Sustancias involucradas
El vocablo no equivale a “drogas”, pero sus contextos recurrentes nos hacen pensar en sustancias estupefacientes o adictivas
Las palabras denotan porque significan, y connotan porque se contaminan. La aparición constante de un vocablo en contextos estables impregna el término de un valor adicional que en nuestra percepción lo vincula con él. Se aprecia por ejemplo en el verbo “involucrar”, tan oído y leído en entornos delictivos; hasta tal punto, que un enunciado como “está involucrado en una venta de diamantes” despertará nuestras sospechas aun cuando pueda referirse al inocente negocio de un joyero que paga puntualmente sus impuestos.
Este proceso lo vivió igualmente el vocablo “montaje”, al que en el siglo XX empezamos a dar un significado prioritario de “engaño”, quizás porque aún no habían llegado a ocupar esa palabra los muebles de Ikea.
Otro tanto ha venido sucediendo con el término “sustancias”. Lo pronunció el viernes día 3 el ministro Óscar Puente, durante una charla con estudiantes en Salamanca en la que les hablaba sobre el presidente de Argentina: “Yo he visto a Milei en una tele. (...) ¿Os acordáis?... Cuando salió, no sé en qué estado y previa la ingesta o después de la ingesta de qué sustancias… Y dije: es imposible que gane las elecciones, hoy cavó su fosa. Pues no”.
Puente expresa literalmente una duda: “No sé en qué estado”, “[no sé] qué sustancias”. Pero, una vez más, lo que no se nombra sí existe, porque estamos entrenados para entender la insinuación, la presuposición, el sobrentendido, la elipsis y otros recursos de economía de la lengua.
El vocablo “sustancia” no equivale a “droga” o “alcohol”. Significa “materia caracterizada por un conjunto específico y estable de propiedades”. Sin embargo, sus contextos recurrentes nos hacen percibirlo con aquel sentido, porque se suele hablar de sustancias estupefacientes, sustancias adictivas o sustancias tóxicas.
Al cruzar las palabras “sustancia” y “montaje” me viene a la cabeza la manipulación que reflejó el diario El Mundo en septiembre de 2006 y que recupero ahora de la versión web publicada el día 21 de aquel mes. Ese diario intentaba relacionar a ETA con los atentados yihadistas de 2004, y contó en sus elementos de titulación lo siguiente: “Interior falsificó un informe que planteaba vínculos entre ETA y el 11-M antes de enviárselo a [el juez] Del Olmo”. “Una sustancia localizada en el domicilio de Hasan Haski se halló también en un piso de ETA en 2001″. Aquí la palabra “sustancia” se contagia con el adjetivo “explosiva”; que tantas veces la acompaña también. Por tanto, tal era la evocación que se conseguía con su presencia en un contexto de terrorismo.
Un primer informe policial recogió entonces que en el piso de unos yihadistas se había hallado ácido bórico, igual que en un piso de ETA. Las autoridades del ministerio eliminaron esa parte, pues el ácido bórico nunca se había usado para fabricar o enmascarar una bomba, sino para matar cucarachas. Hallar ácido bórico en ambos pisos tenía el mismo valor que haber encontrado sendos tarros de Nocilla. Que, por cierto, también es una sustancia.
Puente regresó ahora a este vocablo, con otro contexto estable y por tanto con otro sentido. Y todo el mundo lo descodificó igual, como sucede cuando alguien nos pregunta tras leernos una torpeza: “¿Pero qué has bebido?”. Seguro que nadie piensa en un granizado de sandía.
En los casos polémicos, el autor suele refugiarse en la literalidad de lo dicho. El ministro no lo hizo, pero de poco habría servido. Los hablantes aplicamos siempre los mecanismos naturales de la comprensión y entendimos que había insultado a un jefe de Estado con una palabra que no decía lo que decía pero sirvió para decirlo.
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