Luz a los dioses precristianos
Hallado en Coirós un santuario en el que se ven las figuras según la posición del sol Permitirá estudiar la Edad de Hierro en Galicia más allá de los castros
Han pasado más de dos décadas desde que el arqueólogo Antón Malde se topó por azar con una figura femenina, de rasgos toscos pero expresivos y sexo exacerbado, esculpida en bajorrelieve sobre una roca del cerro de Pena Furada, en el ayuntamiento coruñés de Coirós. Ahora, después de una primera intervención realizada el pasado año, se ha revelado que no se trata de una incisión aislada, sino que forma parte de un monumental y complejo santuario, fechado entre los últimos siglos antes de Cristo y los primeros de la era cristiana y que arroja luz sobre el sistema simbólico y religioso de los pueblos galaicos, antes y durante su romanización.
El hallazgo es relevante por varias causas, relatan Malde y Manuel Gago, doctor en Ciencias de la Comunicación, divulgador y la otra pata de un proyecto arqueológico singular, basado en la participación social. Hasta la fecha la investigación sobre la Edad del Hierro II en Galicia se ha encerrado en los castros, rara vez ha sobrepasado sus muros. En cambio, Pena Furada es un monte, con unos 280 metros sobre el nivel de mar, situado en un área vacía de este tipo asentamientos. Además, el conocimiento sobre las creencias de estos pueblos se limitaba casi a las aras romanas y a las inscripciones en ellas practicadas, pero no abundan las representaciones figurativas de sus dioses ni este tipo de estructuras arquitectónicas. Este yacimiento añade nuevos elementos para una intrincada gramática que solo se está entendiendo “de manera parcial”, en palabras de Gago.
Una de esas novedades, nunca probada en Europa para esta época, es el control sobre la incidencia que la luz solar tiene en el conjunto y las conexiones astrales que plantea. Así, la figura de A Moura —es probablemente una diosa de la fertilidad—, ubicada en un podio, en la parte más elevada del complejo, se revela con toda claridad al mediodía. Sin embargo, el otro antropomorfo, quizás masculino, es más visible hacia el ocaso. Malde está convencido de que no es casual. Tampoco lo es, a su juicio, que la vulva del bajorrelieve sea irradiada por el sol en su máxima intensidad durante el equinoccio de primavera, momento del año ancestralmente celebrado por fiestas y rituales. Ni que a diferencia de la estructura general del santuario, que se desarrolla en un eje norte-sur, esté orientada al oeste, relacionado con el mundo del más allá, según la tesis de Fernando Alonso, que también estudió A Moura.
Al margen de las implicaciones simbólicas —“no le podemos preguntar al druida”, ironiza Malde sobre las dificultades para determinar el uso del complejo—, destaca la concepción arquitectónica y su proceso constructivo. En el noroeste peninsular existen un puñado de santuarios similares, en los que se advierte la influencia romana. Sin embargo, Pena Furada es un caso único porque, explica su descubridor, permite rastrear el paso de una arquitectura informal, a base de materiales perecederos y sin ánimo de permanencia, a otra formalizada, realizada a partir de un proyecto constructivo cimentado en un conocimiento técnico “muy relevante”.
Se trata de un recinto rodeado por fosos y muros y tendente a la regularidad, aunque la orografía impide que la planta sea un rectángulo perfecto. Para llegar a la parte central hay que atravesar por varias puertas sin ningún fin estructural, sino simbólico. Y detrás del podio se construyó un pequeño habitáculo, a modo de balcón con vistas al Monte do Gato, una referencia visual de la zona. Precisamente, para observar esa colina, que acoge restos megalíticos, subió Malde a Pena Furada el día que se encontró por primera vez con el bajorrelieve de la diosa.
Para futuras campañas quedan abiertos varios interrogantes, como el fijar unas cronologías más concretas a partir de las dataciones de los materiales encontrados. Así, una de las cuestiones centrales es hasta cuándo se utilizó el recinto. Malde y Gago sugieren que ya con la cristianización consolidada siguió siendo un referente para los habitantes del lugar. De hecho, la iglesia de Santa María de Lesa, a unos 800 metros, está dedicada a una mártir galaicorromana con reminiscencias de A Moura, ya que se le atribuye una extraordinaria fecundidad, al haber parido simultáneamente a nueve hijos. En cualquier caso, la zona mantiene un halo de misterio; nunca fue ocupada ni utilizada con fines agrícolas, y los investigadores detectaron reticencias de los lugareños a hablar sobre ella.
Con todo, los hallazgos arqueológicos no son lo único singular de este proyecto. Sus responsables propugnan un modelo de arqueología distinto al tradicional, en el que la sociedad se implique directamente. Por ello, en la intervención de 2011 —trabajos de limpieza, todavía no se ha excavado— participaron cerca de 50 personas, convocadas por internet, además de operarios del Ayuntamiento de Coirós. El objetivo es que la ciudadanía “se apropie del espacio” y se involucre emocional e intelectualmente con el patrimonio, del que ahora vive “alejada”. Y en ese camino la Red es instrumento básico; durante la intervención transmitían sus pasos en tiempo real en las redes sociales, y en su web (www.penafurada.net) vuelcan los resultados obtenidos –textos explicativos, vídeos, fotos--. Un ejemplo de que la “socialización del conocimiento” es viable.
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