Jaque mate a las cajas
Ninguna economía puede desarrollarse si no dispone de entidades dispuestas y capaces de financiar a sus empresas y familias
Es tremendo que el proceso que más daño hace y va a hacer en el futuro a nuestra economía se acepte como si nada, que casi nadie pida cuentas sobre él ni responsabilidades a sus causantes.
Me refiero a la desvinculación de las cajas de ahorros hasta ahora andaluzas de los intereses de nuestra tierra y que culminará muy pronto con la práctica desaparición de estas instituciones, al menos tal y como las hemos conocido hasta ahora.
A mí me parece que es algo de consecuencias demoledoras porque ninguna economía puede desarrollarse si no dispone de entidades dispuestas y capaces de financiar a sus empresas y familias con criterios de interés público y que no atiendan solo a su rentabilidad privada a la hora de dar crédito. Es más, la experiencia demuestra que las economías se condenan al atraso y a sufrir inestabilidad permanente cuando solo dependen de la financiación que proporciona la banca privada, porque, como dicen los premio Nobel de Economía Maurice Allais y Joseph Stiglitz, el capitalismo actual se ha convertido en una economía de casino o de amiguetes, y los bancos destinan el ahorro a la especulación antes que a la actividad productiva que crea riqueza y empleo.
Por muy imperfecto que haya podido ser el funcionamiento de las cajas andaluzas (que lo ha sido), me parece que no se puede entender lo bueno y el indudable progreso de nuestra economía en los últimos decenios sin tomar en cuenta la función que han venido realizando. De ahí que sea fácil vaticinar que su integración en entidades de otros territorios, su disolución en intereses foráneos y su progresiva desaparición traerá consigo muchas dificultades y una fase de inevitable empobrecimiento.
Desgraciadamente, los gobiernos, nuestros representantes políticos, los principales partidos y organizaciones sindicales y otras instituciones han tenido mucho que ver con su mal desempeño y eso les lleva a callar o a hablar solo por la boca chica cuando los grupos financieros privados utilizan ahora la crisis como excusa para conseguir lo que perseguían desde hacía tiempo: acabar con una competencia incómoda y quedarse con el mercado que habían conquistado las cajas. “Quieren convertirlas en bancos sin pasar por el parlamento”, decía en 2009 el presidente de la CECA.
Así, cuando han comenzado a tener problemas no se ha tratado de resolverlos sino que rápidamente se ha pasado a la demolición controlada de las cajas como componente social del sistema financiero español. Como si se mata a un enfermo diciendo que así se arreglan todos sus males.
Un estudio de la Fundación de Estudios Financieros destacó en enero de 2007 “la competitividad, eficiencia, solidez y estabilidad de las cajas de ahorros españolas, y el éxito con que (...) han superado las pruebas de la supervivencia”. Y el presidente de la CECA declaraba año y medio más tarde que las cajas “ni se han despeinado ante la crisis”.
¿Cómo se explica entonces que de repente las cajas, y solo las cajas y no los bancos, estuvieran en situación terminal? ¿Quién miente, quién primero no vio nada y de pronto descubrió todo, o quién lo vio todo y no dijo nada? ¿Por qué se tomaron medidas que se sabía que en lugar de mejorar a las cajas en peor situación contaminarían a las más sanas? ¿No es sospechoso que lo que se ha hecho con la excusa de la crisis sea precisamente lo que algunos reclamaban antes de que estallara? ¿Por qué el Banco de España no actuó cuando conoció los problemas, da igual la actitud pasiva de sus dirigentes?
Dice mucho sobre la calidad de nuestra democracia que los Parlamentos no se hagan preguntas como estas y que enmudezcan, que no hayan creado comisiones de la verdad para que la ciudadanía sepa lo que ha pasado con las cajas, y para señalar a quienes actuaron mal haciendo que unos pocos se queden con la riqueza de toda la sociedad. Y es triste que quienes nos gobiernan miren siempre a otro lado y que solo obedezcan al dictado de quienes no los eligen en la urnas.
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