El último ‘Ni que fuéramos shhh’ desde dentro: que viva el sainete
El programa heredero de ‘Sálvame’ ha tenido una despedida por todo lo alto y ha dejado momentos delirantes

Belén Esteban y María Patiño hablan todos los días por teléfono a las nueve de la mañana. En la fe de vida de este miércoles se han dicho la una a la otra que no iban a llorar en este último programa de Ni que fuéramos shhh. Ninguna de las dos lo ha cumplido. La Esteban ya estaba emocionada antes de que se encendieran las cámaras y comentaba que su marido y su hija sí sabían de su desembarco en las tardes de Televisión Española. “Pero mi madre, mis hermanos y mis cuñadas se han enterado hoy. Mi madre me ha mandado un audio muy bonito…”, y ya no ha podido continuar. Está feliz, repite, mientras María Patiño revisa el guion con las gafas de ver, con ese halo de despiste que la rodea. “No sé si habré estado a la altura”, ha dicho entre lágrimas al acabar. Maldito síndrome de la impostora.
Entre bambalinas, desde la cocina, el programa es tal y como parece. Hay un corcho en la pared de la que cuelgan fotos de Rocío Carrasco, Carmen Borrego y Terelu Campos, Marta López Álamo, Laura Matamoros, Anabel Pantoja y Bertín Osborne. He sido incapaz de preguntar el porqué de este menú.
Hay una nevera roja que imita a las carísimas de la marca Smeg, Belén entra y sale del plató porque va al servicio y porque la bomba de insulina que lleva en el brazo le avisa de cómo van los niveles de azúcar. Sale a por un paquete de jamón cocido y lo comparte. Luego vuelve con una bolsa de picos de pan. Está todo buenísimo a juzgar por cómo lo devoran sus compañeros.
Lydia Lozano, la mujer caucásica más bronceada que he visto en la historia, colecciona emociones. Ha llorado, se ha reído y se ha enfadado, todo a la vez, en 15 segundos. En directo y fuera de cámaras. “Os quiero, pero no quiero nada tuyo”, le ha dicho a Kiko Hernández después de que este le lanzara una de las pullas habituales. A continuación, mientas sucedía algo en otra parte del plató, la misma Lydia se ha sentado en las rodillas del mismo Kiko y se ha dejado acunar muerta de risa. Habría que patentar sus carcajadas.
El otro Kiko, Matamoros, es el único que contiene el aliento y las vísceras, consciente de que tiene más cabaré que el resto, que a él no le van a pillar en un momento moñas. Será, si acaso, cuando él quiera. Hoy llevaba puestas unas gafas de sol y su cara parecía decir lo que otros días: “Joder, qué tropa”.
Voces, truchas y risas
Desde la sala de máquinas, con David Valldeperas dirigiendo el cotarro también en este último día, se escuchan las voces. Algún que otro grito cuando algo no funciona, pero sobre todo las risas.
Desde el 15 de mayo de 2024, día en el que se emitió el primero de los programas hasta este 27 de marzo, día en el que se han entregado las llaves a la nueva propietaria, Carlota Corredera, han pasado muchas cosas. Se han corregido muchos errores, que van más allá de los técnicos ante la falta de medios. Hemos vivido en directo todas y cada una de las fases del duelo. La rabia y el despecho del principio, cuando vivían por y para ciscarse en los ex, que no son otros que los directivos de Mediaset que decidieron cortar la relación con la entonces La fábrica de la tele y amputar Sálvame. Pero el placer de la venganza dura poco y estomaga, menos mal que entonces vinieron otras fases. La de hoy es profundamente dulce. Porque siempre prefiere uno irse de los sitios a que lo echen. Y mudarse a una casa más grande es la mejor de las noticias.
Ni que fuéramos shh ha sido un programa que ha fabricado momentos delirantes y divertidos. Los disfraces de Chelo García Cortés y Víctor Sandoval, las misiones como reportera de Marta Riesco —el viaje profesional y personal que ha hecho esta mujer, por cierto— la cocina donde Belén ha repetido todos y cada uno de los días que no iba a cocinar más para incumplir todos y cada uno de los días su promesa. “Estoy llorando por una trucha”, dijo una tarde en la que la receta no salió como esperaba. Los viajes de la vedette Sandra Bruman vestida con plumas y lentejuelas por el metro de Madrid mientras cantaba a los viajeros la canción ‘La banana’. Las salidas a la terraza a fumar —“vamos a la playa”, decían—, las peleas y las risas, las imitaciones, el rato de terapia en familia.
A las 18:15, cuando apenas quedaban 15 minutos de programa, Javier de Hoyos ha roto a llorar cuando se ha dado cuenta de que tocaba despedirse y dar la bienvenida a lo que vendrá el 22 de abril, La familia de la tele. Porque algunas de las caras de hoy viajarán a La 1, pero también otras se quedarán aquí, en el pisito de este último año, porque alguien tiene que regar las plantas.
“Ahora somos cultura pop”, ha dicho Patiño cuando los críticos televisivos han destacado las aportaciones del programa. Una frase que contiene quizá la clave de todo esto y que me ha recordado a aquella vez en la que Alejandro Sanz, después de uno de sus primeros petardazos musicales, dijera aquello de: “Ni antes era tan malo ni ahora soy tan bueno”. Como si Patiño y compañía fueran conscientes de que la audiencia puede ser fiel pero también cainita, y que desconfíes de los mismos que entonces te dijeron que eras basura y que ahora te veneran. No se equivoquen, esto es entretenimiento. Si quieren academia, para eso está el Ateneo.
El nudo del programa de hoy era El mago de Oz y ese viaje por el camino de baldosas amarillas que hace Dorothy. Pero a veces las baldosas resbalan, los zapatos nuevos hacen daño y la bruja mala del Oeste, Elphaba, como hemos visto en Wicked, no es tan mala. Buena mudanza, y suerte con los vecinos.
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