La cuarta encíclica del Papa llama a volver al corazón como antídoto contra el algoritmo
Francisco firma su carta más teológica y menos política contra el consumo, la tecnología y “el individualismo enfermizo”. “En el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor”, advierte
El papa Francisco ha publicado en el mediodía de este jueves su cuarta encíclica, llamada Dilexit nos (Nos amó), tomado como es tradición de las primeras palabras del texto en latín. En este caso, de una carta de San Pablo, refiriéndose a Jesús. En realidad, es la tercera, pues en la primera, Lumen fidei, en 2013, Jorge Mario Bergoglio simplemente completó una dejada a medias por Benedicto XVI con su dimisión. Lo primero que emerge de la lectura de la nueva encíclica es que, a diferencia de las anteriores, es la menos política y social, y la más teológica y espiritual. Laudato si’, en 2015, estaba plagada de titulares en defensa del medio ambiente y contra el capitalismo depredador. En Hermanos todos, 2020, también arremetía contra el neoliberalismo y el populismo. En el actual documento, más breve que los anteriores, de 220 epígrafes, no faltan andanadas contra el mercado y el consumismo, pero es sobre todo una llamada a la esencia del mensaje cristiano, a volver al amor. “Falta corazón”, dice el Papa, hablando tanto de las relaciones personales como internacionales y de las guerras en marcha. “En este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón”, proclama.
En un ejemplo, para explicar que el corazón “configura en mi identidad espiritual y me pone en comunión con las demás personas”, señala que “el algoritmo en acto en el mundo digital muestra que nuestros pensamientos y lo que decide la voluntad son mucho más estándar de lo que creíamos”. “Son fácilmente predecibles y manipulables. No así el corazón”, concluye. Es decir, Francisco también vuelve a recorrer, a su manera, esa senda de desconfianza hacia la racionalidad que viene desde el choque de la Iglesia con la Ilustración y obsesionaba a Benedicto XVI, empeñado en conjugar la relación entre fe y razón, y en demostrar cómo solo la inteligencia no es suficiente para dar sentido a la existencia. En todo caso, su mensaje más directo y más reconocible es hacia la forma de vida actual: “Hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero. Sólo nos urge acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas y mezquinas”.
Pero la encíclica se mueve a varios niveles, también es en buena parte un texto de consumo interno, para espabilar a la jerarquía y, en algún pasaje, dar toques de atención entre líneas a determinados sectores. De hecho, concluye que la Iglesia también necesita renovarse volviendo al corazón, “para no reemplazar el amor de Cristo con estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios”.
El corazón es el tema de la encíclica, analizado en varios ámbitos. Se titula “sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo”. Reflexiona sobre el corazón, tanto en su sentido más llano, el de la buena fe y la brújula más sincera e íntima de las personas, como en otro más teológico, pues la inspiración del documento es hablar del Sagrado Corazón de Jesús, icono católico sobre el que el Pontífice reflexiona en las páginas menos accesibles de la encíclica. Ya en junio, cuando anunció que iba a publicarla, con motivo de los 350 años de lo que la Iglesia considera la primera manifestación del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque en 1673, Francisco explicó que pretendía ayudar a meditar sobre los aspectos «del amor del Señor que pueden iluminar el camino de la renovación eclesial; pero también que pueden decir algo significativo a un mundo que parece haber perdido el corazón».
De Dostoievski a las empanadillas de la infancia
El documento es claramente distinguible en dos partes. Una inicial, más comprensible y basada en la reivindicación del amor y los buenos sentimientos, que se intuye más personal y donde es fácil prever las acusaciones rutinarias de buenismo de los adversarios del Papa. El primer autor y texto que cita no es sagrado, ni mucho menos, sino Homero: “En la Ilíada, el pensar y el sentir son del corazón y están muy próximos entre sí”. Luego Platón, y en tercer lugar ya la Biblia. Siguen Dostoievski y Heidegger.
Bergoglio incluye recuerdos personales, de nuevo como antídoto a la frialdad del algoritmo: “En el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor. Lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta. Pienso en el uso del tenedor para sellar los bordes de esas empanadillas caseras que hacemos con nuestras madres o abuelas”.
También es en esta parte donde carga contra un “individualismo enfermizo” dominante y hay más calado político y social, en frases como esta: “Nos movemos en sociedades de consumidores seriales que viven al día y dominados por los ritmos y ruidos de la tecnología, sin mucha paciencia para hacer los procesos que la interioridad requiere. (…) Cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie, de vivir corriendo sin saber finalmente para qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón”.
Luego salta de lo personal a lo político, y uno de los capítulos se titula directamente El mundo puede cambiar desde el corazón. Argumenta que, si se sigue como guía la propia conciencia, se puede transformar el entorno: “Tomar en serio el corazón tiene consecuencias sociales”. Por ejemplo, “viendo cómo se suceden nuevas guerras, con la complicidad, tolerancia o indiferencia de otros países, o con meras luchas de poder en torno a intereses parciales, podemos pensar que la sociedad mundial está perdiendo el corazón. (…) Ver llorar a las abuelas sin que se nos vuelva intolerable es signo de un mundo sin corazón”. “Para que nuestro mundo que sobrevive entre las guerras, los desequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología, pueda recuperar lo más importante y necesario: el corazón”, concluye.
Es entonces, hacia la mitad del texto, cuando ya vira hacia la fe, porque opina que la humanidad no podrá con todos los desafíos y “necesitamos el auxilio del amor divino”. Empieza entonces una segunda parte más teológica, más convencional y menos comprensible al creyente común y al lector que no lo es. Es más sesuda, parece menos personal, y se adivina la mano y el asesoramiento de sus colaboradores, con una sucesión interminable de citas de padres de la Iglesia, santos, místicos y cartujos sobre el sentido y las implicaciones espirituales de la imagen del Corazón de Jesús.
No obstante, en su línea, su planteamiento de la figura de Jesús es más de andar por casa, nada complicado, y resalta su cercanía a los débiles, los pobres, los marginados y “que no eliminaba los sentimientos”. Describe, en definitiva, la importancia del amor puro. “Si se mira superficialmente, puede parecer mero romanticismo religioso. Sin embargo, es lo más serio y lo más decisivo”, apunta. Francisco hace equilibrios para reivindicar la fe más llana aun con el riesgo de que puede rozar la superstición y el folclore, como la devoción al propio icono del Corazón de Jesús, imagen de culto desde el siglo XVII que puede degenerar en fetichismo abstracto: “Si bien el dibujo de un corazón con llamas de fuego puede ser un símbolo elocuente que nos recuerde el amor de Jesucristo, es conveniente que ese corazón sea parte de una imagen de Jesucristo”.
Toques de atención a la jerarquía de la Iglesia
Aun así advierte, citando al teólogo español Olegario González de Cardedal, que “por el influjo del pensamiento griego, la teología durante mucho tiempo relegó el cuerpo y los sentimientos al mundo de ‘lo prehumano, infrahumano o tentador de lo verdaderamente humano’, pero ‘lo que no resolvió la teología en teoría lo resolvió la espiritualidad en la práctica”, a través de la religiosidad popular, que habría suplido los vacíos de la teología. De nuevo, la predilección de Francisco por el pueblo. De hecho, más adelante advierte: “Ruego que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del santo pueblo fiel de Dios (...). Invito a cada uno a preguntarse si no hay más racionalidad, más verdad y más sabiduría en ciertas manifestaciones de ese amor (...) que en los fríos, distantes, calculados y mínimos actos de amor de los que somos capaces aquellos que pretendemos poseer una fe más reflexiva, cultivada y madura”.
Es la parte más de consumo interno, de lectura más árida, con continuas referencias a textos y meditaciones de personalidades de la Iglesia como san Claudio de La Colombière, San Carlos de Foucauld y santa Teresa del Niño Jesús. Hasta diserta sobre el lugar del Sagrado Corazón en la historia de la Compañía de Jesús. Pero hay pasajes muy intencionados donde da toques de atención y practica ajustes de cuentas a corrientes y bandos de la Iglesia. Ahora los numerosos exégetas vaticanos debatirán con fruición para determinar qué ha querido decir, y contra quién. Por ejemplo, contra creencias new age o espiritualidad de salón: “Nos enfrentamos a un fuerte avance de la secularización que pretende un mundo libre de Dios. A ello se suma que se multiplican en la sociedad diversas formas de religiosidad sin referencia a una relación personal con un Dios de amor, que son nuevas manifestaciones de una ‘espiritualidad sin carne’”. O cuando lamenta que “se ha vuelto frecuente en algunos círculos cristianos este intento de encerrar al Espíritu Santo en un esquema que les permita tener todo bajo su supervisión”.
También crítica “comunidades y pastores concentrados solo en actividades externas, reformas estructurales vacías de Evangelio, organizaciones obsesivas, proyectos mundanos, reflexiones secularizadas, diversas propuestas que se presentan como formalidades que a veces se pretende imponer a todos. Esto con frecuencia deriva en un cristianismo que ha olvidado la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio, el fervor de la misión persona a persona (…) Se trata de otra forma de engañoso trascendentalismo, igualmente desencarnado”.
El objetivo último del Papa es el del primer día, renovar la misión de la Iglesia, cuando llamó a obispos y sacerdotes a mezclarse con el rebaño y “oler a oveja”, salir a la calle y dejar los despachos. De ahí sus advertencias: “Estas enfermedades tan actuales, de las cuales, cuando nos hemos dejado atrapar, ni siquiera sentimos el deseo de curarnos, me mueven a proponer a toda la Iglesia un nuevo desarrollo sobre el amor de Cristo representado en su Corazón santo”. Incide en dos aspectos: “la experiencia espiritual personal y el compromiso comunitario y misionero”. En resumen, nada nuevo: predicar con el ejemplo y abandonar la retórica. “La misión, entendida desde la perspectiva de la irradiación del amor del Corazón de Cristo, exige misioneros enamorados, (…) les duele perder el tiempo discutiendo cuestiones secundarias o imponiendo verdades y normas, porque su mayor preocupación es comunicar lo que ellos viven y, sobre todo, que los demás puedan percibir la bondad y la belleza del Amado a través de sus pobres intentos”, concluye Francisco.
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