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Esther Tusquets, ante su último mar

Sobria despedida a la editora y escritora en Cadaqués

El primer mar del que se enamoró la editora y escritora Esther Tusquets fue el de Platja d'Aro, donde pasó buena parte de su infancia. De aquel Mediterráneo nació su primera novela, El mismo mar de todos los veranos; más tarde la conquistó Cadaqués, donde su hermano, el arquitecto y diseñador Oscar Tusquets, construyó un grupo de casas. Éste tenía una barca tipo mallorquina que disfrutaba muchísimo. La barca, el mar, los amigos, las perras, las partidas de cartas... Por eso decidió que su último refugio sería Cadaquès. Y en su bellísimo cementerio con vistas a Port Lligat y al Cap de Creus fue enterrada ayer, tras fallecer el lunes en Barcelona a los 75 años.

 Muchos amigos y familiares acudieron con el corazón entristecido y casi todos salieron desolados. El coche fúnebre llegó antes que los familiares; hubo que esperar media hora para enterrarla. El sencillo ataud de madera fue introducido en el nicho 61. No hubo ceremonia de ningún tipo, ni poemas ni parlamentos: no se pronunció ni una palabra. El silencio expectante de los asistentes solo fue roto por un “¡Hóstia!” que se le escapó al operario que sellaba el nicho.

Además de sus hijos, Milena y Néstor, acudieron autores como Ana María Moix (gran amiga de Esther), Marta Pesarrodona y Núria Amat. Editores como Andreu Jaume, de Lumen (que Esther dirigió 40 años), Jorge Herralde y Lali Gubern y Rafael Soriano; la agente literaria Mercedes Casanova, el fotógrafo Leopoldo Pomés, y Miguel y Mari Paz Visor, distribuidores y libreros de Madrid, entre otros. Destacaba la presencia de la perra Patum, la última que tuvo Esther. Estaba triste, pero su nuevo dueño, Enric, exmarido de Milena, la cuidó solícito.

Oscar Tusquets no llegó a tiempo: avisó de que había sufrido una avería en su coche. El último libro de Esther, escrito a cuatro manos con él, Tiempos que fueron, es un maravilloso ajuste de cuentas con sus respectivas memorias y muestra del cariño que se tenían.

Ayer no hubo palabras, pero quedará para siempre todas las que escribió y publicó Esther, mujer valiente sin pelos en la lengua, capaz de ponerse el mundo por montera cuando convenía.

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