Santiago Botero: “Disfruto más el ciclismo ahora que cuando era profesional”
El exciclista colombiano presenta ‘Contrarreloj’, un libro en que recorre sus años como deportista y cuenta con desenfado el camino que lo llevó a ser uno de los corredores más destacados de la historia de su país
Una biografía, dicen los diccionarios, es la historia de la vida de una persona. La de Santiago Botero (Medellín, 50 años) empieza, como si fuera un nacimiento, en el momento en que le regalaron su primera bicicleta, a los ocho años. Luego vendrían las carreras tempraneras, proyectadas en los primeros triunfos de los ciclistas colombianos en Europa. Más adelante, una adolescencia turbulenta, dilemas y decisiones que lo llevaron a ascender hasta convertirse en uno de los deportistas más destacados de la historia de Colombia y en la disciplina que más gloria ha llevado a su país. Todos los detalles detrás de la épica, el sufrimiento y el dolor, inherentes a la bicicleta, están en las poco más de 300 páginas de su libro Contrarreloj (Grijalbo, 2023).
El libro está sembrado de palabras poco agradables: agonía, martirio, sufrimiento, dolor, pesadilla… ¿qué pasa por la cabeza de una persona que acepta dedicarse a una disciplina que acarrea todos esos padecimientos? “En el ciclismo encontré algo para lo cual servía, en lo que me destacaba”, dice Botero, detrás de una taza de café, en un hotel en el norte de Bogotá. Agrega: “Cuando encuentro la bicicleta, encuentro un reconocimiento. Por eso me aferro a ella”. Entonces recuerda que nunca fue un alumno destacado, que tampoco era hábil en otro deporte y que siempre sintió el deseo de superarse, de enfrentar retos incluso (o sobre todo) cuando el miedo era muy grande.
El comienzo de los años noventa fue sinónimo de crisis en la familia de Santiago Botero. Eran sus años de adolescencia, marcados por fiestas en las que se podía cruzar con Pablo Escobar y en las que el alcohol se consumía en exceso, en un entorno hostil como lo era Medellín en la época de las bombas del narcotráfico. En la explosión de una de ellas, su casa quedó medio destruida. Poco después, su familia, de una clase acomodada, tuvo una quiebra económica. La bicicleta se presentó ante Botero como una válvula de escape: lo alejó de los excesos y, cuando empezó a ganar premios, con el dinero que recibía pudo darse gustos que su familia ya no podía permitirse. “En el fondo, el gusto por montar bicicleta y la autoestima, sumado a ese incentivo económico, fue lo que hizo que me metiera en ese berenjenal”, admite.
Unos buenos titulares en la prensa regional tras los triunfos, sumados al impulso de un médico que veía en él a un portento, llevaron a Santiago Botero a aterrizar en España, en el equipo Kelme, en 1996. Recién llegado, sin mucha experiencia profesional, ni plan formativo, contrato laboral serio, documentos en regla o pagos favorables, se sentía como un cero a la izquierda. Era una lucha por sobrevivir. Su principal ventaja fue la timidez y la introspección. “No me importaba irme a montar solo ocho o nueve horas”, dice. Sin embargo, terminó por comprobar en carne propia aquellas palabras que el también ciclista Óscar de Jesús Vargas le había dicho con el desparpajo paisa en el tono: “Este es un deporte donde hay que rayarse las huevas”.
Llevar al cuerpo al límite en cada competencia tenía la consecuencia predecible de terminar con él destrozado. Por eso, en el libro recuerda cómo era el cuestionario en la consulta con un médico general:
―¿Siente dolores? Cada día.
―¿Dónde? Piernas, espalda, en todo el cuerpo.
―¿Asfixia? Cuando voy muy rápido.
―¿Mareos? Obviamente, al terminar un esfuerzo intenso.
―¿Cansancio? Claro, siempre.
―¿Sueño? Mucho.
―¿Visión borrosa? Solo con la hipoglicemia.
―¿Taquicardia? Sí, llega con la asfixia y el mareo.
Ya desde entonces, Botero se preguntaba qué tan sano era el deporte a ese nivel de competitividad. Hoy tiene una respuesta clara: “No, sano no es. Es sana su práctica a nivel recreativo, pero sin excesos. Salir cada 8 o 15 días a hacer 200 kilómetros no es sano”. Pero no cree que eso sea un asunto que solo afecte al ciclismo: lo mismo, considera, ocurre con el fútbol y el tenis. “Lo que pasa es que el ciclismo sí tiene toda la combinación explosiva de que es al aire libre, con frío, con calor, con lluvia, pavimento, carros. Todo en contra”. No obstante, es consciente de que eso es lo que le gusta al público, a las marcas y a los propios deportistas.
Vivir al límite y padeciendo dolores cada día obtiene su retribución más dulce en los triunfos. Los de mayor renombre empezaron a poblar el palmarés de Santiago Botero a comienzos de siglo: varias etapas en la Vuelta a España y el Tour de Francia ―tres en total, que lo pusieron al nivel de Lucho Herrera, el arquetipo del escarabajo, una de ellas, derrotando al entonces todopoderoso Lance Armstrong―. Pero, sobre todo, el mundial de contrarreloj de 2002 en Zolder (Bélgica), que confirmó su atipicidad más evidente: era un contrarrelojero surgido de una tierra de escaladores. La celebración de esos grandes triunfos era tan intensa en ese momento como en la actualidad: “Porque es tan duro y sacrificado, y hay que estar venciendo miedos y temores, que cuando se consigue el triunfo es como tocar el cielo”.
El ciclismo en Colombia y el cortoplacismo
Lejos de las opiniones que aseguran que hoy en día hay una crisis en el ciclismo colombiano ante la falta de corredores que disputen las grandes carreras, Botero cree que el verdadero bache llegó cuando él estaba activo. “Hubo un momento en que el único representante del país en el Tour era yo”. Ahora, en cambio, hay varios ciclistas que se destacan. “Eso es muy difícil. Decir que usted figura hoy en una carrera es muy complejo. No que gane, sino que figure, que esté en la fuga disputando la etapa”.
Considera que, aunque no hay crisis, sí es necesario que las federaciones en Colombia no descuiden la formación de los ciclistas emergentes. “Aquí quieren resultados inmediatos, desde el corredor hasta el técnico, para mantener los patrocinios, que aquí son cortoplacistas, de máximo un año”. Asegura que hay jóvenes que terminan siendo mercenarios y reciben un pago por ir a competir para luego desaparecer y regresar al año siguiente a otra competencia. “Así es muy difícil. Este es un deporte de repetición, de conocerse, y la única forma es siendo constante. Así se construye un proceso”.
Para poner un ejemplo, menciona el caso del equipo Jumbo-Visma, que tiene entre sus filas a ciclistas tan destacados como Primoz Roglic o Jonas Vingegaard. “Llegaron, al principio no tenían muchos resultados y poco a poco han sacado ese talento del ciclista, con temas nutricionales, etc.”. Por eso hace énfasis en la necesidad de un acompañamiento, alejado de los resultados inmediatos. “Acá es muy difícil decir que a un corredor lo llevan guardadito en una urna de cristal, como hacían en España con Alejandro Valverde o Alberto Contador, que eran las joyas de la corona”. Desde muy jóvenes, recuerda, ya se sabía cuál era su destino. “Lo importante aquí es descubrir a la joya y saber llevarla. Pero somos muy inmediatistas”.
Un deporte inhumano
Los niveles de exigencia actuales del ciclismo, dice Botero, hacen que cada vez sea más complicado llegar a destacarse. Y, de paso, hace que la lucha en cada etapa sea encarnizada. “No importa si hacen caer al otro, si es el cinco veces ganador del Tour. Eso ya no vale. Antes sí se respetaba. El ciclismo está en un nivel en el que es una lucha inhumana”. Cada vez los ciclistas son más completos, y los que antes se dedicaban solo a escalar, ahora también disputan embalajes. A esa competitividad se suma la presión de correr no solo para ellos, sino para la gente, y de responder por lo que dicen o por lo que hacen. “Eso hace que todo el sistema se perfeccione y sea más competitivo y estresante”.
Todo el agotamiento ocasionado por ese nivel de presión explica que haya ciclistas que, ganando buenos sueldos y con contratos muy favorables, se retiren sin ser todavía veteranos, como ocurrió con el neerlandés Tom Dumoulin o el alemán Marcel Kittel. Y también explica lo que Botero siente hacia su deporte en la actualidad: “Hoy disfruto más el ciclismo que cuando era profesional”. Con sus amigos, con risas, no sin sufrimiento (“Si hago montaña, me gusta exigirme”), pero sí lejos de las presiones. “Disfruto más la soledad, la libertad, la independencia, donde nadie te está cuestionando ni se va a burlar de ti, nadie te va a señalar”.
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