Invitar a casa a Jorge Semprún
El magnífico narrador que fue se contó mejor de lo que nadie podrá contarle nunca, pero mantener viva su memoria, en cualquier formato, desde luego merece la pena
Se abre el telón. Un guionista y director de reconocida trayectoria está reunido intentando vender una miniserie sobre Jorge Semprún. Uno de sus interlocutores le corta: ¿Pero qué interés puede tener Jorge Semprún? Se cierra el telón. ¿Cómo se llama la película? La tele en España. Esto no es un chiste, es tan solo una anécdota real. O más bien, no es solo un chiste, porque el chiste está: en concreto, el chiste somos nosotros.
Me acordé de esa escena mientras veía el domingo, día del centenario de su nacimiento, el documental Las 1000 vidas de Jorge Semprún, emitido en La 2 bajo el paraguas de esos Imprescindibles que recuerdan que hemos tenido la suerte de compartir tiempo y espacio con algunas personas excepcionales. Ya solo la voz en off que lo abre podría servir de breve respuesta a ese ejecutivo de tele: “[Semprún] vive la Guerra Civil española, la resistencia francesa, ser deportado a un campo nazi, trabajar como clandestino en el partido comunista español, dejar el partido comunista español para hacerse novelista, escribir libros superventas, hacerse guionista nominado a dos Oscars, ministro de cultura con Felipe González, europeísta…”.
Otro tipo de rechazo a su figura lo ejerció el propio Semprún. En Semprún sin Semprún, emitido dentro de Imprescindibles en 2015 –sí, ha tenido dos Imprescindibles; pocos me parecen–, Yolanda Villaluenga, su directora, cuenta que el escritor de entrada declinó participar en su documental. “Estoy harto de mí, solo quiero escribir. Dame una buena razón”. “Para volver a casa”, zanjó ella. Y lo convenció, pero él murió poco después. El magnífico narrador que fue se contó mejor de lo que nadie podrá contarle nunca, pero mantener viva su memoria, en cualquier formato, no sé si tendrá el interés que merece, pero desde luego merece la pena. Es invitarle de nuevo a casa.
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