Un barítono con alma de tenor
Plácido Domingo y Nino Machaidze arrollan con sus voces en 'Thaïs', ópera de Massenet
Del desenfreno sexual a la castidad para alcanzar la salvación eterna. Esa es, ni más ni menos, la pirueta lírica que se marca el Liceo al colocar en medio de las funciones de la provocadora Quartett, de Luca Francesconi, dos audiciones en forma de concierto de Thaïs, ópera de Jules Massenet, cuya protagonista, una cortesana de Alejandría, renuncia al lujo y el placer terrenal y muere en olor de santidad. Mundos y estéticas opuestas, pero con el éxito como común denominador: en Quartett triunfó la escena y en Thaïs arrollaron las voces de Nino Machaidze y Plácido Domingo.
Mientras la casquivana Manon, la más célebre heroína de Massenet, sigue dando guerra en los escenarios, la pobre Thaïs, que vio la luz en la Ópera de París en 1894, no deja de ser una rareza que, de tanto en tanto, vuelve a escena para lucimiento de su intérprete. Así lo hizo el Liceo en 2007, con la diva Renée Fleming como cabeza de cartel de una versión de concierto dirigida magistralmente por Andrew Davis.
Ahora el lucimiento es cosa de dos: la cotizada soprano georgiana Nino Machaidze es una Thaïs lírica y sensual, de canto elegante y brillo en los agudos, sin pirotecnias, pero con un gusto exquisito. Y Plácido Domingo hace suyo el papel baritonal del monje Athanaël con nobleza en el fraseo y el carisma que le ha hecho célebre. Da igual que cambie de repertorio porque, cante lo que cante, Domingo, que no deja de ser un barítono con alma de tenor, siempre desata el entusiasmo del público.
THAïS
Thaïs, de Jules Massenet. Nino Machaidze, Plácido Domingo, Celso Albelo, Damián del Castillo, Sara Blanch, Marifé Nogales, Marc Pujol, María José Suárez, Mercedes Arcuri. Coro y Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceo. Director: Patrick Fournillier. Versión de concierto. Liceo. Barcelona, 1 de marzo
El director francés Patrick Fournillier convenció plenamente en su debút liceísta con una fina e inspirada versión. Bajo su experta dirección, el coro dio brillo a sus intervenciones, y la orquesta, situada en el foso, sonó a Massenet, aunque las pifias en los vientos rebajaron la calidad del trabajo orquestal
El formato concertante deja aún más al descubierto los puntos débiles de la partitura. Hay páginas orquestadas con opulencia que enganchan por su sensual melodismo, pero las escenas más escoradas hacia el oratorio invitan a dar una cabezadita. Y eso que los cantantes defienden con ahínco los valores de la partitura.
Destaca el tenor Celso Albelo, que canta con musicalidad y efusivo fraseo el papel de Nicias, mientras que el barítono Damián del Castillo pasa algunos apuros con los graves del papel de Palémon, destinado a un bajo. Completan el reparto en papeles de menor compromiso el bajo Marc Pujol y un eficaz equipo de voces femeninas integrado por Sara Blanch, Marifé Nogales, María José Suárez y Mercedes Arcuri.
Lo que no tiene arreglo es el libreto, basado en la novela homónima de Anatole France, con una trama difícil de digerir que cuenta la obsesión de Athanael, un monje cenobita que cruza el desierto para liberar de los pecados de la carne a la prostituta Thaïs. Lo consigue y, después de dejarla en un monasterio, vuelve loco de pasión a por ella, pero la cortesana purificada muere santa en sus brazos.
El sonido claro y la impecable técnica del violinista Kai Gleusteen, concertino de la orquesta del Liceo, dio calidez a la célebre Meditación que, con su hermosa melodía, plasma musicalmente la reconversión religiosa de Thaïs. Massenet coloca esta delicada pieza para violín y orquesta como transición entre los dos cuadros del segundo acto y, como le salió redonda, repite su inspirada melodía varias veces en los dos siguientes actos y, por abusar de su efecto, acaba cayendo en la cursilería.
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