La ultraderecha se descara en Cataluña ante el auge del soberanismo
El número de activistas se mantiene en unos 400 pero se hacen más visibles con pintadas, actos y nuevos partidos
Para verle la cara a la extrema derecha en Cataluña solo hay que subir un 12 de octubre a la plaza de Sant Jordi, en la montaña de Montjuïc de Barcelona. Allí la imagen es más o menos fija desde hace un lustro: unas 400 personas de media, unidas por un ideario, celebran el día de la Hispanidad. Es la radiografía de los grupos ultra desde los que se articulan discursos xenófobos, homófobos y racistas, según fuentes de los Mossos d’Esquadra.
La cifra no ha crecido, pero el auge soberanista ha hecho más visible su presencia en Cataluña. Organizan más charlas, y las pintadas han proliferado, aseguran esas mismas fuentes policiales, que destacan actos como el ataque a la librería Blanquerna durante la pasada Diada en Madrid. También tienen más apoyo por parte de los grupos fascistas del resto de España, que en convocatorias como la del 12 de octubre organizan autobuses para viajar a Cataluña.
Los Mossos tienen localizados al menos cuatro partidos vinculados a la extrema derecha: La España en Marcha, que nació hace dos años y está formada por Alianza Nacional, La Falange y Nudo Patriota; Democracia Nacional; el Movimiento Social Republicano (MSR), y Plataforma por Cataluña (PxC). También incluyen en sus estadísticas a la entidad Casal Tramuntana, una asociación ultra con sede en Barcelona, pero que trata de alejarse de la imagen clásica del ultra, organizado donaciones de sangre, de alimentos, de juguetes o incluso calçotadas.
La extrema derecha aumenta su presencia en Barcelona y su área
El portavoz del recién creado Observatorio de Políticas Racistas y Xenófobas (Oprax), Isidoro Barba, establece diferencias entre neonazis y fascistas, grupos más violentos y la extrema derecha, más presente en las instituciones que en la calle. “Plataforma per Catalunya es extrema derecha y hay neonazis en su organización, pero no se les puede considerar un partido neonazi”, dice Barba. Algo parecido sucede con el Casal Tramuntana: “Es difícil relacionarlos con acciones violentas. Llegan a la gente con actividades de naturaleza, deporte y después adoctrinan”, afirma Barba.
El Casal Tramuntana, que abrió sus puertas en el barrio del Clot a finales del 2011, se inspira en el Casa Pound italiano. Se trata de colectivos que oficialmente se desmarcan del fascismo, aunque es fácil encontrar puntos de encuentro, como las fotografías que tiene alguno de sus activistas con Ilias Kasidiaris, el diputado del partido griego Alba Dorada, que más tarde fue detenido por el asesinato del cantante antifascista Pavlos Fyssas. El grupo cerró su local en el Clot, y abrió un nuevo en el barrio de Sant Martí de Provençals, en el mismo distrito. El nuevo local es más grande y más caro, fruto de su consolidación, aseguran fuentes policiales.
“El Casal Tramuntana no ha hecho que aumente el número de gente de extrema derecha, pero sí que ha tenido un efecto imán y ha servido para juntarlos”, avisa David Karvala, de la plataforma Unidad Contra el Fascismo y el Racismo (UCFR). Su organización ha detectado que la extrema derecha está aumentando su presencia en Barcelona y el área metropolitana, en vez de centrarse en pequeños municipios, como hasta ahora. Mossos también tiene el foco en Salt (municipio vecino de Girona que roza el 40% de inmigración), donde Plataforma per Catalunya organiza campañas de donación de alimentos solo para españoles, o en Tarragona, donde MSR acaba de abrir una nueva sede.
El Casal Tramuntana no ha hecho que aumente el número de gente de extrema derecha, pero ha tenido un efecto imán" dice un experto
“El rechazo no depende del número de inmigrantes, sino de la percepción ciudadana”, explica Xavier Torrens, profesor de Ciencias Políticas de la UB y sociólogo. Por ejemplo: “Puede haber municipios donde no haya ni un solo judío y, en cambio, existe antisemitismo”. Torrens destaca que las actitudes violentas son minoritarias pero se alimentan de los prejuicios raciales que existen en la sociedad y que ya no son tan minoritarios: “Un racista violento considera que el racismo cotidiano legitima su actuación y piensa que él hace lo que los demás no se atreven a hacer”.
En Cataluña ha habido al menos dos muertes relacionadas con delitos de odio y discriminación de la extrema derecha: el asesinato a manos de un grupo de neonazis de la transexual Sònia en 1991, y el del joven Roger Albert, acuchillado en las fiestas de Gràcia de 2004.
Desde entonces, los Mossos han contabilizado un par de agresiones en el metro, y el brutal ataque a un joven antifascista en la discoteca Stroika, en 2012, como venganza a un ataque anterior, por parte de la extrema izquierda durante un concierto organizado Democracia Nacional.
Unas agresiones que la policía considera aisladas, gracias en parte a que en Cataluña hay una importante división. Existen numerosos colectivos pero ninguno es capaz de organizar grandes movilizaciones, como sucede en ciudades como Madrid o Roma. Además de las guerras internas por personalismos o jerarquías, el debate nacional es un tema de segmentación. Una parte de la extrema derecha es españolista, pero también existe la independentista. Este pulso, en parte, ha decapitado a la dirección de PxC que, después de la expulsión de algunos de sus dirigentes, ha apostado por el españolismo más clásico. Eso ha provocado la creación de Som Catalans, cuya declaración de principios es: “No queremos ni una Cataluña española ni islamizada”.
Barba reconoce que las denuncias por odio y discriminación no son demasiadas. Se contabilizaron 243 el año 2013, según el Servicio de Delitos de Odio y Discriminación de la Fiscalía de Barcelona. Los Mossos señalan como un éxito que desde 2010 no se celebre un solo concierto nazi, al menos públicamente, después de detener a integrantes del grupo Batallón de Castigo. Los jóvenes tienen cada vez más complicado encontrar referentes ultras. La coordinación con la fiscalía especializada es total, se graban conciertos y reuniones, y se actúa al primer indicio de delito. A pesar de eso, una de cada tres agresiones no se denuncia, advierte Barba, que se basa en datos de la fiscalía. Las principales víctimas son inmigrantes y homosexuales.
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