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Ricardo Silva: “Escribir es mi terapia”

El escritor colombiano reflexiona sobre el amor, el divorcio, la muerte de los padres, el oficio de novelista y la Colombia violenta de los años ochenta

Ricardo Silva en su apartamento de Bogotá
Ricardo Silva en su apartamento de Bogotá (Colombia).NATHALIA ANGARITA
Juan Diego Quesada

Ricardo Silva Romero no pierde la oportunidad de resultar modesto. Encorvado en su sofá con actitud discreta, impoluto y mesurado, se adivina en él a alguien con ganas de esconder que es brillante para no resultar excesivo. En las ferias de libros, las señoras de edad lo piropean y se lamentan de no tenerlo de yerno. Con las gafas redondas, más bien chaparro, el escritor y novelista (Bogotá, 47 años) responde con una cortesía que puede parecer distante, pero que se trata más bien de la forma que tiene de ocultar su timidez. A veces tiene algún chiste malicioso en la punta de la lengua que frena en el último momento por un fogonazo de pudor. Silva Romero no quiere molestar.

Pregunta. Es usted tímido. ¿Cómo hace para enfrentarse al público en las presentaciones de sus libros o en las entrevistas por televisión? ¿Usa una careta?

Respuesta. Desde muy niño era solitario. Me acuerdo de que me invitaban a fiestas infantiles y no quería ir. Ir al colegio era todo un reto. Para mí era importante estar solo. Ahora no soy muy distinto. Cuando hay un montón de gente en una presentación tengo algo de nervios hasta 15 minutos antes, pero en el momento de la verdad lo hago tranquilo. Soy auténtico en la medida de lo posible. Hago todo el esfuerzo de no interpretar personajes o falsear lo que pienso. Hago lo posible por no parecer más inteligente, sino ser la persona que soy. No quiero decir que no siga siendo tímido, pero me sobrepongo.

P. Da la sensación de que tuvo una infancia idílica, pero cuesta creerlo. Muchos novelistas tienen una infancia interrumpida.

R. Tuve buena suerte con mis papás. Tenía muy claro que ellos me querían mucho. Eso me ahorró el problema del reconocimiento, me quitó las ganas de que alguien más me quisiera. Es una suerte muy grande no estar buscando desesperadamente amor el resto de tu vida. Mis padres estaban muy presentes. Creo que eso es lo idílico. Afuera el país era muy violento, pero mi casa era un refugio.

P. Su madre fue secretaria jurídica de Virgilio Barco en los años ochenta. Redactó el decreto por el que podían extraditar a los narcotraficantes, algo que enfurecía a Pablo Escobar. ¿Cómo fue vivir ese tiempo terrorífico?

R. Me recogían en el colegio si mataban a algún funcionario. En ese tiempo llegaban amenazas a la casa. Teníamos un teléfono al que podía llamar en cualquier momento el presidente. A veces sonaba a las tres de la mañana. A mi mamá le tocó lidiar con las extradiciones, en la caja fuerte de su oficina estaban las órdenes. Era lo único que temían los narcos en ese momento. Les aterraba. Su eslogan era que preferían una tumba en Colombia a una cárcel en EEUU. Mataron al ministro de justicia en el 84. Y en el 86 ese Gobierno entró de plano en guerra con Escobar. Fue impresionante. Había una escolta que nos recogía y se le perdía la pistola debajo de la silla del carro. En el edificio en el que vivíamos en Bogotá, en la cien con la séptima, hubo una junta del edificio para que nos fuéramos. Era tenso vivir eso y a la vez ser feliz como niño. Fue una época terrible, pero se mezcla con recuerdos buenos de la infancia. Mis papás siempre supieron preservar mi tranquilidad.

P. Su mamá le ofreció a su papá un par de veces el divorcio.

R. Llevaban ocho años casados cuando mataron al hermano de ella, con el que trabajaba. Tenían una oficina cerca de donde lo mataron. Se llamaba Alfonso Romero Buj y era un líder político de la izquierda. Su muerte fue muy confusa, unos decían que había sido la ultraizquierda, otros la ultraderecha.

P. Se dice también que fue el PLA (el grupo radical de izquierda Pedro León Arboleda).

R. Es posible porque había sentencias de muerte del PLA contra él. En los días siguientes a su asesinato había carros que pasaban iluminando las ventanas de nuestro apartamento. Era una forma de decir que no investigáramos. Hubo personas que aparecieron en la oficina para amenazar a mi mamá. Y ahí es cuando ella le dijo a mi papá que era libre de irse, que todo era un desastre. Pero él se quedó.

Ricardo Silva durante la entrevista, el 24 de mayo de 2023.
Ricardo Silva durante la entrevista, el 24 de mayo de 2023.NATHALIA ANGARITA

P. Su padre fue rector y un profesor de física muy admirado. En el libro de Rodrigo García Barcha, Gabo y Mercedes, una despedida, se dice que perder a los padres es como mirar por un telescopio y no encontrar un planeta que siempre ha estado ahí.

R. Otra definición que me gusta mucho es de la hija de Kubrick, que decía que el papá siempre había sido un paraguas y desde que se había muerto no había parado de llover.

P. Muy bonito.

R. Bonito, pero terrible. Mi papá nunca faltaba, era extraordinario. Ahora me doy cuenta de lo difícil que es que alguien siempre esté, que no falle nunca. Y eso sí es un vacío muy fuerte. Como no le tengo vergüenza a lo invisible, puedo llegar a pensar que él sabe cosas y anda por aquí. Él era, irónicamente, un profesor de física que leía el tarot. Me hizo creer en cosas. Y sé usar lo que me aconsejó en vida y eso es una ventaja.

P. En sus libros habla mucho de su padre y de su madre, pero hay una sombra sobre su hermano mayor. ¿A él no le gusta aparecer en ellos?

R. Es otra clase de relación. Podría hablar mucho de él porque cuando yo era niño era común que los padres se fueran a trabajar y uno se quedara solo con el hermano mayor. Con el paso de los años él tiene pelo y yo no, todo el mundo podría pensar que yo soy el mayor. No hay nada oscuro ni malo. Es otro amor de la vida. Pero quizás me da más pudor con él.

P. Usted tuvo un primer matrimonio fallido.

R. Tenía 23 años cuando me casé y me fui a vivir a Barcelona con ella. Después de un tiempo nos pareció, a cada uno por su lado, que éramos buenos amigos, pero que quizás casarse no había sido buena idea. El matrimonio decayó, tuvo un par de años de desencuentros dolorosos. Es muy útil haber pasado por eso. Me parece que esas primeras relaciones son como un posgrado importante para ya después casarse de verdad.

P. Se obsesionó con obtener la nulidad matrimonial.

R. Eso fue una cruzada religiosa de mi parte. El juicio de nulidad empezó en el año 2006, con la doctrina de los anteriores papas. Era prácticamente imposible de conseguir a no ser que se conociera a un arzobispo que hablara al Vaticano y se tramitara rápido. Para la nulidad se tiene que probar que el otro era monstruoso o violento; aquí era tan sencillo como un desencuentro. No entendí por qué terminé casándome por la iglesia católica, una institución que para cuando me casé no me importaba pero a la hora de separarme sí me importó. Si nos hubiéramos casado por la iglesia maradoniana o la de Star Wars también hubiera buscado la nulidad. El caso es que la negaron porque ninguno de los dos tenía instintos asesinos. La iglesia me cobró la tarifa más alta del proceso porque trabajaba en la revista Semana, donde hacía las reseñas de cine. Pensarían que era millonario. Tuve que pagar con mis ahorros. También conseguí un abogado que me costó un platal. Fue un desastre. Escribí esta historia delirante en la novela Historia oficial del amor y años después me encontré a un cura amable del tribunal eclesiástico, me dijo que leyó el libro y que podía ayudarme. El papa Francisco hizo que esto sea exprés, que se demore unas semanas. Se logró y ahora solo tengo un matrimonio.

P. El tarot le dijo que su siguiente esposa sería una mujer con un hijo.

R. Un día una amiga me dijo que había conocido a una gran tarotista, Catalina Gómez. A su familia se le había perdido una cartera con millones de pesos y les dijo dónde estaba. Fue la tarjeta de presentación más efectiva. Así que fui donde ella. En ese momento estaba sufriendo en el intermedio entre el fin del matrimonio y la nulidad. En esa resaca que sigue a un divorcio no sabía para dónde agarrar. Catalina me dijo que la persona de mi vida era una mujer con un hijo. Esto fue en el año 2007. Y conocí a Carolina en el 2008 y me pareció fantástica, pero no tenía ningún hijo y los dos teníamos pareja en ese entonces. Pero ella luego tuvo un hijo, y resultó que con ella era el matrimonio que había visto en el tarot.

P. En Poeta Chileno, de Alejandro Zambra, se habla de una relación emotiva entre un padrastro y su hijastro. ¿Cómo es la suya?

R. Mi relación con Pascual se parece a la que tuve con mi papá. Los dos tenemos plena seguridad de que nunca va a haber un problema. Pascual me puede decir padrastro, pero yo pienso y siento y sé que es mi hijo. Pero la gracia de ser padrastro es que uno entiende que uno siempre lo es. Hay unos límites con ese hijo porque él tiene su mamá y su papá. Hay un momento en el que no es mío. Pero así debe tratarse a cualquier hijo porque ningún hijo es de uno. Uno no puede disponer de las personas, aunque sean los hijos. Me ha servido para ser papá de Inés. Los trato y los quiero igual a los dos.

P. En sus libros siempre hay gente volviendo de la muerte, como en Río muerto, como en Zoológico humano. ¿Cree en la otra vida?

R. Quiero creer en el más allá y entonces hago que los libros crean en él. Los libros asumen que hay uno. Conozco un montón de testimonios sobre el más allá y me suena lógica esa idea de que uno venga de un sitio que se supone que es la muerte, ocupe un cuerpo, ese cuerpo se acabe, se desgaste y uno regrese al lugar de donde vino. Es una creencia viva desde la antigüedad. A mí me fascina. Pero mis creencias siempre son un pulso. Puedo un día estar muy seguro de que es imposible semejante superproducción que es cada vida para que no se vaya a alguna parte después y al otro día no me parece tan claro que eso pase. Me impresiona el tema de la gente que se muere y regresa. Los neurólogos tienen una explicación: dicen que esa idea de un más allá puede ser fabricada por el cerebro, esa experiencia de encontrarse con las personas del pasado y ver proyectada su propia vida como una película. No descarto nada. Cuando uno ve al papá leyendo el tarot desde niño cree que hay muchas cosas inexplicables.

P. En sus novelas siempre son las 11:11, las 4:44, las 3:33. ¿Por qué siempre hay una hora capicúa en sus textos?

R. Nadie lo nota. Es una especie de chiste interno. Ahora es muy común que la gente atienda a esas horas como señales de que algo va a salir bien. La gente dice ve que es la 1:11, y piensa que es una señal de que todo va por buen camino. Eso me parece muy conmovedor. Realmente todo el mundo vive llenándose de razones y señales.

P. No sé si recuerda a Raymond Doménech, el seleccionador de fútbol durante el Mundial de 2006. Él se guiaba por la astrología para hacer las alineaciones y así ganó un Mundial. ¿Usted hace lo mismo con la suerte de sus personajes?

R. Buena parte de Francia lo odiaba porque eran descreídos. Yo también hago muchas veces eso. Hace 20 años me interesaba mucho el eneagrama y cada personaje tenía alguna de esas nueve personalidades. Tengo un libro que se llama El lenguaje secreto de los cumpleaños, que define a las personas por el día en que nació. Es más complejo de lo que suena porque está hecho con astrología, numerología y tarot. Hay una mezcla de retratos que me parecen super útiles para la construcción de personajes. En Historia oficial del amor, como había tantos personajes muertos, le pedí a Catalina Gómez que les leyéramos el tarot a esos fantasmas. Algunas cosas me sirvieron, como rasgos que no había pensado. Por ejemplo, de mi abuelo, un político costeño liberal que llevaba una carrera electoral imparable. Había sido todo lo que se podía ser.

P. Menos presidente.

R. Siempre había la pregunta en la familia de por qué no había llegado a presidente. La respuesta es que tenía muchos enemigos. Era una persona muy explosiva, muy brutal.

Ricardo Silva.
Ricardo Silva.NATHALIA ANGARITA

P. Ha escrito muchos libros, obras de teatro, agendas. ¿Nunca ha sufrido un bloqueo?

R. Creo que nunca he sufrido uno porque escribo mucho. Todo el tiempo estoy escribiendo y creo que cuando uno escribe sin parar no está sufriendo cada texto como si fuera definitivo, como si no tuviera desquite. Escribo una columna todas las semanas [lo hace en El Tiempo, un periódico colombiano], más las novelas, las agendas, lo que sea. Pienso que si no queda bien un artículo, el próximo sí, y eso salva mucho del bloqueo. Pienso en esa gente que hace una película o una novela cada ocho años, lo que debe sufrir cuando la publiquen y no pase nada. Por eso prefiero estar sacando cosas y si no pasa nada con una, con la otra sí.

P. Lleva escritos más de 20 libros.

R. Mi criterio es estar escribiendo. Cuando lo hago también siento que es algo fundamental para mí, que estoy haciendo algo que es mi terapia, mi oficio, mi vida. Hay una parte de mí que es muy oficinista. Mientras escribo siento que es muy importante, pero cuando termino logro desapegarme y no sufrir.

P. Entonces no está de acuerdo con Baudelaire, que decía que no podía ser sublime sin interrupción.

R. Puede que sacar tantas cosas haga difícil reconocer lo sublime. Pero no me interesa. A mí escribir me sirve de terapia y de contención, es una manera de sujetarme. Si no estuviera escribiendo, qué hago, a qué salgo al mundo. Creo que todo el mundo tiene que dar con su terapia. Sacar una novela después de trabajarla dos o tres años, presentarla otros dos años y escribir otra en cinco, a mí no me funciona. A mí me sirve estar haciendo cosas y entonces lo sublime opera de otra manera. Hay algunos libros que se pierden, pero otros que a la gente le parecen sublimes.

P. ¿Le preocupa el hecho de ser recordado? ¿Es un consuelo para la muerte?

R. No me imagino que si el alma llega a algún lugar la feliciten por haber escrito un libro. Si uno sale de este cuerpo, ve ridículas todas las glorias. Ve ridículos los éxitos, los fracasos, los afanes. Si uno sale de este tiempo le tiene sin cuidado si vendió más o vendió menos. Esto es solo una satisfacción o una frustración mientras uno está vivo.

P. Parece un hombre sin vanidad. ¿Es una pose?

R. Tengo una vanidad muy llevable. Sé que la tengo porque firmo los libros y me emociona que los lean, pero me sobra mucho lo que viene después de escribir los libros. No me haría falta presentar libros ni ir a festivales. A veces me da vergüenza subirme en una tarima a presentar una novela. Entre todos los oficios del mundo, escribir es un servicio que un igual le presta a otro igual. Tratar a los lectores con vanidad es extraño. Mi papá era el rector de su universidad y mi mamá era realmente importante en los Gobiernos, eran muy admirados. Y a ellos nunca los vi sentirse mejor que nadie.

P. ¿Llora alguna vez?

R. Sí, pero necesito ayuda. Me sirven escenas de películas. Cuando me divorcié fui a una psiquiatra con la que todavía tengo contacto...

P. Lina María González.

R. Ella. Me oyó toda la historia de mi divorcio y dijo que faltaba algo, faltaba que yo me pusiera bravo o llorara. Tenía que enfurecerme o entristecerme. Me preguntó cuándo lloraba y le dije que en los finales de las películas. Le hablé de una que me fascina, que es Running on empty. Tiene una escena final que es para mí devastadora. Otra que me mata es E.T. Lloro de verdad, no hablo de tener lágrimas en los ojos, sino de sollozar. Y otra que me vence es It’s a wonderful life (Qué bello es vivir), la película cliché de la navidad gringa. Es preciosa la historia y sobre todo esa última escena. Lina quiso saber qué tenían en común esas escenas y vimos que eran reivindicaciones y despedidas. Ella me explicó que me quebraban porque sentía en mis anteriores relaciones que yo lo había dado todo y no había sido recíproco. Todo esto lo conectó y me pareció de una lucidez extraordinaria. Lo que para mí está en juego en el fondo es entregar todo y que no sea suficiente.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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