Ambiciones estropeando memorias: el fallido regreso del Ballet Nacional de España
Un programa alargado en exceso y errores de bulto deslucen el centenario de Antonio Ruiz Soler
Con un deficiente programa de mano que no merece nadie, el Teatro Real abría el homenaje al bailarín, coreógrafo y director Antonio Ruiz Soler (Sevilla, 1921 - Madrid, 1996) a cargo del Ballet Nacional de España (BNE), con un día de retraso por una huelga de técnicos del Inaem. Es un ambicioso espectáculo en gran parte fallido por los errores de bulto del director artístico del BNE, Rubén Olmo; sobrepasar las 2 horas y tres cuartos en un programa de estas características es un dislate. No se podrá evaluar en profundidad lo visto porque no se sabe quién bailó cada obra, de quiénes son los arreglos orquestales, en qué fechas y dónde sucedieron los estrenos absolutos de tan valioso repertorio, y muy importante: quiénes han sido los responsables de las reposiciones de esas piezas señeras para que las podamos disfrutar hoy. Ni el elenco de la orquesta se han dignado escribir, o el nombre del concertino que con tanta eficacia acompañó al bailarín del “Zapateado”, que también tuvo arrojo, su mérito y se esforzó lo suyo a pesar de un errático vestuario con chaleco de domador de circo. Algunos bailarines que merecían ser mencionados por su buen hacer y su excelente baile en la noche del jueves 14 se mantendrán en el anonimato por la pereza, desidia y mal hacer de quienes debieron dar al público las herramientas informativas más elementales y justas. Eso sí, Olmo se reservó para sí mismo casi dos páginas del magro y bochornoso tríptico.
El programa fue inútilmente alargado con una desconcertante obra nueva y ajena a los propósitos enunciados: “Estampas flamencas” coreografiada para mayor gloria de su propio baile por Olmo y Miguel Ángel Corbacho que ha demostrado aquí otra vez carecer de gusto, cultura y talento para la coreografía. Las dichas “Estampas” son amargamente largas, repetitivas, imitan con torpeza el trabajo de otros coreógrafos y están muy lejos, lejísimo, de acercarse a ser una recreación del estilo de Antonio; pero hay algo más: el título “Estampas flamencas” aparece registrado por el propio Antonio con otra obra de 1980 ¿simple error de documentación? ¿se quiere competir deslealmente con el genio que dicen venerar? Con las cuatro coreografías de Antonio habría bastado, hubiera sido un soberbio y coherente programa en su metraje: “Sonatas”; “Vito de Gracia”; Zapateado” y “Fantasía galaica”. Sobre el Vito de Gracia debe apuntarse que está montado de manera caricaturesca, intentando imitar el brío y el ataque de Rosario y Antonio, lo que es descabellado; enrabiar el baile no es hacerlo más intenso. En “Sonatas”, que en general se mostró aceptable, pueden verse las costuras del estilo, como si la compañía titular española, por otros fueros a día de hoy, hubiera descuidado ese pulimento y esmero que necesita el Baile de Palillos; las mujeres se mostraron mucho más entrenadas, capaces y coherentes que los hombres solistas, con alguna excepción que no hay manera de distinguir. “Fantasía galaica” levantó y justificó la noche con su halo de obra perfecta, equilibrada, plásticamente sigue siendo impecable y de una gran solidez, donde sus protagonistas también estuvieron a la altura.
Pero ¿era Antonio Ruiz Soler todo sabiduría? No parece. Era un artista prismático y básicamente intuitivo. Cuando sus obras sean estudiadas a fondo científicamente (está pendiente hacerlo), con profundidad desde la coréutica a la estética, podremos tener criterios más objetivos y que justifiquen su enorme y viva influencia. Antonio no dejó discípulos directos. No hay continuadores de sus maneras sino acercamientos tangenciales o tímidos. Quizás solamente José Antonio Ruiz desarrolló una carrera de bailarín y coreógrafo de muy alto nivel entendiendo y usufructuando inteligentemente la cercanía con el maestro, pero encontrando su camino personal.
Centenario de Antonio Ruiz Soler. Ballet Nacional de España. Director artístico: Rubén Olmo. Orquesta Titular del Teatro Real. Director musical: Manuel Coves. Teatro Real, Madrid. Hasta el 16 de octubre.
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