauran un modelo de atención y justicia amigable para menores víctimas de abuso sexual por primera vez en España
Un acogedor cuarto de juegos. Con su cocinita, sus puzzles, sus peluches y sus cuentos. Con suaves sillones grandes y una luz cálida que se cuela por los ventanales del techo. Parece que aquí solo pasan cosas buenas, y con ese propósito se ha decorado el edificio: hacer amable el camino a los niños que, en realidad, vienen a hablar de cosas malas. Este miércoles se ha inaugurado en Tarragona el primer centro Barnahus en funcionamiento de España, una casa a la que acuden menores víctimas o testigos de abusos sexuales. Su objetivo es reunir en un mismo espacio a todos los profesionales necesarios para convertir un proceso habitualmente traumático, en algo más sencillo.
Hasta ahora, cuando un niño revelaba que había sufrido un abuso sexual, debía someterse a un periplo casi infinito de preguntas y declaraciones, un trámite violento que puede afectar gravemente a su estado emocional. Primero, se lo cuenta a la profesora. Luego, a las fuerzas de seguridad. Pero también debe hacerlo en el médico y durante el proceso judicial, como poco. “Ahora ya es diferente. Cuando una niña informa o dice algo, se llama al Barnahus. A partir de ese momento nos ponemos todos de acuerdo en cómo abordar el caso. No vamos a pasear a la niña por ahí”, explica Ester Cabanes Vall, directora general del proyecto y de Atención a la Infancia y a la Adolescencia de la Generalitat de Cataluña.
A esta casa llegarán, acompañados por un responsable y con cita previa, todos los niños de la provincia que hayan podido pasar por un abuso. Y les recibirá un equipo especializado formado por unas diez personas: psicólogos, trabajadores sociales y sanitarios, que no cuidan exclusivamente de los menores. A los adultos acompañantes del menor se les explica cuáles son los pasos a seguir y qué pueden esperar del proceso judicial. También cómo lidiar con la vergüenza o con una ruptura familiar, cómo asumir el remordimiento que sienten por no haberse dado cuenta antes. A los pequeños, se les deja claro que nada de lo que ha pasado es culpa suya. Sin cuestionamientos. “La madre va a poder poner la denuncia sentada en una sala, mientras en la de al lado la niña está con la psicóloga y con el policía vestido de paisano”, cuenta Cabanes. Siempre serán atendidos por el mismo tándem de psicólogo y trabajador social. Todo por hacer del proceso —difícil de por sí— una experiencia más amable.
Así se consigue uno de los principales objetivos de esta casa: evitar la revictimización del menor y poner su bienestar por encima de todo. Pero hay más. “Cada caso es un mundo y lo tratamos de manera individual. Juntamos toda la información posible, desde las perspectivas de todo el equipo, contrastamos y encontramos evidencias, y lo entregamos en el juzgado con casi todo ya hecho”, cuenta Cabanes, que insiste en que es algo esencial para asegurar que el proceso judicial va bien encaminado. Alrededor de 12 menores con sus acompañantes pasarán de media cada día por las instalaciones, y volverán entre seis y 10 veces durante todo el proceso.
Este proyecto pionero en España lo comenzaron Cabanes y su equipo en 2018, cuando decidieron seguir el modelo Barnahus, originario de Islandia, y sumarse a la iniciativa de la Comisión Europea para implementarlo en varios países miembros y conseguir reformar el sistema de atención de abusos sexuales. Desde entonces ya han atendido a más de 600 niños, aunque ahora es la primera vez que cuentan con un edificio propio. En lo que va de año han ayudado a 55 menores. El 83% del total de los casos son niñas, un 17% son niños. “Antes pensábamos que la mayoría de casos venían de dentro de la familia, pero la evidencia muestra otra cosa”, ha declarado la directora de infancia durante el acto de presentación. 286 casos de pederastia son intrafamiliares, y 336 extrafamiliares, en los que el agresor no forma parte del entorno familiar.
Unos columpios de colores y un pequeño bosque de pinos rodean la entrada principal del edificio, situada en la fachada trasera. Eso es lo primero que ven los niños al llegar. El resto de estancias resultan igual de agradables. La camilla de reconocimiento médico está oculta tras un biombo de tela gris, cerca de una mesa desde la que un profesional puede tranquilizar al menor mientras le evalúan. Hay una cocina con zumos y frutas para cuando alguien necesita un descanso. Pero la habitación más importante se encuentra al final del pasillo, y solo tiene una mesa, varias sillas y una pequeña cámara instalada en la pared.
“El menor solo explica la historia una vez, y es en esta sala”, aclara Cabanes al entrar en la estancia. “Aquí se graba el testimonio del niño para la prueba preconstituida —aquella que existe antes de la apertura del proceso judicial, y que se puede incorporar durante el mismo— para que esté toda la información a disposición del juez en un mismo sitio”, desarrolla la directora del centro. Al mismo tiempo, pared con pared, observando las imágenes en una pantalla, están todos los profesionales del centro. Los especialistas imprescindibles en el proceso, como puede ser un médico, pueden seguir la reunión por videollamada. “También pueden sentarse el fiscal y el juez, si lo requiere el procedimiento”, apunta la psicóloga. Todo se graba, y el pequeño lo sabe. Cuando termina su testimonio o durante el descanso, los especialistas deciden cuáles son las medidas ideales para abordar el caso.
Desde la implementación de la metodología Barnahus en la provincia catalana “se ha multiplicado por cuatro el número de menores víctimas de abusos sexuales protegidos por el sistema, como resultado de la reducción de los pasos del anterior procedimiento”, según ha asegurado el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. De los 622 casos de pederastia, la mayoría, 212, fueron detectados por los cuerpos de seguridad. En el sistema de salud se identificaron 159 y en los colegios 94.
La mejora en la detección es una muestra de la eficacia del modelo, que es en sí mismo un perfecto ejemplo de cómo es posible que una amalgama de recursos y administraciones encajen perfectamente en la práctica, como las piezas de un rompecabezas. El proyecto lo ha financiado desde el principio la Generalitat de Cataluña, se enmarca en la Ley de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia aprobada en 2021 por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, los fondos Next Generation de la Unión Europea cubrieron los gastos de la construcción de la casa, y la Comisión Europea lo respalda y planea implantarlo en varios países miembro.
El tejido, bien confeccionado y coordinado, refleja el compromiso real de todas las partes para crear más centros como este en toda España, ahora que disponen de un referente, y así cambiar el modelo de atención a los niños víctimas de abuso sexual. En ello está también el actor internacional. “La Comisión Europea se enorgullece de apoyar el desarrollo del modelo Barnahus en España y en la Unión Europea. Nuestro trabajo consiste en garantizar que las administraciones públicas de todo el territorio están totalmente adaptadas a las necesidades de los niños”, explica Mario Nava, Director General de Apoyo a las Reformas Estructurales del órgano europeo. Desde la Comisión guían e impulsan el proyecto catalán, con la participación de expertos internacionales y el ejemplo de otros centros que ya se han desarrollado en países como Eslovenia o Finlandia. “Podemos ayudar a los niños víctimas de la violencia brindándoles una administración eficaz y bien adaptada que promueva los derechos de los niños y evite la revictimización innecesaria”, concluye Navas.
Lo que también requiere hilar fino es la articulación de los profesionales del centro, que se reúnen una vez al mes, algo que Cabanes considera esencial para que el servicio funcione: “Esto no se termina una vez se pone en marcha el edificio. Es un trabajo continuo de mejora, y para eso es necesario trabajar en equipo, algo que ahora hacemos”. Existen los problemas, sin embargo. Uno de ellos, el más notable, es asegurar la comunicación entre los actores y las administraciones. “La responsabilidad de la protección de los niños es una competencia regional, pero la justicia es nacional. La sanidad y la educación es autonómica. Y entran en juego muchos actores, como profesores, médicos, forenses y Mossos d’Esquadra. Es muy complicado encajar bien las piezas y que fluya la comunicación”, explica Cabanes. El asesoramiento de la Comisión Europea — adaptado a los problemas de cada país— ayuda en este aspecto, para que el modelo pueda aplicarse de manera uniforme en todos los territorios.
A la Barnahus también llegan invitados especiales, cuando un niño los necesita. Por ejemplo, cuando no es capaz de contar qué le ha ocurrido. “El niño se da cuenta de que, justo después de hablar, la gente a su alrededor se ha vuelto loca. Así que decide callarse. Pero una vez a la semana vienen Bruc y Pipa a ayudarles”, cuenta Cabanes. Bruc y Pipa son dos perros, ahora terapéuticos y entrenados, pero que sufrieron situaciones de maltrato. Fueron rescatados por la Fundación Affinity, que ahora colabora con el proyecto. “Al niño se le explica la historia del perro, y de alguna manera eso sirve como catalizador y les anima a hablar”, explica la psicóloga. Además de ellos, se despliegan todos los recursos necesarios para mejorar la atención a los pequeños y asegurar que se protege de manera efectiva a los miembros más vulnerables de la sociedad. Y la idea es seguir aportando más recursos, de los económicos, para que este centro, con juguetes y sillones grandes, sea el primero de muchos.
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