El antifeminismo: un movimiento organizado que “secuestra la conversación”
El último informe de la consultora LLYC apunta a una vandalización del diálogo sobre la igualdad en redes y a la paulatina desaparición de debates sin insultos ni mentiras


“Unos te llaman puta y otras intentan explicar la realidad con datos y argumentos”. Esa frase de Luisa García, socia y CEO Corporate Affairs de la consultora LLYC, condensa bien gran parte de lo que está pasando en redes ―y fuera de las redes― en torno al antifeminismo: una vandalización de la conversación sobre la igualdad en la que este grupo contrario a los avances de los derechos de las mujeres está en gran parte politizado, cada vez más organizado y radicalizado, es agresivo e irreflexivo al hablar, hace uso de mentiras y manipulación de estadísticas y disemina su discurso con mensajes simples y que apelan a emociones negativas como el odio.
Hay cientos de miles de “vacas”, “malfolladas”, “marimachos”, “feminazis”, o “denuncias falsas” repartidos en las conversaciones. Y es algo que puede verse, leerse o percibirse haciendo un recorrido por redes, pero también, ahora, son características y palabras que dan forma a una realidad analizadas en el último informe de la consultora LLYC, Sin Filtro, que ha revisado la conversación sobre la igualdad en grupos feministas y antifeministas y ha procesado 8,5 millones de mensajes en X (antes Twitter) en 12 países de Latinoamérica y Europa, además de Estados Unidos.
“¿Para qué? Para intentar responder a la pregunta de qué mensajes puede estar recibiendo ese grupo de gente que está llevando a esa separación y ese retroceso y también porque se extiende eso de que viene una contrareacción porque las mujeres se han pasado, y que hablan demasiado de feminismo. ¿La primera conclusión? Que precisamente pasa lo contrario, que donde menos se habla de igualdad más se radicaliza la conversación”, apunta como primera cuestión García.
Según el informe, en los países donde la conversación sobre igualdad en la agenda pública y social es menor, como ocurre en Chile ―que tiene un volumen de conversación un 27% menor que España―, “las comunidades feministas se encuentran más aisladas y su conversación tiende a ser más crispada porque se ve obligada a centrarse en responder a los ataques antifeministas”. Y al revés, “un mayor debate sobre la igualdad frente al contrafeminismo tiende a producir comunidades feministas más variadas y dispersas en los países en un 45%”.
Esto, dice García, es una de las claves para “que se entienda la necesidad de seguir hablando del tema”, de no ceder espacio al machismo para que acapare e invada la conversación con falacias y estereotipos en un ecosistema, las redes, que se han convertido “en una herramienta de ataque”. Lo dice porque otro aspecto que han encontrado es que en aquellos países donde el discurso feminista ha perdido relevancia en los últimos años “las voces antifeministas han ocupado ese vacío imponiendo narrativas que distorsionan la realidad”.
Explica que la polarización cada vez mayor en este tema está provocando un “hueco” en el que podrían darse debates sin insultos ni mentiras, “un espacio en el medio para hablar que cada vez menos gente ocupa”. Por un lado, por la huida que el grupo igualitario hace de la conversación violenta, y por otro, por “el espejismo de la igualdad” que opera en ciertos espacios, donde hay quienes creen que ya no hace falta tratar esta cuestión. Así, “una conversación a la que le queda mucho desde una perspectiva absolutamente abierta, se convierte en un campo de batalla. Ha sido secuestrada”.
Aunque no en todos los países la tendencia es igual. En Ecuador, México o República Dominicana la conversación misógina “ha experimentado un incremento del 30% en los últimos tres años. De hecho, en países como Chile y República Dominicana, el bando contrafeminista emite más del doble de mensajes que el feminista, lo que pone de manifiesto la virulencia de su discurso. Por el contrario, Panamá, Brasil y España son los países en los que más ha decrecido la conversación contra el feminismo, con una media del 31% en el último trienio”, detalla el informe.
Lo que sí sucede de forma similar en todos los territorios es el uso habitualmente de una misma balanza para hablar de antifeminismo y feminismo, pero no son equiparables. No solo por lo que significan o representan o suponen sino por cómo se comportan y se relacionan e interactúan con otros grupos. Por ejemplo, “mientras el antifeminismo es un bloque mucho más homogéneo, en el feminismo se dialoga, hay diferentes puntos de vista, tanto internamente como en la conversación pública”, explica García.
La radicalización
El estudio ahonda en las diferencias y quizás una de las más esenciales para el análisis del contexto actual es la radicalización y la homogeneidad de ese grupo. Según el estudio, “el contrafeminismo se define por ser un bando menos diverso y más radical. En países como Chile, España y EE UU, más del 75% de los discursos antifeministas provienen de comunidades altamente homogéneas, sin diversidad interna. Además, en Brasil y EE UU, el 85% de estos mensajes están vinculados a ideologías de derecha o extrema derecha, mientras que en Chile y Colombia un tercio asocia el feminismo con ideologías extranjeras, reforzando una percepción de injerencia política y cultural”.
“Irónicamente”, sigue el documento, “son los sectores más conservadores como el trumpismo quienes han instrumentalizado esta percepción para alimentar su agenda política, convirtiendo la lucha por la igualdad en el blanco de ataques y desinformación”. Por ejemplo, la promesa del presidente estadounidense de “desmantelar las políticas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) a nivel federal”, lo que “supondría un grave retroceso en los derechos conquistados y reforzaría las barreras estructurales que impiden la igualdad real”.
Esas promesas, y lo que hay detrás, “están extendiéndose cada vez más”, incide García. Sobre todo en “Estados Unidos y Europa, el apoyo masculino a los líderes que atacan los derechos de las mujeres sigue en aumento”, suma el informe.

García recuerda ese 44,1% de los hombres españoles que creen que las mujeres han ido demasiado lejos y sus derechos están discriminando a los hombres. Y este lunes, el barómetro mensual realizado por la empresa 40dB para EL PAÍS y la Cadena SER reflejaba que quienes tiene mejor opinión sobre Donald Trump son los hombres jóvenes, los de la Generación Z, que tienen ahora entre 18 y 27 años, que es exactamente la franja etaria en la que Vox tiene mayor intención de voto.
¿De qué depende que en España se sienta mayor o menor simpatía por Trump? De la edad y del género. Entre los más jóvenes, la diferencia entre los chicos y las chicas es de 25 puntos porcentuales, y entre los varones de 18 a 27 y los del baby boom (mayores de 60), de 24.
Esa “radicalización” apunta el análisis que “puede estar influyendo en que los hombres jóvenes se acerquen peligrosamente hacia el bando contrafeminista. Mientras las mujeres jóvenes se consolidan como el grupo más feminista y políticamente activo, un creciente número de hombres jóvenes adopta posturas conservadoras”.
En Alemania y Reino Unido la brecha ideológica de género supera los 25 puntos; es aún mayor en Corea del Sur y China; una encuesta de Gallup en Estados Unidos colocaba en 30 puntos porcentuales la brecha entre las mujeres y los hombres de 18 a 30; en España, el 70% de los votantes de Alvise Pérez el año pasado fueron hombres y a Vox lo votan más hombres que mujeres sobre todo en edades más jóvenes. Y pasa en Chile, y en Brasil, y en Argentina, donde hubo 12 puntos de diferencia entre hombres y mujeres en la elección de Javier Milei como presidente.
Y “los algoritmos de plataformas como X e Instagram priorizan la viralización de mensajes breves, como videos cortos y memes, que simplifican y distorsionan temas complejos”, como la violencia machista o la violencia sexual; “y en muchos casos, los discursos antifeministas encuentran un terreno fértil en estos entornos digitales, donde las reacciones rápidas y superficiales amplifican la resistencia al feminismo”, se extiende el estudio.
Los escépticos o la posibilidad de un cambio
¿Es viable un cambio, un viraje, un acercamiento? Explica García que el estudio también ha medido si en la conversación más cercana a la radicalización antifeminista pero que aún no lo está hay posibilidad “de vuelta”, es decir, “cómo de factible es que cuando a ese grupo le das datos y argumentos abandone ese espacio”. ¿El resultado? Un porcentaje muy pequeño.
En el estudio ese grupo son “los escépticos”, suponen el 2% del antifeminismo: “El 98% de los perfiles tiene opiniones radicalizadas y solo un 2% podría recuperar el interés por la igualdad. Tienen 1,6 veces más probabilidad de polarizarse hacia el bando antifeminista y de radicalizar su discurso que de inclinarse hacia posiciones más moderadas”. Ese “riesgo”, además, “es mayor en los países donde las comunidades contrafeministas están más concentradas, como Chile, Colombia, Estados Unidos, España y Argentina”.

A eso, se suma que mientras que el grupo feminista es “fundamentalmente femenino, por lo que siguen faltando hombres hablando de igualdad, en el ámbito contrafeminista aparecen cada vez más voces ultraconservadoras de mujeres”, que comparten ideas como la de que el feminismo es un peligro para la familia y los valores tradiciones, que “sigue siendo un componente alto de la conversación, especialmente en América Latina, pero también empieza a tirar con fuerza con la nueva oleada ultraconservadora en Estados Unidos”.
“Todo esto hace sumamente difícil la tarea, el cambio”, arguye Luisa García. ¿Y ahora? La socia de LLYC se remite a la primera conclusión a la que apuntó: “Ahora, un momento en el que los algoritmos premian el ruido, hay que hablar, hay que volver a explicarlo una y otra vez, hay que insistir: en el feminismo”. Y a duplicar las voces, “más liderazgos de opinión más variados para evitar que cuatro se conviertan en un pararrayos”.
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