‘Macbeth’: negro sobre negro
La adaptación de Pau Carrió de la obra de Shakespeare no convence: no hay cohesión y no funcionan ni la oscura puesta en escena ni los intérpretes, a pesar de ser todos grandes actores
Escribir sobre un espectáculo que no funciona es una tarea peliaguda. Redactar una crítica positiva siempre es más agradecido. Había ganas de ver este Macbeth del Lliure, uno de los grandes espectáculos de la temporada en Barcelona. La sensación, en los corrillos después del estreno, es que la cosa no acaba de funcionar. “El talentoso Pau Carrió” (así lo describía el anuncio radiofónico de la temporada) estrenó Elling hace un par de semanas. Seguramente, ensayar dos espectáculos en un periodo tan corto de tiempo ha acabado perjudicando a uno de los dos. Más concretamente, a Macbeth. Cuando se dispone de un reparto de 14 grandes actores y ninguno de ellos acaba de brillar, hay que mirar a la dirección. El desajuste principal de esta propuesta es el tono interpretativo del elenco: parece que cada uno juegue por su cuenta, los volúmenes y las intensidades son variados y falta cohesión general al asunto.
Empecemos por la puesta en escena. Pau Carrió ha querido apostarlo todo a un color: el negro. El espacio escénico de Sebastià Brosa y el vestuario de Sílvia Delagneau son oscuros como la boca de un lobo. Incluso la sangre es negra, en este Macbeth. No acabo de entender qué aporta a la propuesta haber trasladado la acción a la Primera Guerra Mundial, pero este es un mal menor. La iluminación de Raimon Rius hace de la oscuridad su materia prima y es, junto a los trajes de Delagneau, la que funciona más a nivel dramatúrgico. Creo que, si la escenografía de Brosa hubiera apostado realmente por el vacío, la nada negra y oscura, habría resultado ganadora.
Combinar la vaciedad o las escenas frente al telón negro con elementos figurativos como el árbol de las brujas o el bosque de Birnam, que no disimulan su alma de cartón piedra, despista más que otra cosa. Entiendo el hecho de convertir el castillo de los Macbeth en un improvisado hospital de campaña, pero la casi nula interacción de los personajes con las camas lo convierten en un elemento prescindible, una mera decoración que sube y baja en determinados pasajes.
Pasando a los intérpretes, la pareja protagonista ejemplariza el que creo que es el problema principal del montaje. Ernest Villegas es un Macbeth furibundo, más medieval que del siglo XX, mientras que la Lady Macbeth de Laia Marull parece que haya llegado al escenario en metro: más contemporánea, imposible. Actores tan solventes como Pep Cruz, Marc Rodríguez o Pol López quedan bastante desdibujados en esta propuesta. Carles Martínez, directamente, parece interpretar siempre el mismo papel, no importa en qué obra trabaje. Las tres brujas/monjas de Alba Pujol, Júlia Truyol y Mar Ulldemolins no aportan ni el misterio ni el terror que deberían, y el hábito acaba resultando risible. Pepo Blasco, con cuatro frases, vence y convence. La oscuridad y el miedo que busca la obra acaban desembocando en tedio, porque quizá el director no tiene la respuesta a la pregunta principal que debería hacerse todo montaje: ¿Por qué, ahora, este Macbeth?
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