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Energía
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los impactos de la pobreza energética en Colombia

Unos 10 millones de personas son pobres energéticos, el 18,5% de la población. En la Amazonia, el Chocó y buena parte de la Orinoquía, los pobres energéticos superan el 55%

Chocó, Colombia
Una familia en su hogar, en el departamento de Chocó, Colombia, el 25 de marzo de 2023.Nadege Mazars (Getty Images)

De cierta manera, toda pobreza comienza con la pobreza energética. Desde la prehistoria, quien no sabía hacer fuego era el más pobre, y esa lógica se mantiene hasta hoy: el acceso a la energía a bajo costo relativo puede definir el desarrollo. La Revolución Industrial, impulsada por el motor de Watt en 1776, se sustentó en dos pilares claves: energía y conocimiento.

Antes de esa transformación, el trabajo humano y animal marcaba los límites de la productividad, y los ingresos de las personas eran similares en casi todo el mundo: alrededor de un dólar al día. Con la llegada de los trenes y motores, las ciudades vivieron una explosión de riqueza y progreso que cambió para siempre la historia económica. Bueno, esto lo sabemos hace tiempo.

Lo que muchas veces olvidamos es lo que pasa con los territorios donde nunca llegó esa energía: las zonas rurales y apartadas que siguieron dependiendo de la leña y el carbón como fuentes básicas. Ahí persiste, hasta hoy, una pobreza energética profunda que limita las oportunidades.

La pobreza energética de Colombia está muy bien descrita por Roberto Angulo et al. en el Primer Informe del Índice Multidimensional de Pobreza Energética. Siempre hay historias y números que impactan. En nuestro país, como es usual, las ciudades funcionan relativamente bien, y en general solo la Costa Caribe sufre de manera sostenida por la calidad y precios de la energía. Aunque también es cierto que la energía en Colombia no es barata, y hogares e industrias padecen ineficiencias y sobrecostos.

Pero miremos lo rural, que es tenebroso: la pobreza energética allí es 11 veces mayor que en las ciudades (48% contra 4,3%). Unos 10 millones de personas son pobres energéticos, el 18,5% de la población. Casi la mitad de ellos cocinan con leña o carbón. En la Amazonia, el Chocó y buena parte de la Orinoquía, los pobres energéticos superan el 55%. Más de un millón de hogares cocinan cortando en total cuatro millones de toneladas de madera al año. Esto equivale a 68 millones de árboles medianos, y con una densidad de 300 árboles por hectárea, afecta unas 200.000 hectáreas de bosque, dos terceras partes de una Bogotá cada año.

Si no tuvieran esa madera, estas familias no podrían cocinar. Sin embargo, el humo resultante causa bronquitis crónica y disminuye la capacidad y funcionamiento pulmonar, además de incrementar el riesgo de cáncer de pulmón en las madres e hijas que cocinan.

Hasta hace poco, acceder a electricidad, gas, teléfono o agua dependía de complejas redes de cables y tuberías. Hoy, casi todas las soluciones ya no requieren grandes infraestructuras: los celulares han resuelto las comunicaciones y las miniplantas de potabilización han mejorado el acceso al agua. En cuanto a energía, tecnologías como los paneles solares y los biodigestores ofrecen alternativas sostenibles. Con solo unas pocas vacas o cerdos, un biodigestor puede producir suficiente biogás para alimentar dos fogones de cocina y una nevera mediana.

Tenemos que buscar incrementar el PIB per capita de estas familias para que puedan acceder a estos bienes básicos que mejoran su calidad de vida. La mayoría ya cuentan con un celular, aunque sea una flecha que los conecta con el mundo; para superar la pobreza energética, los biodigestores son una gran alternativa que genera externalidades positivas adicionales: reducen la deforestación, mejoran la salud pulmonar, disminuyen la emisión de metano a la atmósfera, permiten ahorrar en gas en pipeta y producen abono orgánico para las fincas, otro ingreso adicional.

Gracias al trabajo conjunto del Fondo Acción e IDH, se han instalado casi 100 biodigestores en el Cesar como parte de un programa piloto de la incitativa Vaca Madrina. Como país, deberíamos fijarnos la meta de llevar esta solución al millón de hogares que lo necesitan. Un viaje de 1.000 millas comienza con un primer paso. Otros programas ya están en marcha, y vamos a impulsarlos a ¡'todo estiércol’!

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