Los rostros de Tarrafal: memorias del ‘Campo de la Muerte Lenta’ de Cabo Verde
João Pina reconstruye a partir de un archivo fotográfico familiar la vida de los prisioneros en Tarrafal. Un relato donde se entrelaza el pasado con el presente y ofrece una ventana a la resistencia política y humana durante la dictadura de Salazar, dando voz a quienes fueron silenciados por décadas
Tarrafal comienza con la fotografía de un hombre que sorprendentemente parece feliz. Posa delante de la fachada de madera pintada de un edificio donde se advierten dos ventanales. Viste una impecable camisa blanca y con desenfado mete las manos en los bolsillos de un elegante pantalón. Se llamaba Guilherme da Costa Carvalho. Era uno de los 600 presos políticos que habían sido trasladados al campo de concentración construido por órdenes del dictador Antonio de Oliveira Salazar, en Cabo Verde, por entonces colonia de Portugal, en el municipio de la Isla de Santiago, llamado Tarrafal, que da nombre a la publicación del fotógrafo João Pina.
La foto la tomó Luiz Alves de Carvalho, el padre de Guilherme, en un día de 1949. Iba acompañado de su mujer, Herculana da Costa Dias Carvalho. Aquella visita excepcional, probablemente fuera la única razón que tenía su hijo para mantener la sonrisa. Arrestado por ser miembro del Partido Comunista Portugués, había sido trasladado ese mismo año a Tarrafal, apodado “el Campo de la Muerte Lenta”. En total, permanecería veinte meses, dentro de un clima donde reinaba la violencia y la penuria. El matrimonio dispuso de la única autorización, conocida hasta ahora, para visitar el lugar. Llevaban una Rolleiflex. Y allí darían forma a un extenso registro visual, con el propósito no solo de dignificar a todos los presos, sino también de entregarle las imágenes a sus familias, como prueba de consuelo y esperanza, y en el caso de los muertos, enseñar a sus familias sus tumbas. A lo largo de la historia del campo, oficialmente fueron solo 32 los presos que murieron allí, aunque eran muchos los que fallecerían una vez liberados debido a enfermedades allí contraídas.
Siete décadas más tarde, Pina, biznieto del autor de aquellas imágenes, descubriría todas aquellas imágenes dentro de una caja que su madre había conservado con celo. Allí estaban los negativos, las hojas de contacto, y las copias vintage, además de las cartas y telegramas intercambiados entre Guilherme y sus padres. Un material que servirá de punto de partida para dar forma a un íntimo y evocador periplo que ahonda en la historia, y en la memoria. Un testimonio visual donde el pasado se entrelaza con el presente con los ojos puesto en el futuro, a través de una suma de voces que exploran las heridas y los ecos de la represión política durante la dictadura de Salazar, con el fin de contribuir a un fructífero diálogo, en un momento donde los fantasmas de la historia inquietan al presente.
“La cámara estaba autorizada por el director del campo”, advierte Pina durante una conversación telefónica. La iniciativa parecería haber surgido del propio recluso, quien, en contestación a un telegrama enviado por sus progenitores, advertía de que lo único que necesitaba era poder ver fotografías de sus familiares. De la misma manera que esos reconfortantes documentos visuales eran necesarios para su hijo, también servirían de alivio para otros. Así, fotografiar a cada uno de los reclusos representaba un atisbo de consuelo y de dignidad. “Mis bisabuelos asumieron la función no solo de fotografiar a los presos, sino de entregar las imágenes a sus familiares de regreso a Portugal”, explica el fotógrafo. “Mi bisabuelo era por entonces el único corredor de bolsa en Oporto. Conocía a mucha gente y además se podía permitir producir esa cantidad de imágenes. Algo muy caro en aquellos días”.
Flores en las tumbas como acto de resistencia
Los retratos son en su mayoría sobrios y limpios. En alguna ocasión los protagonistas posarán divertidos con un mono, una de las mascotas que se alojaban en el campo, o leyendo una revista. No había ninguna intención de denuncia, de manera que la mayoría de los reclusos posaron con los trajes que vistieron antes de ser uniformados. “Nadie podría pensar que mi abuelo era ciego del ojo derecho”, destaca el autor. “La composición, las sonrisas y los poses de estos hombres son realmente inspiradores y cruciales para entender la integridad de aquellos que vivieron encarcelados allí durante años”. Pero, sin duda, el conjunto de retratos que más impresiona es el que Luiz tomó a su esposa Herculana, mientras iba depositando flores en las tumbas de los presos políticos que murieron en Tarrafal, entre 1936 y 1948. Una secuencia que adquiere un carácter performativo alentado por un deseo de justicia. Sin pretenderlo, el matrimonio documentaba un tiempo muy oscuro de la historia, al tiempo que llevaba a cabo un acto de resistencia.
Así, Pina irá articulando el libro mediante dos tipos de narrativas paralelas: la que muestran las fotos y la epistolar. A esta última se suman las cartas que el propio autor comenzaría a escribir, en 2019, a su ya fallecido bisabuelo, Luiz. Estas ofrecen el lector datos tanto de la historia en sí misma, como del proceso en el que está sumido el autor. De igual forma, el fotógrafo incorporará su propia obra; retratos, paisajes y las fotografías de los objetos que irá encontrando durante su viaje a Tarrafal. El campo cerraría temporalmente en 1954 para ser abierto en 1962 con un nuevo nombre. Esta vez los nuevos reclusos serían en su mayoría africanos que luchaban por la independencia de su país. Su cierre definitivo ocurrió en 1974, tras la Revolución de los Claveles
“Desde el punto de vista documental, he tratado este como proyecto como los demás”, asegura Pina, autor de Cóndor. O plano secreto das ditaduras sul-americanas, un magnífico testimonio sobre los años más oscuros de la historia reciente de América Latina, que le llevará a recorrer lugares de ejecución, cámaras de tortura y distintos emplazamientos donde fueron vistos por última vez muchos de los desaparecidos. Así, asegura que cuando entró en Tarrafal, “no se le hizo raro. Desde niño había oído hablar del lugar. Pasé noches allí, intentando acercarme a ver qué podrían haber visto y sentido los presos”. Aun así, el viaje del autor no acabaría allí. Recorrerá los lugares que visitaron sus familiares, en busca del rastro de las personas que los ayudaron, de otros supervivientes y de sus testimonios.
Fueron en total cuatro años los que Pina tardó en dar forma a esta emotiva reconstrucción visual. Un relato coral, hábilmente entrelazado, que refleja la fuerza del medio fotográfico para hablar de la historia. “A las naciones siempre les gusta contar la historia de los buenos, nunca de los errores cometidos. Esa es mi conclusión”, destaca Pina. “En Portugal, seguimos atrapados en narrativas que glorifican el pasado, pero los tiempos más recientes no los tocamos porque no son gloriosos. Las nuevas generaciones nacieron en democracia, y todo esto lo ven como algo remoto, a no ser que su familia lo haya vivido. Otras veces, el trauma es tan grande que la gente no puede hablar. Necesita enterrar el pasado para seguir viviendo. Pero al final las tensiones siguen ahí. Todas las personas que aparecen en el libro tienen un nombre y una historia, hasta los que teóricamente estaban en el lado equivocado, como el director del campo. Hay que hablar de todos, también de los que hicieron que la vida fuera menos miserable. Sin hablar de buenos y malos. Para dar herramientas al lector a que entienda la historia en toda su complejidad, y reflexiones sobre las tensiones que persisten”.
Así, Tarrafal no solo es un homenaje a las víctimas de la represión política, sino también una llamada a reconocer y enfrentar los capítulos oscuros de la historia para poder construir un futuro más honesto y consciente.
Tarrafal. João Pina. Imágenes de João Pina y Luiz Alves de Carvalho. Edición en inglés: Gost Books, 2024. 284 páginas. 172 imágenes. 75 euros. Edición en portugués: Tinta-da-China, 2024. 262 páginas. 67,50 euros.
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