“La falta de moralidad ha sido una de las características de la crisis”
El exfinanciero presenta el día 25 su libro 'Fulgor y muerte de las cajas de ahorros'
Emili Tortosa (Alzira, 1941) es uno de los últimos testimonios vivos de una forma de hacer banca que ya ha desaparecido. Ingresó en 1956 como botones en la antigua Caja de Ahorros de Valencia y cerró su carrera en 1998 como director general de Bancaixa. La semana próxima presenta su libro Fulgor y muerte de las cajas de ahorro,un ensayo publicado por la Universitat de València que tiene como hilo conductor su propia experiencia vital en una entidad que, junto a la CAM, ha marcado la vida social y económica de los valencianos. Presidente de honor de la Fundación Etnor para la ética de los negocios y las organizaciones, Tortosa forma parte de la memoria colectiva.
Pregunta. Usted sobrevivió a la grave crisis de la Caja de Ahorros de Valencia de finales de los setenta y primeros de los ochenta. ¿Por qué piensa que la centenaria entidad no ha podido sobrevivir al pinchazo de la burbuja inmobiliaria?
Respuesta. En ese periodo cayeron 51 bancos, entre ellos el Banesto, que costó 1.500 millones de pesetas (un poco más de nueve millones de euros actuales), frente a los más de 22.000 millones que ha costado el rescate de Bankia. En esta última crisis ha habido una serie de diferencias importantes respecto a crisis financieras anteriores. Fundamentalmente, la intromisión de los políticos en las decisiones de los consejos de administración de las cajas y el gigantesco volumen de recursos invertido en bienes inmobiliarios han sido los elementos distintivos. Yo añadiría una tercera característica a esta última crisis financiera: la falta de moralidad que ha llevado a una parte de sus dirigentes a robar. En términos de moralidad hablaría de pecado mortal.
“La decisión de comprar el Banco de Valencia fue la más difícil de mi carrera”
P. Uno de los episodios que más han impactado de su libro es cuando narra la cena en la que forzaron a Julio de Miguel a renunciar a seguir como presidente de Bancaja. Como periodista asistí al primer acto de ese drama en plena calle, el 30 de octubre de 2003 durante la inauguración de la escultura El Parotet, cedida por Bancaja a Valencia con motivo de su 125 aniversario. A esas horas Francisco Camps y Rita Barberá todavía intentaban mantener a De Miguel en el cargo frente a las pretensiones de José Luis Olivas y Eduardo Zaplana. ¿Cree que hubiese cambiado el destino de Bancaja de seguir Julio de Miguel?
R. Creo que no hubiese cambiado nada. Mi mujer, Lola, y yo no teníamos nada claro si debíamos ir a esa cena, porque yo estaba ya fuera de la caja. Pero lo cierto es que acudimos y en una de las antesalas nos encontramos frente a la acalorada discusión que se narra en el libro y pudimos ver cómo encargaron al secretario general de la entidad sustituir el discurso de continuidad que tenía preparado De Miguel por otro de en el adelantaba su renuncia.
P. ¿Le parece de recibo que el entorno de José Luis Olivas, que está imputado en varios delitos relacionados con la gestión de Bancaja, todavía insista en presentarlo como una especie de prohombre abatido por circunstancias ajenas?
“La continuidad de Julio de Miguel en la presidencia de Bancaja no hubiese cambiado nada”
R. Esa persona no tenía la cultura financiera de la caja. Le daba igual. Se encontró una caja con un potencial de negocio que parecía interminable y quienes debían arrojar luz sobre la gestión se dedicaron a enriquecerse.
P. ¿Es verdad que se empezó por cambiar las dietas de los representantes de la caja?
R. En 1989 yo era director de la caja y las dietas estaban controladas por la Consejería de Economía. Entonces se pagaban 100 pesetas (seis euros) por asistir las reuniones de la caja y le pedí a Aurelio Martínez [entonces consejero del PSPV-PSOE] que las subiese porque había gente a la que realmente no le compensaba el esfuerzo. Me dijo que no, que se empezaba por subir las 100 pesetas y que luego venían otras cosas. No lo autorizó. Y eso fue así hasta que se cambió la ley [con el PP de Eduardo Zaplana]. A partir de entonces las decisiones las tomaron los políticos nombrados en las cajas.
P. Entiendo que los técnicos no pudiesen compensar la presión de los políticos en las cajas, pero en el Banco de Valencia [propiedad de Bancaja en un 40%] había una serie de importantes familias de la burguesía valenciana que pudieron ejercer de contrapeso. ¿Cree que lo hicieron?
R. Lo cierto es que no lo hicieron. Hubo una persona que pudo haber sido determinante para cambiar el destino de la entidad, Álvaro Noguera [uno de los empresarios más importantes de la Comunidad Valenciana que llegó a ser vicepresidente del Banco de Valencia], pero murió demasiado pronto [en 2006]. Nos sentábamos juntos en los consejos de administración porque teníamos cierto entendimiento. Era una persona que lo anotaba todo y tenia un buen conocimiento del gobierno corporativo de la entidad. La mayoría de consejeros no sufría por el banco.
P. ¿Fue suya la decisión de comprar el Banco de Valencia?
R. La decisión de comprar el banco, con José María Simó Nogués de presidente de la Caja de Ahorros de Valencia, fue mía y fue la decisión profesional más difícil de mi carrera.
P. ¿Por qué?
R. Porque había que considerar que esas familias de la burguesía eran la esencia del banco y no sabía cómo reaccionarían.
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