Carlos Hipólito, un médium en el escenario
El actor interpreta las memorias del fallecido Gerardo Vera con tal transparencia y cercanía que el público termina rendido a sus pies
No pudo imaginar Gerardo Vera a nadie mejor que Carlos Hipólito para reencarnarse en el teatro. Al escenógrafo y director que fue responsable del Centro Dramático Nacional entre 2004 y 2011 le pilló la muerte en 2020 (por coronavirus) con unas memorias listas para ser llevadas a escena en forma de monólogo y él mismo le pidió de forma insistente a Hipólito que las interpretara. Al verle ahora haciéndolo se entiende por qué. No porque se le parezca en ningún aspecto, sino por esa sensación de transparencia que el actor ha transmitido siempre en su trabajo y que en esta ocasión lo convierte en una especie de médium entre su personaje y los espectadores. Nos lleva de la mano hasta la infancia y la juventud de Vera como si un amigo nos estuviera contando su vida y por eso nos lo hace sentir muy cercano. Aunque lo mejor es cuando se detiene en los episodios más sensibles: con delicadeza y mucha verdad. Se emociona hasta las lágrimas, pero sin aspavientos. El público termina rendido a sus pies.
Otra gran virtud de Hipólito es que se ha acercado a la historia con la misma sencillez con la que está narrada. No parece que Vera quisiera meterse en honduras psicológicas o sociales con estas memorias, sino simplemente contarnos su vida desde que nació hasta los 30 años: suponemos que se detiene en ese momento porque lo que quería hacernos entender (o comprender él mismo) es por qué se convirtió en el adulto que fue. El actor no fuerza ni codicia ir más allá de lo que pretende el escrito. Tampoco el resto de los que participan en el montaje. José Luis Collado, viudo de Vera y coautor del texto. El director José Luis Arellano, cuya presencia se intuye pero no se impone. O las discretas pero eficaces intervenciones del escenógrafo Alejandro Andújar y el iluminador Juan Gómez-Cornejo. Solo sobra algún subrayado tópico como la banda sonora de la película Cinema Paradiso cuando relata el descubrimiento y la pasión del protagonista por el cine. No era necesario.
Del texto, aparte de su sencillez, cabe destacar la claridad con la que expone la turbulenta relación que tuvo con su padre. Hasta el punto de que parece que en realidad escribió estas memorias para ponerla en orden. Desde la casi indiferencia mutua en su infancia por la disparidad de intereses hasta un sorprendente entendimiento años después. El padre, falangista y derrochador hasta perder su fortuna en juergas y dejar a la familia en la ruina; el niño, ensimismado en su habitación con sus carteles de películas, homosexual y soñando siempre con mundos lejanos como Oceanía, que da título a la obra. Es lo más emocionante de la función, aunque quizá precisamente por eso aplasta al resto de los personajes. Sobre todo a la madre, de la que nos habría gustado saber algo más.
Oceanía
Texto: Gerardo Vera y José Luis Collado. Dirección: José Luis Arellano. Intérprete: Carlos Hipólito. Naves del Español en Matadero. Madrid. Hasta el 24 de abril.
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