No sea quisquilloso y olvide la química: guía para triunfar en Tinder, según la asesora científica de la aplicación
La antropóloga Helen Fisher lleva décadas investigando el amor. Desde hace casi 20 años también trabaja para entender la importancia de internet en las relaciones sentimentales
Faltaban dos días para la Navidad de 2005. “En Nueva York nunca pasa nada dos días antes de Navidad”, dice la antropóloga y bióloga Helen Fisher, de 77 años. Pero a ella la llamaron del grupo Match y la convocaron a una reunión urgente: “Estaba hasta el presidente y querían saber por qué alguien se enamora de una persona y no de otra”, dice. “En aquel momento les contesté: ‘No tengo ni idea”. Pero Fisher empezó a pensar.
Estaba claro que en el enamoramiento hay una parte de estatus, de creencias, de educación. Pero, pensó, también debe de haber algo genético. Así fue como creó un test para distinguir cuatro tipos de personalidad: explorador, director, negociador y constructor. Cada uno se asocia con un neurotransmisor o una hormona. “Es el único en el mundo basado en biología y validado por dos experimentos en el cerebro”, asegura por videoconferencia desde Nueva York a EL PAÍS. Millones de personas lo han hecho en el mundo y al método de Match, propietaria hoy de las apps de citas Tinder, Hinge, OkCupid y Meetic, le dio un barniz científico. Fisher insiste en que un genetista retirado de la Universidad de Princeton le dijo en una cena reciente que su test “es el único que funciona”.
Desde entonces, Fisher es asesora científica de Match, aunque no está al corriente de las apps y sus algoritmos. No sabe cómo la aplicación escoge los perfiles que muestra a sus usuarios. Pero desde 2010 usa sus datos para sacar una encuesta anual llamada Solteros en EE UU con respuestas de 5.000 personas. Lleva también suficientes años en el sector como para ser llamada “una de las expertas del amor más citadas” o incluso “la científica más citada del mundo en materia de biología y química del amor”. Aunque la búsqueda “Helen Fisher love” da 28 millones de resultados en Google, Fisher no tiene “ni idea” de dónde salen estas afirmaciones, aunque señala: “Cuando los periodistas llaman para hablar de amor, tienen muchos psicólogos, pero yo soy la única neurocientífica antropóloga que tienen”.
Su experiencia e investigación sí le basta para dar cierto contexto a la importancia (relativa) de las apps. Cree que no cambian apenas en el amor. Tiene, de hecho, al menos tres ideas básicas sobre el alcance real de estas aplicaciones. Una: “Son solo una manera nueva de hacer algo que nuestro cerebro hace desde siempre: un millón de años atrás nos encontrábamos en un pozo en el desierto, ahora por internet”. Dos: “Todos estos psicólogos que dicen que las apps harán que tener citas sea tan diferente son ridículos; no entiendo cómo la gente tiene tanto miedo de las nuevas tecnologías”. Y tres: “No deberían llamarse apps de citas, sino de presentación”, para quitarles importancia.
Aun así, Fisher revela algunos trucos para usarlas mejor. Estos van más allá de poner unas fotos decentes.
1. No te des atracones: conoce entre cinco y nueve personas
“Hay mucha gente que me dice: fui a 30 citas en un mes y no encontré a nadie”, cuenta Fisher. “Bueno, por eso no encontraste: te estás ahogando en citas”. Nuestro cerebro no está preparado para escoger entre más de nueve opciones, dice Fisher. En ese caso, la persona se encuentra con muchas disyuntivas y al final no se queda con nadie.
“Y tienes que conocerlos en persona. No vale solo chat, correos o conversación telefónica. El cerebro humano está diseñado para observar todo el cuerpo: el fondo, la sonrisa, la vacilación”, explica.
2. Después, cierra la aplicación un tiempo
Después de ver a cinco, seis o siete personas, toca salir de la app. No buscar más. “Si realmente quieres conocer a alguien, sal del sitio y conoce al menos a una de esas personas mejor, porque los datos psicológicos muestran que, cuanto más conoces a alguien, más te gusta”, dice Fisher.
“Es posible que conozcas a gente que claramente no sea para ti, porque tienen 40 años más o porque son demasiado grandes o pequeños, o que hagan algo que no te parezca respetable. Pero después de haber conocido a nueve personas que encajan en tu espectro, sal de la aplicación, ni siquiera te quedes a un lado a mirar, bájate de ella”, dice Fisher.
3. No seas puntilloso y aprende a decir que sí
Ya tienes a un puñado de personas razonable a quien te podría apetecer ver más. Ahora es aún más difícil: tienes que aprender a decir que sí. “La gente hoy es demasiado quisquillosa. Piensa en razones para decir sí en lugar de no”. No somos cenizos gratuitamente. Hay una razón biológica, dice Fisher: “Hay una enorme región del cerebro que he estudiado y que está vinculada con lo que llamamos sesgo de negatividad. Recordamos lo negativo y durante millones de años eso fue adaptativo. Si olvidabas quiénes eran tus enemigos, podías morir”.
Pero ahora hay que dar más oportunidades o, al menos, tener un poco más de manga ancha: “Entras en estas apps y tienes poca información sobre otros perfiles. Y dirás ‘oh, le gustan los gatos’, ‘le gustan los perros’ o ‘le gusta el golf y a mí me gusta el tenis’, ‘va a casa de su abuela todos los domingos por la noche, y yo no quiero’. Y entonces dices que no”, explica Fisher.
No es que debas decir siempre que sí, claro. Pero es una regla mejor, para Fisher, que otras más peliculeras: “La mayoría se fija en el amor a primera vista o si tenemos química. ¡Olvídalo! Sigue viendo a alguien que sea encantador y divertido”.
Fisher da ejemplos de su propia vida. Se casó el año pasado. Hay que tener en cuenta que ella es alguien que cuando liga dice cosas así: “Yo estudio el amor. Cuando empiezas a enamorarte, contribuyes al circuito cerebral del apego. ¿Estás dispuesto a correr ese riesgo?” En 2015, su entonces pretendiente dijo que sí.
Como es obvio, los enamorados hicieron su test y encajan: son exploradores. Pero luego hay cosas que le ponen más de los nervios. “Íbamos a cenar en el Bronx. Quise cruzar un parterre y me dijo que no podía pisar la hierba. Y yo: ‘No hay hierba, ahí no ha habido hierba en 25 años, es solo suciedad’. Y él: ‘No pisemos la hierba’”, recuerda Fisher.
De esta anécdota, Fisher saca toda una teoría: “En EE UU estamos macerados en psicología. Todo es culpa de nuestra infancia, eres una víctima., cuando en realidad el 50% de las variaciones son genéticas. Él no quería caminar sobre el césped porque quería seguir las reglas. Yo no soy así. Pero tienes que aprender. Él es quien es, y cuando te das cuenta de eso, entonces no culpas a nadie y lo aprovechas. Por su manera de ser, es probable también que me vaya a ser fiel. Es una manera muy fructífera de llevarse bien”, explica.
4. No te preocupes mucho; así es hoy y ligar sí ha cambiado
El 40% de primeras citas salen hoy de internet, dicen las cifras de Fisher. La mala prensa de las apps ya está casi pasada, en parte gracias a la labor de científicos como ella. “Al principio internet era para perdedores. Y luego fuimos pasando a la sensación de que ‘bueno, está bien, solo que no es para mí'. Y ahora en EE UU hemos evolucionado a ‘bueno, voy a probarlo también”, dice Fisher, que añade: “Si es normal hasta en las universidades”.
El cerebro y el amor no han cambiado. Pero ligar sí: un like en una story de Instagram, un mensaje rápido de WhatsApp, un emoji que es perfecto, una canción compartida en Spotify. Antes era parecido, pero distinto: “Hace poco leía una novela de Dickens, y enviaban pequeñas notitas diariamente, debía haber mensajeros sin parar en Londres en 1800”.
Además del modo cotidiano de ligar, Fisher también cree que hay algo más de fondo y menos tecnológico que ha cambiado en nuestra época: “Lo realmente nuevo es que las mujeres se han incorporado al mercado laboral. El crecimiento de la familia con dos sueldos provoca cambios en la forma de ligar, pero eso no hace que cambie el amor en sí”.
El crecimiento en las videocitas puede tener algo que ver con estos cambios. “Esto ayuda a valorar candidatos, luego se tienen menos primeras citas y es más cómodo”, dice Fisher. “Durante la videocita el sexo está fuera del alcance y además la pareja no tiene que hacer frente a lo que cuesta una cena. Resulta que la gente en esas videocharlas dice que tiene conversaciones más significativas, más transparencia, más honestidad, más revelaciones. Les interesa más la estabilidad financiera que la apariencia”, añade.
5. La gente busca menos sexo de lo que se piensa
Pero, ¿y todos los que buscan sexo? Fisher tiene la certeza de que los más jóvenes (“en edad reproductiva”) tienen menos sexo que en otras épocas. Sin embargo, no cuenta con una respuesta concluyente sobre si las apps permiten tener más sexo con respecto a otras generaciones. “Aunque creo que sí”, dice.
Fisher ha dado bastantes vueltas al concepto de “amigo con derecho a roce”, que manejan los más jóvenes: ”Es un término muy descriptivo, son muy analíticos [los jóvenes]. Un 34% de los solteros han tenido sexo con alguien antes de la primera cita seria. La gente mayor pensará que es una locura, pero yo creo que es una entrevista sexual”. Es otro presunto modo de conocer mejor a alguien.
Esas “entrevistas” hacen quizá que los jóvenes tengan menos rollos esporádicos de una noche, que es algo sobre lo que Fisher tiene también datos curiosos. “Los hombres son tres veces más propensos a tener un rollo con la esperanza de que se convierta en una relación. Nadie me cree. He dicho durante 40 años que los hombres se enamoran más a menudo, más rápido. Quieren presentar a la otra persona a amigos y familia antes. Quieren mudarse antes que las mujeres”, explica.
6. La gente que se conoce en apps se divorcia menos
En sus estudios anuales, Fisher quiso comprobar algo que había visto en un artículo científico de la Universidad de Chicago: la gente que se conoce online se divorcia menos que las parejas formadas en la vida real. ¿Qué diferencia podría haber entre internet y un bar, un aeropuerto o una iglesia?
“Como tenemos 60.000 personas que han respondido, fue muy fácil analizar una muestra y comparar a las parejas que salían de internet con las que no lo hacían, y resultó que las personas que usaban las apps tenían muchas más probabilidades de contar con un empleo, una educación superior y de buscar un compromiso a largo plazo”, asegura.
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