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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La franquicia de Oriol Junqueras

Una suerte de sortilegio basado en unas siglas de trayectoria discutible, sin solidez programática, salvo el objetivo de una república catalana

La condición políticamente pre-moderna de Oriol Junqueras va camino de ser una franquicia de seducción, no de vestuario, apariencia o tonalidad, sino de magnetismo. Lo dicen los electores. Todo lo contrario de un líder postmoderno, Junqueras opera con destreza como, por ejemplo, cuando consigue mantenerse durante meses sin afirmar ni negar nada, a la vez que sus rectificaciones de rumbo llegan a ser imperceptibles, lo cual permite navegar en sentido norte, sur, este u oeste aportando proporcionalmente tanta inmovilidad como haga falta. La franquicia de Oriol Junqueras no caduca. Basta ver cómo ha superado el impacto hiriente de su debate con Josep Borrell, moderado por Josep Cuní y centrado en la economía de la secesión. Hay que buscar con lupa alguien que crea que Oriol Junqueras ganó el debate. Borrell actuó con una dialéctica de demolición y un conocimiento de la materia que desbordaba los datos y argumentos del adversario. Junqueras desaprovechó la oportunidad para explicar sus ideas sobre el paro, la deuda, el déficit y el crecimiento, facetas de lo real que seguirán existiendo en una Cataluña independiente. No es inoportuno recordar que Oriol Junqueras, líder de Esquerra Republicana, es vicepresidente de la Generalitat y hombre fuerte de la economía en el ejecutivo de Carles Puigdemont.

Lo cierto es que la franquicia Junqueras funciona aunque cueste recordar que haya dicho alguna cosa sustancial. Derrotado aparatosamente por el ímpetu y rigor de Josep Borrell —ya se sabe, jacobino, etcétera-— el poder magnético de Junqueras se mantiene intocable. Tras el recuento del domingo 26, ERC prosigue ocupando el terreno de Convergència que inusitadamente le fue cediendo Artur Mas. Por ejemplo, obtiene nueve diputados frente a los ocho de Convergència, se queda con diez de los dieciséis escaños en el Senado que corresponden a las circunscripciones de Cataluña. Territorialmente, ERC penetra en los viejos feudos aunque el inimitable Gabriel Rufián no ha conseguido seducir al votante del cinturón metropolitano de Barcelona.

¿Por qué peculiar pulsión de confianza tantos electores votan al partido liderado por un hombre al que unos días antes han podido ver en situación tan precaria debatiendo con Josep Borrell? En fin, al margen de su magnetismo tacticista, ¿es que Junqueras sabe de algo? Habría que aclarar por qué abstrusa razón algunos portavoces mediáticos de la Convergència soberanista han cruzado el Rubicón y apoyan a ERC. Si ese es un acto de racionalidad política, está por ver qué entendemos por racionalidad en esta segunda década del siglo XXI. Sin duda, todos los votos son libres e iguales. El problema es que cualquier telespectador ha podido constatar que el alto responsable de la economía de la Generalitat desconoce los fundamentos económicos de la independencia de Cataluña que postula. Y al mismo tiempo, va fortaleciéndose frente a la Convergència residual de Carles Puigdemont hasta el punto que pudiera ser el próximo presidente de la Generalitat. Quien sabe hasta dónde alcanzará la franquicia Junqueras, una suerte de sortilegio basado en unas siglas de trayectoria discutible, sin solidez programática, salvo el objetivo de una república catalana que debería ponerse a la cola de los países que aspiran a integrarse en la Unión Europea, con el requisito previo de ser miembro de las Naciones Unidas.

En plena campaña electoral, Gabriel Rufián y Oriol Junqueras decían que el Estado es “irreformable”. Lo que verdaderamente no sabemos es qué margen tendría un Estado catalán no ya para la reforma sino para la supervivencia elemental. En caso de que exista, el método económico para la Cataluña separada de España no será una aportación personal de Junqueras ni de Rufián. Del mismo modo, suponer que una república catalana sería más justa —como dicen Junqueras y Rufián— es un apriorismo difícilmente sostenible. De Rufián, no se sabe, pero según lo que Junqueras dice en privado o en Madrid y lo que dice en el Parlamento de Cataluña más bien parece que ni espera una secesión en muchos años ni cree en su efectividad institucional. Tampoco parece sostenible que con el 26-J el soberanismo haya arrasado. Lo que arrasa es la confusión general, los trasvases de votos con improbable sedimentación y el fraccionamiento político de una sociedad dividida por la propuesta de secesión. Tal vez la franquicia Junqueras tenga una cierta perspectiva temporal pero, con o sin franquicia mágica, ERC es un partido de sube y baja.

Valentí Puig es escritor.

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