“Mino criptomoneda para sobrevivir y pagarme el seguro médico”
Nelson Mercedes cuenta cómo se saca 10 dólares diarios poniendo su ordenador al servicio del negocio de los tokens no fungibles, la última fiebre de la economía digital
Nelson Mercedes, de 36 años, trabajaba antes de la pandemia en un supermercado en Santo Domingo (República Dominicana). “Vigilaba las cámaras de seguridad a ver quién robaba o hacía algo raro”. Llegó el confinamiento y el supermercado le despidió. Con la liquidación hizo algo que llevaba tiempo queriendo hacer: compró por la página de subastas eBay cuatro tarjetas gráficas, una placa base y una CPU (unidad central de procesamiento, el elemento principal de un ordenador) en EE UU. Todo era usado pero le bastaba para montar un equipo (rig) para minar criptomonedas desde su casa. Y hacerse así con unas migajas del pujante negocio de los objetos no fungibles (no remplazables, llamados NFT por sus siglas en inglés), la última fiebre de la economía en internet en la que objetos virtuales únicos como un tuit o un archivo digital puede venderse por millones de dólares.
Mercedes quería hacerlo desde que un amigo que se mudó a Estados Unidos le contó cómo funcionaba el negocio. Básicamente los criptomineros utilizan toda la electricidad de la que disponen para que sus equipos informáticos fabriquen sin parar los bloques de texto donde se inscriben las transacciones de los NFT. Las NFT son objetos digitales de coleccionismo marcados con un código que los hace únicos. Ese código permite que alguien pueda comprar un bien digital especialmente interesante (un tuit mítico, un gif muy compartido, un meme especial, un vídeo de la NBA o un artículo de un periódico) y pueda comerciar con él, aunque siga estando en internet, y está escrito en la cadena de bloques Ethereum.
Dichas transacciones se conservan en multitud de ordenadores de todo el mundo, lo que impide el fraude al garantizar la singularidad de los objetos que se compran y venden. Y, como recompensa por participar en el proceso y alojar es sus ordenadores dichos bloques, los criptomineros reciben una recompensa en ethers (este viernes un ether se cambiaba por 1.400 euros), la criptomoneda de Ethereum. Cuanta más potencia y capacidad tengan sus equipos, más ganan.
Con una inversión de 800 euros y sin formación informática, Mercedes montó la estructura de su negocio en casa. “Lo he aprendido todo viendo vídeos de YouTube en inglés”, dice en varias conversaciones escritas y audios por WhatsApp. El criptominado latinoamericano tiene sus canales en dicha plataforma donde expertos intentan resolver las dudas de gente que ve cómo una pequeña inversión puede dar algo de dinero para sobrevivir. Otro amigo le echó una mano con su primer ordenador: “Me ayudó a comprar una computadora, me la armó y me instaló Windows. De ahí yo aprendí todo lo que se hace en la computadora: desarmarla, formatearla, limpiarla, entrar los programas. Sin estudiar ni hacer ningún curso”, dice.
Cuando empezó con la minería en septiembre, no sabía si iba a resultar: “Al principio no sabía el consumo real que tendría de electricidad. Cuando llegó la primera factura, vi que sacaba ganancias”, dice. Cada mes ingresa 400 dólares con ethereum y el consumo de electricidad en la casa es de 160, aunque Mercedes no lo paga completo. Le quedan netos unos 10 dólares diarios. Completa su salario resolviendo recaptchas (las pruebas con que nos desafían las páginas web para certificar que somos humanos) en una plataforma internacional, una tarea mucho más pesada. “Gano más aunque tenga que pagar la luz más cara, porque estoy siempre en casa y puedo resolver más recaptchas. Si un día no puedo trabajar, no trabajo. No tengo que ir a la calle y no me arriesgo a contagiarme. Y si me canso, me pongo a ver Netflix. Gano más ahora y sin presión”, dice.
“Yo no puedo holdear [ahorrar, del inglés “hold”, sostener, mantener] porque ese dinero es con el que vivo. Si junto algo es en pesos, no en criptomoneda. De momento no he podido hacerlo porque tengo que sobrevivir, tengo que pagar mi seguro médico y comprar cosas. No soy un empleado sino, cómo se dice, un emprendedor”. ¿Por qué el seguro médico? “Porque es mejor tenerlo, los hospitales aquí no sirven para nada”, añade.
El problema del calor
Mercedes no ha oído hablar nunca de las NFT, aunque participe del negocio. Su historia es muy distinta. Para minar se necesitan electricidad barata, un país sin restricciones legales e, idealmente, bajas temperaturas, porque los equipos se calientan mucho. Por ello, la República Dominicana no es claramente un país ideal, como China, Rusia, Estados Unidos o Islandia, por distintos motivos. El único país latinoamericano con algo de presencia en el mundo criptomonedas es Venezuela, porque la electricidad es gratis, aunque no todo el mundo puede dedicarse al minado debido al control que ejerce el Gobierno.
Su historia sirve para poner en perspectiva la fiebre de las NFT. Una obra de arte subastada por 69 millones de dólares o el primer tuit de Jack Dorsey, fundador de Twitter, vendido por 2,9 millones. Mientras estos hechos ocupan las portadas de los medios y enriquecen a unas élites, en otras partes del mundo hay montones de personas que con su habilidad y formación intentan rascar las sobras. Mercedes resuelve recaptchas y mina todas las horas que puede, aunque eso haga que no pueda usar su otro PC para jugar. Sería demasiado consumo.
Mercedes convierte los ethers que consigue en pesos dominicanos. Aunque el camino para convertir la criptomoneda en moneda local también es largo. “Uso la plataforma Coinbase como cartera de criptomonedas. Cuando me pagan, lo convierto a [la criptomoneda] litecoin. Lo vuelvo en dólares y con la plataforma AirTM lo retiro en un cajero en pesos dominicanos”, explica Mercedes.
En República Dominicana hay algunas posibilidades que Mercedes no aprovecha. “Sé que hay gente que mina y no paga la electricidad porque no tienen contador en sus sectores o barrios”, dice. Eso es claramente una ventaja, aunque te arriesgas a una multa. El otro problema es el precio de los equipos. Las tarjetas que Mercedes compró en verano del 2020 por 175 dólares ahora cuestan tres veces más, cerca de 500. “Nadie sabe qué es minar aquí, no lo entienden”, dice. “De los pocos amigos que tengo, uno sabe pero no le prestó atención. El otro quería armar un rig y tiene un dinero para invertir pero está muy caro ahora”, añade. Los amigos han llegado tarde.
¿Y el calor del Caribe? El equipo de Mercedes lleva cuatro refrigeradores internos y la habitación es ventilada, dice. “Y si se calienta mucho, pongo el abanico [ventilador]”, dice.
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