‘Apagón’: cinco poderosas miradas al día después del fin del mundo tal y como lo conocíamos
La serie de Movistar Plus+, llena de talento delante y detrás de las cámaras, imagina qué pasaría tras una tormenta solar en capítulos independientes que apelan al espectador. ¿Qué haríamos ante el caos?
La ficción distópica y apocalíptica en su más amplio espectro lleva tiempo mostrándonos diferentes formas del fin del mundo y, sobre todo, del día después del desastre; literatura, series y películas de futuro próximo con inquietantes perspectivas. La última aportación a tan nutrido género viene de la mano de Movistar Plus+, que estrena este viernes en la sección oficial del Festival de San Sebastián, y a partir del 29 en su plataforma, Apagón, serie original producida por Buendía Estudios e inspirada en El Gran Apagón, la ficción sonora de Podium Podcast.
La organización de la historia, que tiene detrás a Fran Araújo (también guionista de varios episodios), se fija en cinco puntos para imaginar qué ocurriría tras una tormenta solar: el inicio, dentro de Protección Civil, los primeros que ven llegar la catástrofe; un hospital que gestiona el fin del mundo día a día; una urbanización organizada para la supervivencia; un pastor acechado y una granja convertida en comuna. Podrían haber sido otros, podrían haberse fijado en las ciudades a las que se refieren los protagonistas de las distintas historias, donde, según cuentan, el caos es mayor. Pero se habría ido entonces a lo grandioso, habría roto con el intimismo de ciertas historias, con un tono complicado de conseguir en este género.
Dirigidas por Rodrigo Sorogoyen (El reino, Antidisturbios), Raúl Arévalo (Tarde para la ira), Isa Campo (La próxima piel), Alberto Rodríguez (La isla mínima) e Isaki Lacuesta (Entre dos aguas), las historias son autoconclusivas, si bien hay una conexión entre el primer y el último capítulo y algunos personajes aparecen en varios, y comparten con la francesa El colapso (Filmin) la virtud de no montar una gran explicación, dejar al espectador que imagine, sugerir grandes espacios narrativos que quedan fuera.
En el primer episodio, Sorogoyen consigue un thriller de ritmo perfecto a pesar de la ausencia de misterio: el espectador sabe desde el principio qué va a pasar. Le acompaña en la tarea un Luis Callejo que siempre está bien. En el segundo, Arévalo juega con la angustia de la gestión de un hospital cada vez con menos recursos y más enfermos y narra la entrega de los pocos que en una crisis así ponen por delante a los demás. Seguro que les recuerda algo. Campo juega en el tercero con el miedo al otro, en un relato que se deja llevar por la mirada hipnótica de Zoe Amao, una adolescente que construye un mundo con tres frases. Rodríguez crea un wéstern seco e implacable, con duelo incluido, a través de la mirada de un pastor acorralado por quienes desean su rebaño. Y el último vuelve casi al principio para ofrecer una mirada menos intensa, más optimista quizás, de la mano de una María Vázquez perfecta. No es la única mujer que determina el tono de un capítulo con un personaje fuerte: ahí está Patricia López Arráiz como la madre de Zoe en el tercero o la directora del hospital, Ainhoa Santamaría.
Esa última entrega conecta aspectos de todos los demás sin romper con la idea de las narraciones independientes y cerradas. Responde algunas preguntas, pero genera muchas más. Y, como siempre que un buen relato nos cuenta el día siguiente al fin del mundo, aparece la gran cuestión sin respuesta. ¿Cómo nos comportaríamos ante el caos? Ojalá no tengamos que averiguarlo nunca.
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